Judy y Parasite: Quizás nuestros legisladores puedan aprender de ambas películas

Judy y Parasite: Quizás nuestros legisladores puedan aprender de ambas películas

28 Febrero 2020

Ni la historia de Parasite ni la de Judy podrían alcanzar otros desenlaces mediante soluciones sencillas o puramente institucionales. Por decirlo de un modo muy loca, mediante una Asamblea Constituyente. 

Yuri Carvajal >
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Por Yuri Carvajal

Vi casi juntas Judy y Parasite. Ambas con flamantes Oscar. Pero quedé con mejor gusto con Judy. Aparentemente una película más en el orden y digerible por un público amplio, pero vi en sus imágenes un oficio cinematográfico especial, aunque quizás su mejor juego sea citarse y producir una reflexividad sobre su arte e industria. 

En contraste, Parasite enarbola una historia casi perfecta, siempre crítica y develadora de ocultaciones y velos, de undergrounds.  Una narración con enigmas, pasiones lentamente acumuladas, violencia y desigualdades, en medio de un país modelo. Cargada de símbolos y enigmas, muy conectada con las frases y banderas de nuestro emergente post octubre.

Judy al revés, despliega una historia conocida, sin sorpresas, que casi reanima una larga secuencia de  musicales y shows dance, plumas y congas.  

Y sin embargo Judy puede ser vista como una radical crítica a las definiciones de género, a Hollywood como industria tóxica y sexualmente abusiva, sobre todo con la infancia y adolescencia. Pero también a la medicina moderna o si se quiere, a la psiquiatría, como aliada pronta con los dueños del presente. El mismo retrato de la artista que nos propone, dibuja a un personaje errante, con imposibles raíces inmobiliarias, articulando una palabra incisiva y veloz, más cercano en sus caracteres a la tradición francesa decimonónica del flaneur que a las estrellas de la pantalla.

Judy no es imaginable sino como cine, como historia visual luminosa, con planos secuencias y cámaras en movimiento. Tal vez allí asiente su incisividad de largo plazo y conclusiones que emergen tardíamente cuando el espectador se ha marchado.

Parasite golpea veloz y hondo, como un arte marcial.  Sin dejar lugar al respiro ni a la distancia. Su guión es más próximo a la dialéctica, a las oposiciones y a la crisis resultado de la colisión de esos opuestos, un relato hegeliano, en el que uno no puede dejar de sentir la presencia de Byung Chul-Han. En las reglas de la sobrevida, no hay espacio para el arte y el talento que no sea su uso comercial. Finalmente toda posibilidad de solución para las más mínimas cuestiones, tiene que ver con movilidad social y ascenso, con el uso de las reglas inmorales del sistema. La precariedad es la forma de vida, una constante tan fuerte que se vuelve una estructura.

Judy está contada desde la diferencia y la repetición, más que a través de un juego de oposiciones. Judy es pobre y millonaria a la vez, privilegiada y excluida, afortunadísima y desdichada.  Los islotes de estabilidad que levanta son miserables y oropelados, en hoteles de elite, pero siempre prontos a ser desalojados o irrumpidos. La intimidad fracasada no es una abominación de esa vida cotidiana, sino simplemente la inagotable promesa de que una omelette arruinada puede ser recuperada.

Ni la historia de Parasite ni la de Judy podrían alcanzar otros desenlaces mediante soluciones sencillas o puramente institucionales. Por decirlo de un modo muy loca, mediante una Asamblea Constituyente. 

Si ambas historias arraigan en mundos actuales y ambos tienen mucho que ver con lo que ocurre en nuestro país, quizás nuestros legisladores puedan aprender de ambos films alguna nueva lección política más oportuna que las que hasta ahora proponen.