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[Crítica de cine y TV] White Lines: Caminando sobre la delgada línea blanca

10 Julio 2020

En tiempos de encierro, nada más refrescante que una realización repleta de playas y fiestas interminables, o sea, todo lo que no se puede hacer en tiempos de pandemia. Y tiene la gran gracia de recrear este universo “ibiziano” con una apuesta de sexy turbiedad.

Alejandro Nogue >
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Por Alejandro Nogue

“White lines”. Creador: Álex Pina. Actuación: Laura Haddock, Nuno Lopes, Marta Milans y Daniel Mays. Gran Bretaña-España, 2020. 10 capítulos, Netflix.

Para muchos turistas Ibiza es un destino soñado. La postal de esta isla paradisiaca del Mar Mediterráneo, que se ha instalado como el ícono cultural del verano eterno, son playas de arenas blancas pobladas de cuerpos esculturales con famosos y modelos que se pasean en bikinis arriba de lujosos yates, siendo parte de una fiesta interminable al son de la música electrónica, que se va condimentando con sexo y drogas.

Ese es el universo en que se mueve “White lines”, la nueva realización de Álex Pina, creador de la popular serie española “La casa de papel” (2017). La historia tiene como protagonista a Zoe (Laura Haddock), una atractiva bibliotecaria inglesa que lleva una vida normal en Manchester, hasta que un día encuentran el cuerpo de su hermano menor, Axel (Tom Rhys Harries), que había desaparecido misteriosamente hace 20 años en Ibiza.

Este joven rebelde, que organizaba fiestas raves clandestinas en Manchester, había abandonado su hogar inglés para probar suerte en este destino turístico español junto a tres amigos, siguiendo así los embrujos del sonido del drum and bass, y rápidamente se convierte en un Djstar que es admirado por los jóvenes, consiguiendo fama y dinero. Axel es un chico que vive al límite, de manera extrema junto a sus amigos y socios comerciales, quienes se convierten en dueños de discotheques, pero su vida da un giro cuando pone sus ojos en Kika (Marta Milans), integrante de la familia Kalafat, un clan mafioso que maneja la movida nocturna de la isla. 

Zoe se traslada entonces a Ibiza para desenmarañar este puzzle y saber qué pasó con su hermano hace dos décadas, reencontrándose con los amigos de Axel que no quieren abrir la ventana del pasado, pues ya tienen sus vidas armadas con particulares estilos: Marcus (Daniel Mays) mueve drogas internadas a través del mar por traficantes rumanos; Anna (Angela Griffin) explora a fondo su sexualidad y organiza orgías; y el cuarto integrante de este póker es David (Laurence Fox), quien se transformó en un gurú espiritual que invita a viajes cósmicos.  

En este balneario de habitantes trastocados, Zoe se siente sola y encuentra compañía en Boxer (Nuno Lopes), un matón que se encarga de la seguridad del líder de la familia Calafat (sobre la cual caen las principales sospechas de la muerte de Axel). Y claro, surge la pasión entre Zoe y Boxer.

Para narrar esta trama, “White lines” ofrece una estética muy sofisticada, donde cada toma parece sacada del catálogo de un hotel boutique, ningún detalle queda al azar, con escenas decoradas por la luz mediterránea y que se acompañan de un nutrido soundtrack muy estiloso armado por Tom Holkenborg (“Mad Max: Furia en el camino”), con mucha, mucha música electrónica, dibujando así una sensual postal que juega al contrapunto con lo que hay detrás de escena en este paraje tan visitado: mafias internacionales, corrupción, violencia y deseos torcidos.

Al avanzar los capítulos, la serie deriva a relato policial, con un mapa de personajes que van a apareciendo con el cartel de ser los sospechosos del asesinato de Axel y la propuesta es que el espectador descubra quién es el culpable. La fórmula es antigua y hermana al realizador Álex Piña con nuestro recordado Arturo Moya Grau y su teleserie “La Madrasta” (1981). Y bueno, joder, que hoy ya nadie inventa nada nuevo, solo aparece un guionista que la da otra vuelta a la tuerca de la misma historia.

El resultado de “White lines” es una producción de buen ritmo que atrapa, aunque a ratos este formato que ha patentado Netflix, de grabar películas que se alargan en formato de series, hacia el final hace decaer el relato y algunos personajes, como la bibliotecaria convertida en heroína, se hace poco creíble; mientras que otros roles, como Boxer (buen papel de Nuno Lupes) y Marcus, que luchan con sus demonios personales, aportan a mantener la tensión de la trama. Esa debilidad no llega al extremo de otras series como “Nip/Tuck” o “House of cards”, que tuvieron una potente primera temporada, pero distorsionaron tanto a sus protagonistas en las siguientes entregas, que terminaron renunciando a su naturaleza.     

Pero “White lines” es una serie que vale la pena ver. De todas maneras. En tiempos de encierro, nada más refrescante que una realización repleta de playas y fiestas interminables, o sea, todo lo que no se puede hacer en tiempos de pandemia. Y tiene la gran gracia de recrear este universo “ibiziano” con una apuesta de sexy turbiedad.

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