La cuarentena en la ciudad y la trampa de la regresión “bondadosa”

La cuarentena en la ciudad y la trampa de la regresión “bondadosa”

25 Mayo 2020

Esta idea plantea que la oportunidad del futuro sustentable estaría en la vuelta al pasado. Frente a esta ilusión, conviene considerar algunas precauciones.

Marcelo Ruiz >
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Por Marcelo Ruiz Fernández

Arquitecto

Las medidas determinadas por la Cuarentena y su impacto en el funcionamiento urbano, han dado pie para una serie de especulaciones respecto al futuro de las ciudades. No es para menos. Después de todo están en juego dos principios claves de la organización económica del territorio. El primero es la concentración demográfica que genera interacción social, empleo y crecimiento. El segundo es la gravitacionalidad, que explica cómo las grandes ciudades influyen sobre las más pequeñas en virtud de las diferencias de tamaño y distancia. 

Entre toda la futurología abierta por la desestabilización de estos dos principios, emerge una idea inquietante que ha estado latente por muchos años. Esta idea no es nada menos que la supuesta oportunidad que trae la pandemia, para implementar un proceso de regresión “bondadosa”. Una suerte de viaje al pasado a un mítico momento cero, en donde todo era noble, para desde ahí, ejecutar la refundación del desarrollo urbano nacional. De esta manera, la contingencia del Coronavirus serviría de catalizador para poner en práctica todos aquellos planteamientos que por distintas razones no han tenido el eco necesario en la política. En esta lógica, la ciudad “post codvid-19” sería, al fin, la ciudad compacta, de escala humana, llena de ciclo vías, sin autos y totalmente ecológica. Muy parecida a los pueblitos medievales, que por años han sido idealizados en la tendencias del diseño urbano del norte de Europa. 

En otras palabras, esta idea plantea que la oportunidad del futuro sustentable estaría en la vuelta al pasado. Frente a esta ilusión, conviene considerar algunas precauciones. La primera de ellas, es el hecho que las ciudades tienen una inercia enorme y no cambian de la noche a la mañana. Al contrario, los cambios urbanos dependen de las dinámicas económicas, los procesos socio-demográficos, los fenómenos ambientales y los avances tecnológicos. Esta condición obliga a ser muy cautos respecto a las reconfiguraciones que pueden tener las ciudades en los próximos años. Por lo pronto, con la economía en contra, las ciudades se enfrentan a una temporada en el congelador.

Una segunda precaución dice relación con esa obsesión que hay en ciertos círculos políticos respecto a desestimar los logros obtenidos en Chile en los últimos 30 años. La evidencia demuestra que en este periodo, las grandes áreas metropolitanas del país, han sido verdaderos motores de transformación social al masificar el acceso a las oportunidades, influyendo fuertemente en la reducción de la pobreza y en el crecimiento de la clase media. Por esta razón, la involución a ese pasado “pobre pero ecológico” que se refleja en la idealización del pueblito medieval, es una idea socialmente regresiva, ya que es a costa del mejoramiento de la calidad de vida de millones de familias chilenas. En esto se olvida que la sustentabilidad real es la ecuación entre el desarrollo social, el cuidado del medioambiente y la competitividad económica.

Existe una tercera precaución, que es la más relevante. Las especulaciones respecto al nuevo escenario urbano, no debe apartarnos de los verdaderos desafíos sociales que enfrentan las ciudades en el contexto de la pandemia. En el corto plazo el principal desafío es desconectar la siniestra relación entre la pobreza, la desigualdad urbana y la velocidad del contagio. En el mediano plazo es impulsar proyectos de viviendas para segmentos vulnerables que eliminen el hacinamiento y la localización periférica. En el largo plazo, es la implementación de reformas y políticas públicas que hagan más ágil la gestión urbana para levantar la economía y resolver los conflictos sociales.

Tal como lo evidencian las protestas por falta de alimento en la comuna de El Bosque, la segregación y la desigualdad urbana entraron a jugar un rol preponderante en la dinámica de los contagios. La base económica de las comunas que concentran pobreza, depende una enormidad de los empleos sustentados en actividades tales como el comercio informal o la construcción. Son familias cuyos ingresos dependen del “día a día” y que estarán imposibilitadas de cumplir extensas cuarentenas sin una ayuda estatal. A esto hay que sumar el hacinamiento y los largos viajes en transporte público.

Es difícil que la ciudad “post covid-19” sea ese lugar idílico con que algunos sueñan. Por el contrario, será una ciudad heredera de una crisis económica gigantesca. Por esta razón, lo más probable es que sea una ciudad más segregada, más empobrecida, más desintegrada y más violenta. Valparaíso sabe mucho de esto. Por años ha vivido de sueños regresivos. Por todo lo anterior las políticas públicas que deben impulsarse deben tener como foco principal, las necesidades de las mayorías; y no el sueño elitista visualizado en la regresión al pueblito medieval. En ese sueño caben muy pocos.

 

Foto: Huawei / Agencia Uno