[OPINIÓN] Chile en Crisis: Historias paralelas

[OPINIÓN] Chile en Crisis: Historias paralelas

22 Octubre 2019

Diversos estudios, los más conocidos son del PNUD, han venido evidenciando cómo una parte importante y significativa de la sociedad chilena siente que nuestro país es desigual y con altos niveles de injusticia.

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Por Eduardo Muñoz Inchausti, Académico Escuela de Administración Pública, Universidad de Valparaíso

Octubre de 2019 pasará a la historia. Podrá hacerlo como el mes en que la protesta social marcó un punto de inflexión en el proceso democratizador de Chile o lo hará como el mes donde, una vez más, miles de bárbaros -todos “vándalos y delincuentes”- intentaron expresar la “rabia” y el “resentimiento” de las y los perdedores del sistema. Podría ocurrir, también, que pasara sólo como un episodio de protesta, como tantos en la historia del país. Creo que esto último no ocurrirá por la magnitud del fenómeno.

Ambos discursos, el de la “esperanza democratizadora” y el del “miedo a los bárbaros” dan cuenta de pulsiones que viven en la sociedad. Es una puesta en escena de la expresión de fuerzas sociales que se han materializado en las movilizaciones de 2006 y 2011, en las presidenciales y parlamentarias de 2014 y 2017, así como también en la movilización feminista de 2018. La tensión estaba allí y los datos que la demuestran se vienen leyendo desde antes. 

Diversos estudios, los más conocidos son del PNUD, han venido evidenciando cómo una parte importante y significativa de la sociedad chilena siente que nuestro país es desigual y con altos niveles de injusticia.

Este malestar se manifiesta en la inconformidad con la distribución de la renta, principalmente con la proveniente del trabajo (bajos sueldos); hastío con el nivel de abuso de los operadores económicos en la explotación de servicios monopólicos (abusos); rabia con el nivel de endeudamiento en un sistema financiero abusivo (intereses excesivos y malas prácticas crediticias); decepción con la efectividad de la democracia para garantizar protección social (subsidios en vez de derechos); enojo y decepción con los actores políticos-principalmente con el parlamento- pues se sienten traicionados por la corrupción y asumen el discurso de sus representantes como vacío y demagógico (solo prometen y no cumplen; roban y son cómplices del sistema de abusos, todos son iguales). 

Todo esto se ha venido manifestando en el aumento de demandas por resultados justos del sistema y por el aumento significativo de la adhesión ciudadana hacia demandas como educación gratuita y de calidad, salud garantizada con calidad igualitaria y más recientemente con exigir un sistema de pensiones justo, donde las AFP´s retrocedan y aseguren pensiones dignas. En este octubre, fue el transporte insufrible de la ciudad de Santiago y también el apoyo ciudadano,  que desde los meses anteriores, ha venido recibiendo el proyecto de las 40 horas. Todas estas demandas son expresión y - consideradas de manera aislada - síntomas del profundo malestar y descontento.

Para que estos días de octubre pasen a la historia desde el discurso del “miedo a los bárbaros”, basta que sigamos- como sociedad- leyendo cada demanda de manera aislada, y las atribuyamos a la flojera, la poca cultura, la ignorancia o, incluso,  la maldad de quienes no se conforman con nada y se quejan de llenos y abutagados por el consumo que les ha permitido la “modernización capitalista”, modernización que, según algunos, ha sacado a los pobres de la pobreza, ha dado bienes antes impensados a la clase media y ha permitido la riqueza de los ricos. 

Si queremos que estos días pasen a la historia como expresión de la “esperanza democratizadora” debemos comprender la existencia de un continuo post-dictatorial que se viene expresando desde los 2000, que detona en 2006 y que ha buscado expresarse en todas esas demandas, no aisladas, sino expresión coherente del cansancio hacia la incapacidad de nuestro sistema democrático de imponer una sociedad más justa, solidaria, igualitaria y digna para todos y todas. Cuando la democracia no es capaz de imponerse a intereses minoritarios, pero poderosos, y no puede proveer bienes públicos de calidad ni garantizar que la riqueza material y cultural sea distribuida con justicia, entonces ella pierde sentido para quienes día a día sienten que sólo pagan costos y que otros se llevan los réditos. Vivir en sociedad también produce “plusvalía” (valor agregado) y los datos también demuestran que ese valor está siendo acumulado desigual e injustamente por unas pocas familias y unos pocos territorios.

Quizás este este mes de octubre sirva para dilucidar si es compatible un modelo centrado en la acumulación del capital – Wallerstein decía que ese es el sello del capitalismo- con un modelo basado en la distribución del poder entre humanos iguales (democracia), porque eso somos, humanos, aunque algunos insistan en ver sólo bárbaros. 

Foto: Huawei / Agencia Uno