Gracias abuela por tu visión tan particular y conservadora, sin ella yo jamás sería la artista que hoy soy, ni la madre audaz en la que me estoy convirtiendo.
Por Begoña Maldonado
Recuerdo que mi abuela dijo una vez, cito textual: las mujeres no sirven para nada.
Es una frase muy dura en estos tiempos, sé que muchas saltaran a criticar duramente estas palabras. Pero a mí, me criaron bajo esa filosofía.
La casa de mi abuela era una especie de resguardo, una guarida familiar a la que se podía acudir siempre y en cualquier circunstancia. Ahí nos criamos los cinco nietos mientras estuvimos en el colegio de Valparaíso. En su casa brillaban los canastos con juguetes carritos, muñecos de acción, animales salvajes, fuertes de vaqueros, pero no había rastros de juguetes femeninos. A mí no me molestaba, siempre me gustó lo masculino. Era lo que escuchaba y veía por aceptado, así que lo otro, no me gustaba mucho.
La abuela nos enseñaba que los hombres de por sí tendrían más éxito y oportunidades que las mujeres. Pero que eso no tenía que ser impedimento para hacer lo que queríamos. Ella estuvo apunto de entrar a la universidad, pero mi abuelo se casó con ella y no la apoyó. La abuela no se lamentaba, al contrario, lo contaba con orgullo. Así la habían criado y así crio a mi madre y mi tía, las que nos tuvieron a mi prima y a mí. Cada una de nosotras con características únicas, que nos hicieron tremendas mujeres, arquetipos femeninos demarcados por las palabras de mi abuela, la reina madre, qué crio a mi tía, la empoderada, qué tuvo a mi prima, la luchadora; luego está mi madre, la leal, y yo, bueno, yo salí medio artista. Me tocó escuchar de última mano las enseñanzas machistas de la abuela, pero yo me las tragué de una forma diferente: primero las mastiqué, luego las digerí y finalmente, cagué lo que no me sirvió.
Las mujeres de mi familia crecimos sabiendo que servíamos para lo que fuera. Y eso se lo debo a otras tantas que lucharon por nosotras. Yo siempre fui consciente de todo lo que era capaz, no veía en el hombre más que a un oponente digno de mis habilidades. Jamás sentí que los hombres fueran mejores que nosotras, nunca lo han sido. Lo que entendí con el pasar de los años fue que las mujeres éramos simplemente diferentes a los hombres. Pero diferentes de lo que es un conejo a una liebre. Lo que nos individualiza es la corporalidad, la visión de mundo, la sutil manera que tenemos las mujeres de renacer cada mes luego de menstruar. Eso los hombres no lo conocen y no pueden igualarnos. Las mujeres nos parecemos a la tierra, como los hombres a la semilla; sin embargo, somos ambos necesarios para perpetuarnos. Porque ¿acaso la vida no se trata de eso, perpetuarnos en el tiempo ya sea genética como intelectualmente?
La fugacidad de la vida es compartida y tanto mujeres como hombres debemos aprovecharla de igual modo, pero desde diferentes balcones que valen lo mismo. Yo tengo un hijo varón al que jamás le he demostrado debilidades ni superioridades de género. Mi misión de madre es criar a un chico inteligente, respetuoso, emotivo y libre; un ser humano tan valioso que no importa de qué sexo sea.
Yo creo que las mujeres servimos para todo y que mi abuela solo repetía lo que le enseñaron en tiempos en que muchas mujeres aún callaban dominadas por el ethos de un pasado que está ya atrás. Gracias a ello hoy marcha una nueva generación de féminas empoderadas, independientes, fuertes y llenas de vida. Mujeres que estamos dispuestas a luchar cada una con nuestras armas, con nuestra voz, con nuestras palabras.
Hoy es un día de reflexión y admiración en torno a la figura femenina. Un ser que fue opacado en su pasado por la virilidad del hombre, pero que ha rasgado ese velo para salir y gritar a viva voz que hoy las mujeres no nos dejaremos dominar. Somos una masa que huele a estrógenos y progesterona, que entre todas nos apoyamos para limpiar el mundo de las telarañas que dejó la brutalidad, la sumisión y la tiranía que sometió a tantas mujeres hace no muchos años. No somos menos ni más que los hombres, solo somos diferentes, pero con las mismas capacidades y derechos.
Gracias abuela por tu visión tan particular y conservadora, sin ella yo jamás sería la artista que hoy soy, ni la madre audaz en la que me estoy convirtiendo.
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