Más allá de Twitter

Más allá de Twitter

04 Septiembre 2009
Me pregunto qué habría pasado con Alfonso Calderón si hubiese sido parte de la “generación twitter”. Esa que deja registro de cada suspiro, de cada ocurrencia. Que se instala en clases y transmite de inmediato sus experiencias y sus vivencias.
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Por Abraham Santibáñez
Me pregunto qué habría pasado con Alfonso Calderón si hubiese sido parte de la “generación twitter”. Esa que deja registro de cada suspiro, de cada ocurrencia. Que se instala en clases –en el colegio o en la universidad- y transmite de inmediato sus experiencias y sus vivencias. Generación que no tiene remilgos en mostrar en no más de 140 caracteres sus intimidades ante el mundo entero.
Calderón, que nunca abandonó el hábito de escribir cada noche en su diario de vida, dejó registros excepcionales, a años luz de la ramplonería imperante hoy, especialmente en Internet.
La publicación de sus diarios fue, quizás, su más ambicioso proyecto. Eran seis tomos y más de dos mil páginas. Pero también era un proyecto generoso que nos permitió asomarnos a la intimidad de un intelectual lúcido, cargado de lecturas y siempre amable. Es lo que, insisto, hace la diferencia sustancial con estos nuevos “diarios”, si así puede llamárseles, instantáneos, con alcance mundial gracias a Internet y muy especialmente a Twitter.
¿Por qué esta diferencia?
Porque en Twitter se publican ñoñerías, detalles insignificantes de la vida diaria de personajes de todo pelaje: artistas, intelectuales y políticos que entran en el juego, lo cual podría tener algún interés, pero en su mayoría son seres comunes y corrientes, de vidas sin mayor proyección y que solo proporcionan detalles nimios de existencias rutinarias…
Alfonso, en cambio, nos dejó descripciones llenas de vida. Al llegar a Nápoles recuerda lo que le contaba su abuela: “desorden, los animales en las calles, los pilletes jugando en horas de actividad, los negocios a medio abrir, la gente en mangas de camisa hablando de todo”, Es una vígorosa descripción, que reaviva las memorias de cualquiera que haya pasado alguna vez por ahí… si hasta tiene olor: “Siempre al pensar en Nápoles me acuerdo de cómo, al nombrar la ciudad, mi abuela hacía un gesto con los dedos y luego se apretaba las narices”.
Pero no es ese el principal recuerdo de Nápoles. Lo asocia con la voz de Beniamino Gigli y populares canciones: Marte chiaro, Mama y Dolce Napoli. En Pompeya, a poca distancia, habla de las lagartijas que se cuelan por las grietas de la ciudad condenada por la ceniza del Vesuvio. Pero también recuerda los dichos locales: “Tres son los poderosos: el Papa, el Rey y uno que no tiene nunca nada”.
Son miles las entradas en este Diario prodigioso. Día a día Alfonso dejaba su testimonio con letra prolija y pequeña. Era una mirada profunda, detallista, pero siempre educada: “Nunca acostumbré entrar en una casa empujando la alfombra con el pie. Creo que unos buenos modales redimen al género humano y trato de poner en (estas) páginas algo de mi respeto, en un mundo de formas que crujen, viniéndose abajo en extraña barahúnda”.
Alfonso Calderón era de esos personajes que son siempre indispensables. Nos hará falta… pese a que nunca “twitteó”.
FOTO: dave77459