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Relatos de cuarentena: Marco

29 Abril 2020

A menudo le preguntaban: ¿Marco o Marcos? (era mesero en un restaurante muy concurrido en un cerro muy turístico del puerto).

Nury Ortego-Farré >
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Por Nury Ortego-Farré

Llevaba veinte días de encierro, veinte días sin decirle a nadie su gracia: un “chiste” que repetía sin cansarse acerca de su nombre, un chiste que él consideraba genial y los demás, cuando no lo encontraban divertido, se reían igual porque era imposible no rendirse ante tanto carisma y sonrisa.

A menudo le preguntaban:

¿Marco o Marcos?

(era mesero en un restaurante muy concurrido en un cerro muy turístico del puerto)

-"Marcos me puso mi madre, pero dime Marco pues la S es de secreto, shhh" y hacía ese gesto de secreto, ese de pedir silencio, ese de ponerse el dedo índice frente a la boca de forma vertical mientras estiras la trompita para emitir un ¡shhh!, y tenía tanta coordinación y buen ritmo que hasta le ponía una cerrada de ojo y era para morirse.

La verdad es que no le gustaba Marcos porque le sonaba a varias personas, como si hubieran muchos como él y al juntarlos hubiese que referirse a ellos en plural: Marcos. Él prefería pensarse en singular, como un ser único e irrepetible: Marco. Sin embargo, en el fondo, le gustaba tener una S de secreto porque si no de qué manera podría decir su chiste con verdad y de qué forma se sentiría cómodo guardando tanto secreto. 

Era un “secretomaníaco” porque hay cosas que ameritan ser omitidas frente a otros, íntimidades que todos guardamos en privacía, actividades de las que es mejor guardar reserva, seguramente todos coincidiríamos en eso, pero hay otras cosas que no tienen ninguna importancia, y otras más que incluso cualquiera se hubiera vanagloriado de ellas, pero él no, él las ocultaba, ponía un velo a todo lo que hacía, no decía nada, no hablaba o de frente mentía, porque a él le gustaba tener muchos secretos así que además de todo era un misterio.

Nadie sabía, por ejemplo, que a él sí le gustaba ser mesero, no quería dejar de serlo, no era un trabajo pasajero, secretamente quería llegar a ser el mejor mesero del mundo; menos sabían que había algo que le gustaba aún más (y que era una de las razones de peso para el gusto de garzonear); era feliz cerca de la cocina porque secretamente quería ser el mejor cocinero del mundo (después de ser el mejor mesero).

Nadie sabía que vivía con Víctor, menos sabían que eran pareja y ni Victor mismo sabía que Marco estaba enamorado secretamente “hasta las patas”.

Nadie sabía que lo estaba pasando bien en esta cuarentena, se hacía el que estaba aburrido y desesperado en el encierro, por redes sociales contaba los días como algo espantoso, pero en realidad lo pasaba fabuloso porque estaba dedicado hace veinte días a cocinar todas las exquisiteces que secretamente había aprendido mirando (espíando) a la chef y sus ayudantes y para las que nunca había tenido tiempo. Marco era además de todo, un ladrón de recetas; ¡shhh! ¡es secreto!

Nadie sabía que de todas sus magníficas perfectas preparaciones una se le había quemado y menos sabían que había sido porque la vecina, en un acto muy sensual y nada secreto le había mostrado una teta por la ventana, y ni él mismo sabía que secretamente le había gustado.

Día veinte de cuarentena y había cocinado un plato muy extravagante que ostentaba cantidades de diferentes mariscos. Cuando Victor llegó, el olor del departamento hizo que el protocolo de limpieza fuera aún más desagradable; sacarse artículos de protección, zapatos, rociarse desinfectante, bañarse, todo era eterno, el camino hasta la cena estaba siendo terriblemente tortuoso, esa fuente humeante de comida deliciosa, recién hecha, se le figuraba una piscina en el desierto a la que había que zambullirse de inmediato para no morir calcinado. 

"¡Qué maldad Marco! ¡Ese olor! Y yo como jugando a “El suelo es lava”

"¡Ja ja ja! Puras bondades en esta mesa. Este plato es afrodisíaco" , lo dijo con su qué, no fue ningún secreto, si tenía esas propiedades o no bien poco importaba, lo relevante era el mensaje, ese mensaje provocador que le estaba enviando al ritmo del jazz que sonaba de fondo como la banda sonora más perfecta, que secretamente estaba planificada en una minuciosa lista de spotify que había bautizado “Intimidad a mil”

Esa noche Marco fue Marcos y como tal, como un doble, tuvo una personalidad diferente y de secreto hubo bien poco. Se tumbaron sobre la misma mesa que los había alimentado, se desnudaron de a poco, fueron nómades entre los muebles; por fin en la cocina Marco no quizo cerrar la ventana, ni quizo apagar la luz, ni trasladarse al dormitorio, ni guardar ningún misterio. Y allí frente a ella (la ventana) hicieron un espectáculo virtuoso que según los ojos que lo observaran podría ser perfectamente llamado “una obra de arte erótico sublime”. Sólo diré que al parecer la cuarentena y esa sensación como de fin de mundo, esa incertidumbre, a veces exacerba todos los sentires.  

Y nadie supo que Marco montó toda esa faramalla, no tan sólo por amor, ni tan sólo por deseo, más bien por retribución, porque allí frente a ella (la vecina, ...en la ventana claro) él hizo el descubrimiento de su poco de voyerismo, y ahora frente a ella (la vecina de nuevo, secretamente de nuevo en la ventana) sintió su otro poco de exhibicionismo,... y por su secretismo jamás nadie sabrá que él sí quería ser espiado y que secretamente buscaba que los viera su vecina... ni nosotros lo sabremos porque... ¡shhh! ¡es secreto!

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