[OPINIÓN] Estallido, fin de la metrópolis y reconstrucción de la vida

[OPINIÓN] Estallido, fin de la metrópolis y reconstrucción de la vida

24 Octubre 2019

Pasan los días y el escenario comienza a complejizarse. Ya no es Santiago sino Chile. La espontaneidad ha comenzado a coordinarse, autoconvocarse y las señales hacia el gobierno son claras: dimisión y nuevo pacto. 

Gino Bailey >
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II

El despertar en movimiento

Parte I: [OPINIÓN] Estallido, fin de la metrópolis y reconstrucción de la vida

Todo comenzó en Santiago de Chile y aunque los estudiantes de liceos y escuelas habían puesto la alerta sobre proyectos como “aula segura” y la intromisión de Carabineros y Fuerzas Armadas en los establecimientos, el encadenamiento fue sistémico afectando directamente la válvula que ha sostenido la seguridad social en el país: la familia, que bajo sus diferentes expresiones heterodoxas y poco exploradas: tíos y tías, primos o primas, padres o madres, abuelos y abuelas, han sustituido la deuda histórica de los marcos y convenciones que se tratan en un acuerdo constitucional. Como lo establece el ya clásico Rousseau en el contrato social.

Pasan los días y el escenario comienza a complejizarse. Ya no es Santiago sino Chile. La espontaneidad ha comenzado a coordinarse, autoconvocarse y las señales hacia el gobierno son claras: dimisión y nuevo pacto. Pero ¿qué hay detrás de aquello? La acción colectiva es un modo de hacer que va dotando de identidad a quienes la ejercen.Esto que lo elabora Alessandro Pizzorno y que Tejerina (2006) desarrolla en profundidad, es un aspecto relevante para despatologizar lo que está ocurriendo y posicionarlo dentro de la ética de lo que implica el descontento, la desobediencia civil y la participación social. Todo ante un contexto particular.Un laboratorio de las políticas sociales neoliberales llamado Chile.

Detrás del cacerolazo y las comparsas callejeras existen historias de vidas familiares que han crecido junto a tres generaciones pos democráticas. Aquellos que experimentaron la dictadura, quienes nacieron en ellas y los y las niñas y jóvenes que son parte de la pos-democracia y que solo escucharon hablar de esta. En esas tres generaciones convergen expresiones de vulnerabilidad social, que se transformaron en patrones universales para el caso chileno. 

Los y las adultas mayores y quienes se dirigen hacia allá no cuentan con un sistema de salud consistente con la pirámide demográfica envejecida que enfrenta el país. Quienes le siguen están palpando el cálculo de sus pensiones que en cinco, diez o quince años cerrarán en no más de 200 mil pesos chilenos, un equivalente a los U$250.

Las generaciones en edad de trabajar conviven con la falsa promesa de desarrollo. Quienes tienen calificación universitaria enfrentan mercados de trabajo colapsados y están en aras de generar otras estrategias de empleabilidad. Junto con entregar las pensiones a un sistema privado único en el mundo, ven cómo la salud y la educación tienen un costo económico que solo puede ser compensado con el consumo a través de deudas y créditos. El trabajo dignifica al ser humano y es la realización profunda con el medio, lo que está gravitando como parte de una radiografía de la pobreza. Las y los chilenos no están encontrando una realización en lo que hacen, que les permita además vivir.

El horizonte ofrecido a sus hijos sigue siendo el de la educación profesional pagada, que no cuenta con un mercado de trabajo ajustado a la realidad ni a la transformación ecológica que el país debiera estar pensando. La otra alternativa es el empleo directo o indirecto en la minería, donde económicamente los ingresos son más altos, pero cultural y educativamente se pervive en la decadencia. En el mundo campesino son cada vez menos los pirquineros y la agricultura familiar solo es una oportunidad de tradición sin ningún tipo de fomento público. El resto corresponde a la agro-exportación y a la gran pesquería industrial, potenciada por los grupos económicos de una pequeña elite que se vio fortalecida al fin de la dictadura y al comienzo de la liberal democracia.

