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Valpurgatorio, la rutina de la crisis

07 Febrero 2020

No ha habido absolutamente ningún rostro que pueda identificarse como “La Autoridad” presente en Valparaíso ante la crisis. Y mientras, la “zona cero” de la ciudad queda cada tarde obstaculizada por llameantes barricadas y es gaseada desproporcionadamente por las fuerzas policiales.

Boris Kúleba >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Sería muy ingenuo afirmar que el llamado “Estallido Social” hubiese tenido la relevancia que está teniendo y generado los cambios que está generando de no haber existido violencia. El problema es que ¡siempre esa violencia se desata en Valparaíso!

Tradicionalmente, cada marcha al Congreso, cada Cuenta Presidencial y cada protesta ha terminado con actos de violencia y vandalismo en nuestras calles, pero ese no es el único precedente. El estigma de una ciudad del carrete sin control ya ha tenido desmanes y violencia en cada actividad masiva anterior, desde los desaparecidos Carnavales Culturales, los anuales festejos de Año Nuevo y cada edición de los Mil Tambores (aunque estos rara vez han ido acompañados de represión y se encuentran muy lejos del exagerado actuar de la fuerza pública en contra de las marchas de carácter político) y si agregamos el ingrediente de una organización del saqueo a nivel profesional durante los tristemente célebres “turbazos”, que afectaron hace un par de años a la hoy devastada calle Condell, el actual panorama de nuestro plan porteño no es más que el resultado de una lógica progresión de la persistente ausencia del Estado y la desesperante impericia de nuestras autoridades locales cultivada por décadas.

Los peores episodios del Estallido se vivieron durante los primeros días y se prolongaron durante el primer mes, y toda la torpeza de absolutamente todas las autoridades locales se evidenció vergonzosamente de inmediato. De la torpeza de las autoridades nacionales se ha hablado en profundidad en otros medios, y solo resta decir que, considerando que las únicas veces que los militares han salido a las calles en las últimas décadas han sido para cuidar supermercados durante las catástrofes, cuando debieron poner a prueba su preparación demostraron no haber aprendido nada. Mientras adultos, niños y ancianos eran abusivamente gaseados y baleados, incluso en las más pacíficas de las marchas, las calles comerciales estaban sospechosamente abandonadas de protección, por lo que fueron saqueadas e incendiadas por bandas mucho más organizadas que nuestras enajenadas fuerzas de orden. Diariamente, y a la misma hora, se producían los ataques a los locales comerciales; y las bandas huían cerro arriba, acarreando los productos de sus saqueos hasta el punto de encuentro con sus receptores, y al parecer quienes debían evitar aquello eran los únicos en todo Valparaíso que no se daban por enterados del puntual modus operandi.

En ese entonces, las autoridades políticas tampoco estuvieron a la altura. Un par de días previos al imprevisto Estallido, había sido designado un Gobernador subrogante, Gonzalo Le Dantec, tras la oportunísima y cronométrica renuncia de la anterior Gobernadora. Quizás porque no será rival electoral del alcalde, o por algún tácito período de gracia, ninguna responsabilidad le fue imputada públicamente ni siquiera hasta el día de hoy, ya ratificado (muy a su pesar) en su cargo. Por el contrario, el Intendente Jorge Martínez ha sido el rostro de la represión y el descontrol en la ciudad, ya sea tanto por su responsabilidad política como por su pésimo manejo de la crisis. Acostumbrado a hablar con empresarios durante su gestión en la Cámara de Comercio Regional, o a fascinar a profesoras católicas con sus carismáticos discursos evangelizadores como directivo académico, su desplante político fue penoso desde que asumió: basta recordar cuando responsabilizó a supuestos “extranjeros” por el crimen del profesor Nibaldo, o cuando culpó al polen por la intoxicación de los habitantes de las contaminadas ciudades de Quintero y Puchuncaví. No es lo mismo hablarle con la verdad a la población que hablarle de los prejuicios que quieren oír a sus patrones, y eso al parecer no lo supo diferenciar.

El Alcalde Jorge Sharp, por su parte, aprovechó la situación para posicionarse a nivel nacional como “protagonista de la revolución”: dos días después del Estallido en Valparaíso realizó un grotesco punto de prensa con sus seguidores más fervientes en el edificio consistorial. Ante las consignas de “no estamos en guerra”, “Jorge, amigo, el pueblo está contigo” y carteles de apoyo diseñados e impresos en la municipalidad, respondió al discurso que el día anterior dio el Presidente Sebastián Piñera en cadena nacional. Al día siguiente inauguró una especie de matinal propagandístico transmitido vía streaming en las redes sociales de la alcaldía, y en días posteriores convocó a un premeditado cabildo municipal para rivalizar con los masivos cabildos organizados por la Mesa Social de Valparaíso.

Durante semanas, las pantallas fueron la única presencia del alcalde en Valparaíso, hasta que los comerciantes de calle Condell (con chalecos amarillos) se encadenaron en las puertas del edificio municipal, exigiendo su presencia física. Un par de días después, y por exigencia del COSOC y el Concejo Municipal, convocaría al primer y tardío Consejo Comunal de Seguridad Pública de emergencia. Semanas después convocó a otro consejo de emergencia; pero esa vez, en una actitud que se repetiría cada vez que debía reunirse con otras autoridades, dejó plantada a la concurrencia y viajó ruidosamente con sus partidarios más incondicionales y todo su equipo de prensa a entregar una carta a La Moneda, que debió ingresar mediante la oficina de partes.

De ese modo llegamos hasta el día de hoy, y a una rutina que se ha repetido semana tras semana: no ha habido ningún, absolutamente ningún rostro que pueda identificarse como “La Autoridad” presente en Valparaíso ante la crisis. Y mientras ellos se mandan recados como niños taimados que no se hablan entre sí, la “zona cero” de la ciudad queda cada tarde obstaculizada por llameantes barricadas; es gaseada desproporcionadamente por las fuerzas policiales con quizás qué productos químicos que ahogan durante días a los porteños; de vez en cuando algún local comercial es saqueado o incendiado; otro anuncia su cierre definitivo; y las plazas pierden sus patrimoniales baldosas, escalinatas y piletas, carcomidas diariamente para convertirse en proyectiles.

 ¿Y los habitantes? Ante la amenaza del desabastecimiento de los primeros días surgió una inaudita unidad entre vecinos, los negocios de los barrios se volvieron el principal lugar de abastecimiento y eran comunes las reuniones, asambleas y conversatorios. Hubo unos días en que parecía renacer en los vecindarios una vida que estuvo por generaciones encerrada dentro de las paredes de las casas. Pero la rutina intervino y también provocó su efecto negativo, nutriendo posturas que ante la desesperación se hacen cada vez más polarizadas: vecinos que quieren que vuelva todo a la normalidad, vecinos que quieren radicalizar la violencia, vecinos que se sienten ajenos al movimiento y vecinos que se creen dueños del movimiento. Vecinos que ya no se hablan. Mientras tanto, como niños taimados, nuestras ajenas autoridades locales creen estar en el río revuelto que les dará solo a ellos su egoísta “ganancia de pescadores”, haciendo cálculos políticos sin hablarse entre ellos, pero sí hablándole a sus patrones o jugando a hablarle al país a través de la la pantalla de Facebook, sin jamás hablarle a Valparaíso.

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