El Arte como Irritación

06 Marzo 2013

La obra montada en el ascensor del cerro Monjas irrita la continuidad de la percepción colectiva de su ruina. La estructura inerte que sostiene los rieles reproduce el andamiaje imaginario de una cultura averiada. Por Justo Pastor Mellado

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Por Justo Pastor Mellado

La internacionalización del arte chileno no pasa por llevar obras fuera del país, solamente, sino de convertir a nuestra escena en una superficie de recepción determinada. Es decir, en un campo de acogida de iniciativas formales que valorizan el lugar. Por esta razón, una institución asegura la internacionalización porque hace que nos vengan a ver. Debemos hacer venir. Porque trabajamos la hipótesis de que tenemos algo que va a infractar la mirada de (un) Otro. 

Daniel Baumann, el artista suizo que dio una conferencia sobre su trabajo el pasado lunes 25 de febrero en el PCdV, hablaba recurrentemente de su obra como de una irritación. Hablamos de superficie de recepción y hablamos de irritación sobre dicha superficie.  La obra produce situaciones de irritabilidad en la percepción de referencias inadecuadas. Sobre todo, obras que se disponen en un espacio público ya sancionado por la ruinificación del ascensor del cerro Monjas. De modo que la construcción de una estructura abstracta sobre los rieles, pone el dedo en la herida, ya que señala el lugar de un imposible. Evoca todas las historias de movilidad retenidas en la deflagración de una representación de una mecánica llevada a dimensiones colosales. Solo en este señalamiento es posible re-editar la discusión sobre la noción de traslado vertical, ya certificada por las canónicas imágenes de Joris Ivens.

Siguiendo esta idea de irritación, traigo a colación un viejo artículo del filósofo francés Max Loreau, publicado en 1968 en la revista Textures, bajo el título Arte, Cultura, Subversión. Resumo el párrafo inicial en provecho de mi argumentación, partiendo de una frase que a Jean Dubuffet le gustaba repetir y que sorprende por su carácter enigmático: el arte es anticultura.

Voy a  suavizar el enunciado formulando la frase de la siguiente manera: el arte es la conciencia crítica de la cultura. Siendo ésta, una frase que evoca la existencia de un conflicto entre arte y cultura que constituye la vida misma del arte. El arte mismo es la conciencia de dicho conflicto. De modo que al momento en que el arte deviene cultura, deja de ser arte, propiamente hablando. Sería otra cosa, que en nuestro contexto se ha dado en llamar “producción simbólica de compensación”, cuyo manejo hemos entregado a determinadas instituciones.

En algunas bromas que se hacen en encuentros de profesionales del sector se sostiene que todo lo que tenga que ver con cultura debiera depender del Ministerio del Interior. Esto, porque la cultura es un sector destinado al manejo y vigilancia de las intensidades irritables en el campo social. Cultura dependería de un gran departamento de prevención de riesgos. Daniel Baumann habla de la irritabilidad que las obras hacen aparecer sobre la superficie cultural de los fenómenos.  Al hablar de superficie cultural se refiere a esta especie de pátina que encubre el reconocimiento de los procesos mediante la conversión de su objeto en fetiche.

Hay una especie de incompatibilidad entre esta obra y su recepción domesticada. Pero esto no es más que una condición de las relaciones que anudan la cultura con la creación artística. La creación es disuelta en el momento que la cultura intenta cogerla y otorgarle un estatuto, sostiene Max Loreau. Y agrega que la creación designa la aparición de una novedad imprevista, que como tal no existía todavía en la cultura y que en cierta manera la niega en el momento de su aparecer. Aquí reside su inquietante condición; porque obliga a imaginar la existencia de un campo situado fuera de la cultura, cuando el pensamiento no hace otra cosa que integrarla en sus límites. Este es el sentido que proyecta el sub-título del artículo de Juan Ignacio Rodríguez en el Artes y Letras del domingo 3 de marzo: la exposición que quiere borrar los límites de Valparaíso.

No puede haber tanta soberbia en el enunciado. Esto denota la existencia de una tensión entre Valparaíso y su afuera interno que viene a ser una metáfora de su propio extrañamiento, como percepción perturbada de su propia  territorialidad. De este modo, el límite al que alude la exposición –Of Bridges and borders- apunta a establecer distinciones en el seno de la propia cultura local, que permitan des-incorporar unas obras como potenciales delimitadores de una suspensión simbólica.

La obra montada en el ascensor del cerro Monjas irrita la continuidad de la percepción colectiva de su ruina. La estructura inerte que sostiene los rieles reproduce el andamiaje imaginario de una cultura averiada. Está puesta allí para hacer visible el andamiaje y concentrar la mirada en la obra, entendida como aquella anomalía que permite reconocer la fortaleza de la estructura que se resiste a ser desmantelada.