La cajita feliz

La cajita feliz

09 Julio 2020

Llegó el momento de correr el velo mesiánico, a través del cual observamos y somos observados, es la hora de madurar políticamente, correr la frontera entre lo deseable y lo posible. 

Jenny Arriaza >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Hace unos días, las noticias mostraban en Valparaíso el saqueo de uno de los transportes escolares que llevaba las cajas de alimentos del gobierno para las familias del sector de Rodelillo, en otro video del mismo día, podíamos ver a dos señoras peleando a puño limpio por el acceso a las cajas. Desde entonces, las barricadas se han tomado la noche porteña, el grito de "la urgencia es ahora" hace eco en los pasillos de La Moneda.

Esas imágenes ilustran de alguna manera una lógica de circo romano, un espectáculo que representa la necesidad de sobrevivencia. Este circo posiciona en las gradas a las élites económicas y políticas, en la arena el pueblo. La dignidad de los últimos se modula en la dialéctica entre el poder y la dominación.

Esta economía de la sobrevivencia, inundada permanente por la sensación de fragilidad que implica caminar cual funámbulo por las cuerdas de un sistema inestable e indolente, implica ciertas variables: niveles de empatía y de dignidad, parámetros de inclusividad y equidad, reconocimiento y valoración del Otro, grados de confianza, entre otras por supuesto, y que nos dirán el lugar donde se sitúa la acción política: más cercana al poder (una relación bidireccional) o de la dominación (una relación unidireccional y asimétrica per se).

El grado de confianza, es un elemento esencial en las relaciones humanas y por ende en las relaciones políticas. En este sentido,la distribución de cajas de alimentos representa el arquetipo del grado de desconfianza que tienen hoy los gobernantes respecto de la toma de decisiones y la responsabilidad que los ciudadanos podemos tener.

La escala de la economía de la sobrevivencia que se ha instalado en nuestro país, manifiesta la voluntad de ejercer y perpetuar una relación de dominación, pues el gobierno decide qué tipo de ayuda merecemos, necesitamos y debemos tener. En el fondo, el gobierno decide nuestras prioridades. Esto representa la muestra de un paternalismo estatal controlador y asfixiante y del infantilismo desvalido al que nosotros voluntariamente, a través de nuestro voto, hemos decidido abandonarnos y perpetuar.

La pregunta que deriva de esta situación es políticamente muy interesante: ¿Si no somos capaces de priorizar y por ende de tomar decisiones acertadas, bajo cuál argumento podemos mantener el derecho de votar? ¿Si no puedo tomar la decisión del destino de un beneficio económico, cómo puedo tener el discernimiento para delegar en otro el futuro mío y de mi entorno?

Este dilema se parece mucho al dilema de Wollstonecraft, solamente que el sesgo aquí no es de género sino de clase, en el cual la diferencia de clase, se utiliza como argumento para legitimar la desigualdad. 

Muestra de ello, esta vez en la vereda opuesta de las cajas, es la actitud mañosa del gran empresariado, que aprovechando la falta de fiscalización y control de nuestras instituciones, ha cambiado de giro sus empresas con el fin de obligar a sus trabajadores a cumplir funciones no primordiales en tiempos de cuarentena. Esta actitud, es a su vez una muestra de desconfianza hacia el gobierno y sus decisiones (la cuarentena en este caso). Ante un llamado al orden, el gran mundo empresarial decide estar por sobre la ley, y a priori por sobre el gobierno. Ellos son el pequeño grupo privilegiado de personas que SÍ tiene la capacidad de decidir qué comer y qué hacer con su dinero, no como el sujeto de tercera clase, que situado por los dominantes en las fronteras del sistema, no tiene otra posibilidad que aceptar la decisión de los primeros.

La desconfianza, es la base en la cual se asientan todas las relaciones político-administrativas en nuestro país y por ende la visión que prima sobre quienes votamos. No hay una sola institución que no genere desconfianza, por ende, el estallido social de octubre 2019 y el que vendrá este 2020, son consecuencia del profundo sentimiento de abandono de los tres principios básicos que enarbolaron las democracias posterior a la revolución francesa: la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Por ello, se hace urgente que las instituciones sean purgadas, hagan su propio mea culpa e inicien un proceso urgente de transformación real. Nadie puede estar por sobre la ley y la ley debe adaptarse a su momento histórico, ni la ley ni el poder de un gobierno son suis generis, muy por el contrario, como todo aquello que el hombre construye tienen un origen y un fin. No existe un cheque en blanco que autorice llevarnos a la hambruna o la muerte, sin consecuencias.

Sin embargo, la crisis de confianza, no es más que un juego de espejos, el que refleja siempre la imagen de una desconfianza recíproca propia a la visión paternalista, jerárquica y vertical, implícita a la relación entre dominantes y dominados. 

En este sentido podemos decir que las próximas elecciones pueden ser un cambio de paradigma, el fin de la transición de un modelo transversal de incumplimiento de expectativas, presente en los roles que todos y cada uno de nosotros debemos cumplir dentro de la sociedad.

Quienes asumirán la tarea de presentarse en las próximas elecciones, deberán jugar según las reglas del nuevo orden, aceptar el rol de motivar, empujar y concretar los cambios que se requieren para restaurar la confianza perdida y la consiguiente estabilidad social y económica del país. Nosotros, los electores, deberemos asumir la responsabilidad de votar por gente que represente y esté comprometida con las directrices dele nuevo modelo, capaces de romper con la vieja dialéctica que nos obliga a escoger entre conservadores/reaccionarios y disruptivos/díscolos. 

Llegó el momento de correr el velo mesiánico, a través del cual observamos y somos observados, es la hora de madurar políticamente, correr la frontera entre lo deseable y lo posible. La madurez política, es introspectiva y nos invita a pensar en el bien común, el voto, la herramienta pacífica transformadora.

Foto: Huawei / Agencia Uno