Memorias de un artista nacido de nuevo: Capítulo 3

Memorias de un artista nacido de nuevo: Capítulo 3

04 Julio 2018

Memorias de un artista nacido de nuevo: mi vida en el arte, relatando experiencias desde los comienzos hasta la actualidad, una escritura autobiográfica. 

Andrés Ovalle H >
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Enfrentando cambios

Cuando tenía catorce años, el cura de religión le hizo saber al curso que tenía un cuete de marihuana y quien lo quisiera se lo daría si iba a su oficina en el recreo. En esa época creía en los curas, por lo que caí en la trampa. Me dijo que la conversación no saldría de las cuatro paredes. Comenzó el interrogatorio mientras me mostraba el bob que dejaba aparecer y desaparecer tras el escritorio. Tocaron la campana para volver a clases y nunca me pasó el cuete. A los dos días me llamó a su oficina el bigotón del Pato Arellano, el inspector. Puso sus zapatos sobre el escritorio y comenzó a hacerse el simpático. Hubo otro interrogatorio, pero esta vez fui más cauto con la información. Al final me mandó al psicólogo al que nunca asistí. El cura no solamente me había mentido, también me había zapeado. Algo se desmoronó en ese instante, dejé de creer en los curas y a mirar con desconfianza las sotanas y la institucionalidad católica.

Memorias de un artista nacido de nuevo - Capítulo 1

Memorias de un artista nacido de nuevo: Capítulo 2

Pero lo anterior no me hizo cesar la búsqueda de Dios. Años después, ya en la universidad, tuve una experiencia sobrenatural con Dios, un encuentro real que sembró en mi corazón un fuego incontenible. Supe que Dios estaba vivo, comprobé que existía. Pero no fue hasta años después, a mi regreso de Nueva York, que Dios se reveló a mi vida de modo radical, cuando en una pequeña iglesia protestante conocí el amor de Jesús, del cual nunca más me separé. Entonces me convertí en un artista Nacido de Nuevo.

Ese año, como todos los años anteriores, pasé de curso “condicional por actitud”. Al parecer por chorizo aunque nunca le respondí a un profesor. La diferencia es que ahora me había llegado una papeleta y debía asistir a una entrevista con el rector del colegio. Llegué a la hora fijada, a las tres de la tarde. Fui con ropa de calle pues al colegio iba en la mañana. Vestía blue jeans y zapatillas. El rector llegó a las 3:30. Pasó de largo sin saludar y tras sí cerró la puerta de su oficina. La secretaria entró y salió rápidamente para decirme que el rector decía que debía ir a ponerme terno para hablar con él. Quedé extrañado. Le dije “dígale al rector si quiere hablar conmigo o con mi ropa”. Me fui y nunca más volví. Sáquenme de este colegio, les dije a mis viejos al llegar a casa.

Tercero y cuarto medio lo pasé en un colegio mixto donde la profesora jefe enseñaba artes plásticas, la Pia Massai, quien me estimuló a seguir pintando. En esos años me afané por concebir pinturas que pudieran suplantar la realidad, que pudieran llenar la ausencia de amistades de infancia perdidas abruptamente. Al parecer de eso se trataba la vida, de una renovación y seguir caminando pese a los desencuentros y las perdidas, pese a los cambios y sueños inconclusos.

Notación de Memoria con mano izquierda. Fragmento 10

Pasando de tercero a cuarto medio viajé durante un mes por el sur de Chile. Exploré varios pueblos y ciudades de Chiloé y la región de los Lagos. Experimenté la libertad de dormir donde cayera la noche. Desperté con sonidos de vacas y animales junto al olor de la leña y el humo de chimeneas. Amanecí con el rocío que impregnaba la olla que le había robado a mi abuela al salir de casa y que cuidaba como hueso santo.

