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Ilustre Concesionaria de Valparaíso

20 Marzo 2015

Podrían comenzar fiscalizando a quienes requieren una urgente fiscalización, y ojo que no digo erradicar, sólo fiscalizar: que los ambulantes cumplan con la ordenanza. 

Boris Kúleba >
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Por Boris Kúleba

Valparaíso está viviendo una especie de depresión general producida por el evidente abandono (¿o notable abandono?) que se percibe por parte de sus autoridades locales, nacionales e incluso por sus propios habitantes, muchos de ellos ya justificadamente rendidos ante los interminables ataques inmobiliarios, culturales, políticos, comerciales y vandálicos que se cometen contra la ciudad. Este evidente abandono ha hecho posible que prácticamente cualquiera puede hacer lo que se le antoje en sus calles con casi total impunidad.

Hace poco, un evento privado santiaguino que se realizaría en el Muelle Barón fue suspendido. Los jóvenes que asistirían decidieron anunciar públicamente que de todos modos harían su “mambo”, incluso los organizadores de la suspendida fiesta les regalaron cervezas. El problema es que lo harían en la vía pública, en nuestra asolada plaza Aníbal Pinto. ¿Saben quién se los impidió? Nadie.

Una inmobiliaria demolió el tradicional Hospital Ferroviario en Cerro Barón para construir departamentos de lujo diseñados por un arquitecto rockstar; ninguna autoridad oyó las alertas de los vecinos y hoy, pese a la obligación de paralizar las obras y reconstruir la fachada que destruyeron, continúan con la edificación.

Muy penoso también es el caso del edificio Cooperativa Vitalicia, pionero en el país, cuyas paredes deben ser semanalmente repintadas debido al vandalismo que diariamente (o nocturnamente, más bien) las arruinan con miserables rayados.

Uno puede pensar que la culpa es tanto de la autoridad como de aquellos que cometen estas incivilidades, pero es muy notoria ya esa sensación de que Valparaíso es una ciudad en la que nada está prohibido o, quizás más exagerado, en la que cualquier cosa está permitida, y también es demasiado notorio que las autoridades locales nada hacen por reparar esta vergonzosa imagen por los reprochables motivos que cada vez más frecuentemente se murmuran.

Si hiciéramos una masoquista enumeración de los problemas que aquejan y, a estas alturas, atormentan a los vecinos de Valparaíso no podríamos abarcarlos todos: acumulación de basura, suciedad en las calles, descontrolado comercio ambulante, inseguridad, alcoholismo, especulación y prepotencia inmobiliaria, desempleo, vandalismo, rayados, destrucción patrimonial,  sobrepoblación canina, acarreo y matonaje municipal, incendios y megaincendios, empresarios apropiándose del borde costero… Un larguísimo etcétera y una profunda precariedad estimulada por nuestras autoridades.

Ahora, ¿por qué estas autoridades querrían hacer miserable la vida en Valparaíso? Una de las tantas críticas continuas a la ciudad es el excesivo y abusivo uso del espacio público por el comercio ambulante que en determinados lugares se ha apropiado casi de dos tercios del ancho de la vereda y cuyo beneplácito municipal podría ilustrar una posible respuesta. Si uno revisa la Ordenanza Municipal respectiva (disponible en la web del municipio) notará que los vendedores prácticamente no cumplen con ninguna de las exigencias. Los encargados municipales responsables del control del comercio ambulante se quejan de que no poseen los medios para fiscalizarlos y obligarlos a cumplir con la normativa y culpan a otros departamentos municipales y a otras instituciones. Sin embargo, esos mismos vendedores que las autoridades fingen querer erradicar aparecen bulliciosamente en las sesiones del Concejo Municipal, manifestándose con un acarreado y agresivo apoyo al alcalde. Uno podría analizar casi todas las vulneraciones a casi todas las ordenanzas y encontraría casi siempre alguna sospechosa contradicción: es muy difundido el rumor de que las constantes transgresiones a las normativas por parte de los pubs son permitidas porque las multas cursadas que llegan al municipio son asumidas como un gasto fijo por los locatarios y todos salen beneficiados. Y la permisividad municipal no es algo que se caracterice por su sutileza, así como se toleran e incluso se consienten las infracciones es también como se comporta el habitante o el visitante que las presencia.

Si nadie barre, fiscaliza ni se impone, ¿qué importaría entonces que tire un papel al suelo por acá, orine una pared por allí, estacione mi vehículo arriba de la vereda más allá? ¿O raye una muralla, o destroce una vitrina, o haga una bulliciosa fiesta con decenas de invitados bajo la ventana del dormitorio de una familia que no conozco pero que tendrá que desvelarse, barrer mi basura, recoger mis botellas y limpiar mis orines y mis vómitos? ¿O que comience a construir una desproporcionada torre en donde no está permitido, arruinando la vista (prácticamente el único privilegio) de cientos de familias, total en el camino nos arreglamos?

En Valparaíso no existe autoridad. Hay ciertas normas tácitas por debajo del mínimo necesario para convivir pero no hay una autoridad, sino que más bien hay unos concesionarios que tratan de sacar el máximo provecho lucrativo con la mínima inversión, premiando con algún impúdico obsequio a sus clientes cautivos, que en otras comunas con verdaderas autoridades son conocidos como “votantes”: un puestecito ambulante, alguna riesgosa toma irregular irresponsablemente regularizada, una oncecita, una torta para el centro de madres, algún permiso municipal para poner una terracita etílica en la calle frente al pub.

Esto debe ser tan evidente que cualquiera toma ventaja. Por ejemplo, el jovencito que visita esta ciudad en donde nada está prohibido para venir a reventarse sin una mamá que los esté controlando, pero que tampoco les viene a recoger las colillas de cigarros ni les trapea los meados; o el especulador inescrupuloso que levanta un jugoso negocio inmobiliario desobedeciendo el plano regulador. Y así seguirá sucediendo mientras las autoridades mantengan notablemente abandonados sus deberes con la ciudad.

Basta un gesto, una muestra mínima de preocupación, cuidado o apenas consideración por parte de quienes nos deberían dirigir para que esta imagen que necesitó tantos años para deformarse pueda comenzar a revertirse. Podrían comenzar fiscalizando a quienes requieren una urgente fiscalización, y ojo que no digo erradicar, sólo fiscalizar: que los ambulantes cumplan con la ordenanza. De allí en adelante se desencadenaría una seguidilla de efectos que podrían hacer surgir la sensación de que realmente hay una autoridad al mando y que Valparaíso es una ciudad y no una tierra de nadie en donde cualquiera puede venir a hacer lo que se le antoje.

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