[CRITICA TEATRAL] Islas del Porfiado Amor: un grito a la desesperanza

22 Noviembre 2018

Escrita por Juan Radrigán el año 94, Islas del Porfiado Amor vuelve a los escenarios por la compañía Teatro Secuela en la dirección de Aldo Parodi y financiada por un Fondart de Creación Regional 2018.

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Por Paula Jirkal Briones

Una pareja en condiciones adversas, llega a vivir al desierto en buscando un mejor pasar, pero los sorprendió la vida y los despertó la muerte en el lugar más árido del mundo, donde nada crece, la vida no es lo único que se va a terminar para esta pareja.

Escrita por Juan Radrigán el año 94, Islas del Porfiado Amor vuelve a los escenarios por la compañía Teatro Secuela en la dirección de Aldo Parodi y financiada por un Fondart de Creación Regional 2018.

La marginalidad como contexto material y lugar de enunciación, es una problemática que está del todo presente en gran parte de las obras escritas por Radrigán, sin embargo fijar nuestra mirada en las condiciones materiales de existencia que atañen a los protagonistas sería sesgado y reduccionista. Así mismo, la política como un eje que articula la marginalidad por su puesto que es un elemento presente en esta obra, pero no basta con detenerse solamente en eso.

Pues de alguna forma, esta obra nos recuerda que la política puede ser un tema del todo importante en la vida social, pero jamás podrá superar un desamor, una traición o una sensación de soledad. Islas del Porfiado Amor pone sobre la mesa una serie de reflexiones de orden ontológico y político, a mi parecer cabe destacar al menos tres de estas: la problemática de la trascendencia y el amor, responderían a esta premisa de reflexionar sobre las condiciones del ser, y por otra parte, la memoria como un soporte de las identidades, sería aquel componente que articula la reflexión entorno a lo político en la obra.

La primera consideración tiene que ver con la trascendencia y con el imaginario judeocristiano de la muerte, pues en la obra hay una serie de personajes que habitan en otro tiempo que ha sido detenido por el flujo de la vida; los muertos se encuentran en una especie de tránsito hacia ningún lugar, un especie de purgatorio que hace de estación de tren. Pero si son las normas sociales lo que crea la cultura, la muerte no es solo un hecho social, sino que también una construcción cultural y un espacio normado, pues la muerte también se ha convertido en una institución que es custodiada por lo divino.

La segunda reflexión tiene que ver con la importancia de la memoria histórica, pues estos mismos seres que ya no habitan el mundo de la vida, representan distintos momentos de la historia de Chile, todos ellos encontrados en el lugar más emblemático del país; el desierto, sí, el mismo que ha sido escenario de tantas masacres y que a dado fruto a todos los sueldos de Chile, pues aquí el desierto es un soporte de la identidad chilena y por ende, de nuestra historia.

A la manera del sinfín de granos de arenas que se han acumulado a lo largo de miles de años en el desierto de Atacama, es que en este territorio se acumulan y convergen distintos torrentes temporales encarnados en los muertos de Radrigán: una aymara muerta por el genocidio colonizador, la aristocracia chilena de los años 20 encarnado en una mujer, un obrero salitrero, un angelito que representa la tradicional forma de velar a un infante en el campo y los protagonistas que viven el golpe de Estado y posterior genocidio a cargo de la dictadura cívico-militar chilena.

De alguna forma, la memoria como una temática a exponer en las obras de teatro, es algo que ya es dominio de Parodi, pues sus últimos montajes como Ella&Ella de Teatro Ateva y Por Sospecha de Teatro Secuela plantean también lo importante que es develar el vínculo explícito entre política y memoria.

El tercer punto y para nada menos importante es el amor como punto medular de la acción dramática y una pregunta ontológica que abre la obra: ¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor? De una u otra forma, todos los personajes están acechados por este tipo de preguntas: los protagonistas que buscan un mejor vivir, se encuentran con la semilla fósil del desamor en en el desierto, o dicho de otro modo, con la muerte implacable de un sentimiento mal cuidado. Del otro lado tenemos un obrero que ante la negación de la muerte absoluta de todo lo que hay de vida en su cuerpo, desafía a la muerte enamorándose de una mujer viva, otra mujer vaga en búsqueda de su amor que le mal pago con engaño y traición, una cantante de ópera que viajó de Europa hasta acá para vivir con su amor encuentra la muerte y un ser que no encontre el amor propio ni en la vida ni en la muerte vagan juntos esperando alcanzar un estado de plenitud en un tiempo perecedero.

Por otra parte, la estética que se propone en la puesta en escena hace hincapié en las problemáticas que nos plantea la obra, pues no es posible hablar de la muerte, sin imaginar cómo luce. Con un excelente trabajo de iluminación, vestuario y música la muerte se convierte en un lugar para proponer una puesta en escena que exterioriza la interioridad de los personajes en una atmósfera oscura, desolada y desprovista de humanidad, lo cual no hubiera sido posible sin el aporte realizado por Elias Sepulveda, Claudia Verdejo y Cuti Aste en el área técnica, pues sus diferentes trayectorias laborales evidentemente los preceden (Sepúlveda y Cuti Aste en el Gran Circo Teatro y Verdejo en el Teatro del Silencio).

También, pese a que el elenco destaca en su gran mayoría por ser aún bastante jóvenes, logran encarnar un lenguaje común que es articulado de muy buena manera. En torno a esto, es posible señalar que existe una especie de puente entre los personajes que realizan algunos miembros de la compañía que trabajaron en el montaje anterior: Por Sospecha, pues Araya continuaría siendo un proletario, Osorio un niño y Romero un rebelde, dicho esto es necesario guardar las proporciones porque no quiero decir que se se copien a ellos mismos, en realidad eso no sería posible, ya que pese a existir rasgos comunes entre los contextos que atañen a cada uno de estos personajes, son bastante distintos. Más bien digo esto con el fin de señalar que de una u otra forma, el trabajo realizado por estos integrantes previamente ha nutrido su trabajo actoral y se ha constituido en un soporte desde donde pensar o imaginar nuevos lugares de expresión. Sin embargo, que estos actores realicen siempre el mismo estilo de personajes también podría ser riesgoso, por lo que cabría preguntarse si en un montaje siguiente seguirán con esta misma tónica.

Tampoco se puede dejar de mencionar que el rol protagónico que asume Loreto Cartes retrata de excelente manera la contradictoria feminidad de su personaje dulce y áspero al mismo tiempo, por último, el momento final del montaje es coronado con la implacable actuación de Parodi, cuyos años de trayectoria actoral son prácticamente palpables en su cuerpo.