Junto a un amigo caminamos quilómetros haciendo dedo por la carretera. De pueblo en pueblo, entre paisajes silvestres, caminos de tierra y nalcas gigantes, respiré la libertad. No saber lo que deparara el destino era una sensación irresistible. Solo llevaba carpa, saco de dormir, linterna, yerba  y algunos víveres. En el campo abierto aprendí a valorar las comodidades. Comprendí que pese a cualquier dificultad, la vida era gratis y estaba abierta para quienes quisieran descubrirla. Ese viaje me enseñó a contemplar la belleza de los ríos y las montañas al atardecer. Me zambullí desnudo al lago Llanquihue bajo los rayos de la luna llena. Busqué escondites entre árboles para capear la lluvia. Descubrí que respirar era algo extraordinario. Cada noche compartía de una fogata junto a otros viajeros cantando canciones de Sol y Lluvia “pero anda levanta la cabeza y verás, todo lo que es la realidad” y escuchando historias que rondaban sobre los milicos y la dictadura. Disfruté de la hospitalidad de la gente del sur que gratuitamente nos regalaban pan, queso y leche de cabra recién ordeñada. Aprendí a valorar el trabajo de campesinos que labran la tierra.

Notación de Memoria con mano izquierda. Fragmento 11

Una noche llegamos a Castro y arrendamos una pieza a las afueras de la ciudad. Hicimos ron con café para capear el frio y nos quedamos dormidos. Al amanecer desperté, abrí la puerta y encontré que estábamos rodeados de agua alrededor. Nos había arrastrado un río mientras dormíamos. La pieza estaba sobre unas cámaras de camión infladas y amarrada mediante una cadena a un palafito que se veía a la distancia. Estábamos en una casa bote. La arquitectura sureña me cautivó. Entonces pensé en ser arquitecto y hacer casas flotantes. Pero el amor por los colores fue más fuerte.

El paisaje chileno se impregnó en mi memoria para aflorar más tarde en pinturas y dibujos. Años después leí que los pintores chilenos tienen una obsesión por el paisaje. Es inevitable. Abstraerse de la línea del horizonte para quien vive junto al mar es algo muy difícil, siempre aparece en mis pinturas pese a los esfuerzos por desprenderme de las referencias del paisaje.

A mi regreso de ese viaje encontré la casa vacía. Mis padres y hermanos andaban de vacaciones. A los dos días llegó un vecino que venía del norte. Había viajado junto a mi hermano al desierto de Copiapó y regresó antes para matricularse en la universidad. Traía peyote San Pedro molido. Había que tomar solo una cucharada, nada más. Compramos una botella de ron. Con la choreza del viaje me hice el valiente y tomé dos cucharadas. Luego de una hora tuve una experiencia que me enfrentó cara a cara con el surrealismo, con la obra que creaba en esa época.

Notación de Memoria con mano izquierda. Fragmento 12

En el taller que improvisé en la casa de mis viejos colgaban de las paredes cinco o seis cuadros verticales donde aparecían retratos y torsos de personajes imaginarios. Cada retrato contenía formas que gravitaban alrededor del rostro, algunos con cabezas como cántaros de greda de las que salían pájaros, martillos, objetos, animales y formas improvisadas. Cuando el peyote San Pedro hizo efecto, esos personajes y formas comenzaron a moverse dentro del cuadro. Habían cobrado vida como el protagonista de Niebla, de Miguel Unamuno, quien se rebelaba de su creador al sostener que no era un ente de ficción creado por él, sino que era real. Había un mundo interior en cada pintura que se emancipaba y se movía como una película. Tuve que salir del taller. Fui al baño a mojarme la cara. El agua se movía en mis manos como luz de cristal. Miré mi rostro al espejo y lo noté sin carne. Volví al taller donde estaban las pinturas. Las miré de reojo mientras caminaba y los personajes me observaban tratando de salir de los límites del cuadro. Escuchaba sus voces que murmuraban junto a un ruido como pito que resonaba en mis oídos. Le dije a mi amigo lo que me sucedía y que me ayudara a dar vuelta las pinturas porque estaban vivas. Una vez que las giramos a la pared retornó la paz.

¿Qué había sucedido? ¿De dónde venían esas formas y personajes que yo mismo había creado y que ahora tenían vida propia?

Luego de reflexionar con calma, tomé la decisión de enfrentar las pinturas. Debía girarlas. No podía ser de otra forma pues ellas eran obras que yo había creado. Mi amigo me ayudó a girarlas una a una. Ahí estaban nuevamente esos seres moviéndose y el ruido en mis oídos se hizo más fuerte. Entonces me inundó un miedo incontenible. Terminé como un niño asustado bajo la cama donde desperté al otro día.

Comprendí que el arte y las drogas no eran un juego. Debía aprender a encauzar el torrente de la creatividad. Tenía un gran desafío, una gran responsabilidad. Dios me había dado un talento y debía cuidarlo.