Universidad Inclusiva, un desafío para todos

30 Enero 2017

No ha sido fácil, esto por la lenta implementación de las políticas públicas y el bajo porcentaje de jóvenes con discapacidad, preparados para ingresar a las universidades.

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Según la última encuesta sobre discapacidad, el año 2015, el promedio de años de estudio de las personas con discapacidad es de 8,6 años; sólo el 23% de la población adulta con discapacidad alcanzó a finalizar la educación secundaria; y de la población con discapacidad, de 4 a 17 años, sólo el 12% se encuentra cursando Educación Media. 

Así la Universidad Inclusiva es relativamente nueva en Chile, considerando que recién desde 2010 con la ley  20.422 que “Establece normas sobre Igualdad de Oportunidades e Inclusión Social de Personas con Discapacidad”, se ha abordado el tema de manera formal, razón por la cual se puede entender el por qué las casas de estudios superiores aún no están preparadas del todo para la inclusión de personas con discapacidad. 

Como lo explica Claudia Muñoz, terapeuta ocupacional, Profesor Asociado de la Universidad San Sebastián, “lo que hacen muchas universidades es un trabajo individual con cada joven con discapacidad que ingresa a sus aulas; esto depende, hasta el momento, de la iniciativa particular de la institución, que aborda el problema desde sus respectivas direcciones de asuntos estudiantiles o vicerrectorías académicas”. Pero un sistema articulado de ingreso, permanencia y egreso accesible, para personas con discapacidad, en las Universidades, aún no existe en nuestro país, de acuerdo a lo que plantea la terapeuta. 

Para considerarse inclusiva, según parámetros internacionales, una universidad debiera tener dos pilares: un modelo educativo que apoye adecuaciones curriculares y diseño universal. “La primera corresponde a cambios o adaptaciones -que no modifiquen el perfil de egreso- que faciliten el aprendizaje del estudiante, eliminando las barreras y permitiendo una situación de equidad; y el diseño universal se refiere a una concepción de accesibilidad para la diversidad, éste es un modelo que implica consideraciones que van desde el transporte, la infraestructura hasta el diseño curricular; la idea es generar, desde su diseño, espacios y formas de participación sin barreras físicas ni sociales”, detalla Claudia Muñoz. 

Y si bien las instituciones pueden cumplir con estas condiciones, también está el entorno, ya que una de las mayores barreras para la inclusión es la actitud de las personas, “que dependen en gran medida de las representaciones sociales respeto del fenómeno de la discapacidad”, enfatiza la académica de la USS. “En Chile todavía hay una concepción de beneficencia y asistencialista hacia las personas con discapacidad, y desde esa mirada se puede entender que no se considere a la persona capaz de ser competente”, reflexiona Muñoz. 

De esta forma si bien cada vez se conoce y se habla más de la inclusión, con más información, aún nos encontramos con casos que se resisten a incorporar estudiantes con discapacidad en las aulas. “Entonces para que las actitudes sociales no sean barreras, y por el contrario favorezcan la inclusión, se requiere de información, conocimiento y lo más importante experiencia y vivencia de la diversidad, la cual se adquiere con la convivencia diaria”, concluye la terapeuta ocupacional.