Los/as niños/as y jóvenes conviven a diario con esta realidad y con una experiencia educativa sin memorias ni referencias culturales profundas. Es más alentador pensar en viajar o salir, en consumir o pasear, al menos para quienes pueden gozar de aquella regalía de una sociedad basada en el valor del dinero, el crédito y las deudas. La educación se ha ido a-culturizando y atomizando privando de riqueza la multidimensionalidad y la integralidad de las personas. Las y los niños son sujetos creativos, quienes por lo general tienen un sentir ecosistémico y colectivo - preocupado por el otro-. 

Esta generación ha sido víctima de un proceso espoleador y los recintos educacionales son espacios donde se fomenta la ética calculista y la caligrafía como método de comprender el lenguaje. 

Quienes no pueden siquiera gozar de una escuela normalizada en estos estándares, cohabitan con una idea de familia que carga con la frustración y el estrés social de lo que implica no gozar de derechos y estar supeditado al nivel de ingresos que abre las puertas a los distintos sistemas. Quien tiene una ética correcta siendo pobre es castigado en la explotación. Quien no la tiene, puede ingeniárselas omitiendo las pautas o siguiendo el patrón de los pequeños engaños y robos maquillados, como lo ejemplifica presidente actual con la estafa en el Banco de Talca o los casos Penta.

Este ejemplo de convergencia intergeneracional coincide con un listado acumulado en la violencia de género, aprovechamiento de los recursos socio-naturales, contaminación, corrupción institucional, aprovechamiento económico por mono y duopolios y la legitimación del crimen organizado por el narcotráfico que tras el discurso de la seguridad, no ha sido abordado desde los métodos convencionales que promueve el oficialismo.

Las y los olvidados y la pobreza se ha ido complejizando respecto de una o dos generaciones pasadas. El mundo popular fue poco a poco destrozado y privado de su ética y moral de aquel “Chile profundo” que se podía constatar en el despertar vivido entre 1965 y 1973 y que muy bien retrata el documental “La batalla de Chile” de Patricio Guzmán. Como moneda de cambio a la conciencia de clases, el miedo y el consumo. Como moneda de cambio a expresiones genuinas de la cultura a través de la música, los arrabales, el juego colectivo y la poesía campesina, la desmemoria, la emulación y la música como una reivindicación juvenil del poder narco.

La identidad colectiva se está construyendo en la medida que está facultada en su quehacer. Algunos teóricos vinculados al vitalismo señalan que esa es la expresión más profunda de la acción política transformadora. Expresarse, manifestarse, gritar, actuar. Ahí radica el político, muy distinto de la política que tiende a estabilizar y normalizar la  energía humana. El no tener una dirección clara es parte del proceso de base pero no es que en Chile ni en las regiones los movimientos y sociedad civil sean inexistentes. Hay un acumulado en tejido social importante que se ha ido construyendo en paralelo y en oposición a las condiciones institucionales del neoliberalismo.

En estos momentos las calles de Chile se expresan en la autodeterminación. La curiosa avenida “Libertad” de Viña del Mar hace alusión a su nombre deconstruyendo el origen de su proclamación. Las distintas “sentadas” en las plazas de Chile y el mundo se están transformando en el ágora social que quedó fuera de las paredes constitucionales de los 80’. Existe un descontento que se ha manifestado como parte de un proceso participativo que hay que reconocer. Tanto de la sociedad civil más institucionalizada como de aquella que se ha auto-conformado en colectivos y movimientos sociales como defensores de los territorios.

Bibliografía

Benjamín Tejerina, « Movimientos sociales, espacio público y ciudadanía: Los caminos de la utopía », Revista Crítica de Ciências Sociais, 72 | 2005, 67-97.

Foto: Huawei / Agencia Uno