[OPINIÓN] Valparaíso: Morir en un cerro o en una casita UNESCO

[OPINIÓN] Valparaíso: Morir en un cerro o en una casita UNESCO

24 Junio 2019

Si las vidas valen según el barrio en que morimos, entonces yo escojo que me traten como una habitante de cerro y no como la privilegiada que escribe esto mirando el mar desde la comodidad de su casa de conservación histórica.

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Por Tábatha Guerra

Al igual que Santiago, Valparaíso no es seguro. Y al igual que en Santiago, no todos vivimos en los mismos barrios. Cerro Alegre Bajo, el lugar donde el viernes recién pasado ocurrió el inconcebible homicidio de un turista canadiense, es como Providencia: lindo, con habitantes de nivel ABC1-C2 miembros de la elite política y cultural chilena, y otros no tan privilegiados pero que también ven sólo la cara menos oscura de la luna neoliberal. En ese último grupo estoy yo: una profesional joven, con trabajo estable, sin hijos y una vida llena de oportunidades.

Sea como sea, quienes vivimos en Cerro Alegre Bajo lo hacemos porque queremos y podemos: yo porque es céntrico y tranquilo, mi vecina probablemente porque quería una casa con cuatro dormitorios y un antejardín que sólo necesita una reja y no portones metálicos. Pero todos, sin excepción, porque tenemos la oportunidad económica de elegir dónde vivir.

Sin embargo, en la punta del Cerro Alegre, lo suficientemente cerca para que todos usemos el mismo transporte público pero también lo suficientemente lejos para que los de Cerro Alegre Bajo los ignoremos, existen una decena de barrios estigmatizados tal como los santiaguinos hacen con quienes residen en la periferia de la capital. Sectores sin casas patrimoniales, donde sus habitantes tienen escasa o nula oferta cultural, donde hay menos oportunidades o simplemente no existen y donde, tal como pasa en algunas zonas de Santiago, los vecinos evitan dar su dirección para no ser juzgados. Ese es el Valparaíso de la mayoría, el que nunca se imprimirá en una postal para que un turista envíe a Europa, pero también el Valparaíso que la mayoría desconoce o elige desconocer.

Insisto, el homicidio del viernes es injustificable, pero esta opinión no se trata de esa atrocidad, sino de que mi barrio, Cerro Alegre Bajo, no ha sido, no es y nunca será más inseguro que la periferia porteña. Nací en Valparaíso y desde siempre he sabido que Cerro Alegre, el “Patrimonio de la Humanidad”, es el lugar mejor cuidado de esta ciudad, el del metro cuadrado más caro, el de los restaurantes más diversos y caros, el de las galerías de arte en cada cuadra.

Por eso, y no por estadísticas inexistentes de inseguridad en el sector, el viernes fue la primera vez que aquí mataron a un turista. Sin embargo, y sólo algunas cuadras más arriba, en los barrios estigmatizados nuestros niños y jóvenes crecen sabiendo cómo suena una bala perdida y sabiendo que, a escasos metros cerro abajo, sus pares van a buenos colegios y piden comida thai a domicilio todos los viernes.

Ante este diagnóstico, y sobre todo ante el pánico colectivo de mis vecinos, no dejo de preguntarme: ¿acaso los muertos de los cerros valen menos que los de las casitas Unesco? Jamás. Yo vivo en ese barrio patrimonial, sé que me muevo en una injusta burbuja de privilegios sólo porque tengo un título universitario y porque me crié en una casa con cientos de libros. Pero mi vida, y la de todos, vale lo mismo que la de alguien de la periferia. En mi caso, quizás mi existencia incluso sea menos importante, porque no tengo hijos ni familia que cuidar y si muero sé que no haré falta como sí penaría la ausencia de una madre jefa de hogar con tres hijos que trabaja 60 horas a la semana para ‘parar la olla’.

Si las vidas valen según el barrio en que morimos, entonces yo escojo que me traten como una habitante de cerro y no como la privilegiada que escribe esto mirando el mar desde la comodidad de su casa de conservación histórica. Porque parece que exigirle a la oscura luna neoliberal que nos rige a todos, que trate al habitante de cerro arriba como a mí y a muchos nos trata, es imposible.