Opinión: Las contraindicaciones de una mala reforma

Opinión: Las contraindicaciones de una mala reforma

31 Enero 2015

No hemos tenido la capacidad y la claridad suficiente para desafiar el modelo neoliberal en su misma forma y fundamento, con una reforma social que permita un avance audaz, capaz, duradero y proporcional ante las verdaderas necesidades sociales.

Andrés Gillmore >
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El triunfo del neoliberalismo como ideología dominante se consolidó definitivamente durante los años noventa; en Chile podríamos decir que hicimos la gran contrarreforma desde la misma llegada de la dictadura, ante un proceso que se consolidó definitivamente con una serie de principios fundamentalistas que hasta ese entonces no teníamos muy claro y que pasaron a ser la biblia en nuestra larga y angosta faja de tierra en lo que se refiere a desarrollo y crecimiento.

El individualismo exacerbado, la supuesta libertad de elección, la democracia del binominal, la supuesta igualdad de oportunidades, bajo el imperio de la ley por la defensa sine qua non de la propiedad privada, en una sociedad que creyó totalmente en el libre mercado y la concepción de un Estado en su más mínima expresión, para lograr una apertura económica a como dé lugar, fundamentaron la competitividad y la extrema flexibilidad laboral, como base de sustentación de nuestra sociedad desde ese entonces y hasta los días de hoy.

El reformismo de esos años tomó distintas esferas del sistema socioeconómico de Chile y lo catapultó desde sus mismas bases para apoderarse de él, implementando desde el año 1979 hasta 1986 una estructura de manipulación estratégica del sistema tributario, privatizando la salud, la educación, las AFP, el Banco del Estado, el agua; desnacionalizaron el cobre; se implementó una ley de fomento forestal poco lógica, que sólo benefició los grandes empresarios en detrimento de las comunidades; implementaron una ley de subcontratación desprolija y sin sentido, subyugando todo el proceso a la constitución de 1980; aprobada en plena dictadura bajo cohecho, por una ciudadanía temerosa que no le quedó otra alternativa que aprobarla.

El modelo reformista neoliberal tuvo cinco ejes vitales: apertura al exterior en exportaciones y importaciones, se minimiza la funcion del Estado, se privatizó el sector público empresarial, se reformó totalmente el funcionamiento del mercado de trabajo y de todo el sistema financiero. En el fondo lo que se hizo fue favorecer por medio de la privatización del Estado, a toda una clase social-económica de extrema derecha, que se apoderó de los bienes del Estado y logró que la clase política se hiciese sumisa a los intereses de los grandes consorcios internacionales.

El formato neoliberal con los años se fue transformando en un retroceso social en todo sentido; tanto fue así, que con el tiempo se fue manifestando en las más diversas formas, para finalmente quedar expuesto y en total evidencia, cuando esos mismos grupos económicos y de poder lograron la proeza inesperada de llegar a la Moneda a través de Sebastián Piñera, exponiendo a los grupos de poder ante una ciudadanía cansada de la desigualdad de los últimos veinte años en el formato social, político y financiero con que se administraba y se desarrollaba el país. Proceso que nos introdujo en una desestabilización social inédita en la historia contemporánea de Chile, que en la década de los setenta propició el golpe de Estado y la dictadura militar solo que en el otro sentido.

Las mismas concesiones que tanta estabilidad proporcionaron en el pasado, ya no eran lo suficiente confiables y estables para sostener el proceso reformista; demostrando que nada era tan así y que todo había sido un espejismo económico que ocultó la incongruencia de la reforma neoliberal de los años noventa y que todo había respondido a una dinámica de expansión, para entregar más estabilidad a los grupos con poder económico, en detrimento de la misma sociedad que los sostenía, ante un mundo ciudadano que durante mucho tiempo poco entendió lo que estaba sucediendo, pero que hoy exacerbando ante la realidad y el declive funcional cada ves más exacerbado del Estado, utilizado por la oligarquía económica para manipular el orden institucional y usarlo a su propia conveniencia.

El comienzo de la crisis estructural del sistema, tuvo su inicio al quedar en evidencia las grandes ganancias obtenidas por los grupos financieros y el abuso de poder con que las habían obtenido; se podría decir que fue la crónica de una muerte anunciada, que sustentó el reformismo de los años noventa y que no quería dejar de sostener para justificarse incluso pasadas dos décadas con el discurso simplista y trasnochado, que la acumulación constante de las mejoras financieras de los grupos económicos al apoderarse de las riquezas naturales del país, arrojaría cambios sociales cualitativos y cuantitativos en el mundo social como un todo y lograríamos bajo ese concepto transformarnos en una sociedad más homogénea, con estabilidad, armonía, justicia social y sustentabilidad; lo que a decir verdad con los años se transformó en la gran falacia con la que fundamentaron la reforma neoliberal y sustento la crisis actual y sus repercusiones en todo orden de cosas.

Hoy podríamos decir sin riesgo a equivocarnos, que se está consolidando la gran contrarreforma social, que en palabras más simples es entender que los progresos parciales con que nos sostuvimos y nos proyectamos por un par de décadas económicamente, eran bajo la perspectiva actual una mera ilusión y totalmente insuficientes bajo los cánones actuales, haciéndose imperativo cambiar los fundamentos de la añeja reforma neoliberal de los decadentes años noventa; para que la actual contrarreforma no sea relativizada como suele suceder, con objetivos solo en la medida de lo posible, cuando lo que necesitamos verdaderamente es un trabajo con proyección de futuro, para cambiar la estructura del modelo y que las iniciativas reformistas de hoy no puedan ser revertidas y se transformen con el pasar del tiempo, en simples procesos acumulativos de buenas intenciones de una realidad mal evaluada.

Tenemos la necesidad y la obligatoriedad de constituir alternativas aún más reformistas como las pretendidas, para revertir las desigualdades y las devastadoras contraindicaciones ante una posible mala reforma; que no es otra cosa que el caldo de cultivo de una crisis aún más profunda y devastadora como la actual.

A pesar de todo y de todos los intereses creados en uno y otro sentido, no hemos tenido la capacidad y la claridad suficiente para desafiar el modelo neoliberal en su misma forma y fundamento, con una reforma social que permita un avance audaz, capaz, duradero y proporcional ante las verdaderas necesidades sociales.

La articulación de la verdadera contrarreforma debe tener una gran proyección social, entendiendo la diferenciación y la inseparabilidad de los objetivos reformistas que se pretenden, haciendo que las demandas tengan un carácter estratégico para obtener la capacidad de defender la tierra, el agua, los bosques, inclusive el mismo aire que respiramos por la recuperación de la soberanía y la posterior administración y protección de los recursos naturales, que son de todos y no de algunos.  

Necesitamos liberarnos de las simplificaciones del pasado que tanto daño nos hicieron, al tratar de confinar el papel de la ciudadanía como algo sub-valorable y fuera de propósito, como lo ha hecho hasta ahora el mundo político y su concepto paternalista de la ciudadanía, saliendo de la concepción histórica de lo que somos y representamos como ciudadanía capaz de entender y valorar el proceso reformista. De ahí la necesidad de construir un desarrollo sustentable, con una reforma social y económica auténtica y duradera, más de acuerdo con nuestras propias ventajas comparativas y lo que representamos en realidad.