Psicoanalista Javier Norambuena: “El capitalismo quiere que no exista pausa en la Pandemia”

23 Julio 2020
Pía Díaz >
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Pía Díaz, corresponsal El Martutino en Madrid.

La salud mental de los españoles movió a los psicoanalistas a erigir en días una clínica telefónica gratuita abierta todos los días de la semana, durante gran parte de la pandemia. El éxito y la necesidad del servicio fue tal que este se prolongará hasta fines de año. Uno de los impulsores claves de esta iniciativa fue el chileno Javier Norambuena (38 años, santiaguino). El sabe mucho de lo que habla ya que se analiza desde los nueve años (algo no tan extraño entre los psicoanalistas lacanianos) y hace más de quince que analiza a otras personas. Seguidor de Jacques Lacan, discípulo de Freud, conoce bien los juegos del Ego y los cuentos que cada uno se inventa para darle sentido a la vida. Llegó a Madrid para continuar con su formación en la Sección Clínica de Madrid, NUCEP, desde México donde tuvo su primer diván. Entre sus libros de poesía se encuentra “útil de cuerpo”, “los patios de la nación” y “Carlinga” y ha ganado varias veces un Fondart. Nuestra llamada lo pilló en Pontevedra, Galicia, y desde allí intentó dar sentido a esta pandemia.

¿Qué hace un buen psicoanalista?

Un buen psicoanalista se parece a un buen croupier, es esa persona que está en silencio repartiendo las cartas. Es el croupier el que hace que se sepa que se está jugando en el casino, no las cartas. 

¿Qué te motivó a crear la “Red voluntaria de Escucha Madrid”?  

Desde un principio uno como psicoanalista actúa en el contexto de su civilización y en el contexto del estado histórico de su cultura. Esa es una coordenada de orientación profunda en la orientación del psicoanálisis lacaniano. Se debe estar atento a los tiempos que corren. Había que ayudar. 

¿Qué hace que un psicoanalista pueda responder a su tiempo?

Es una posición ética, donde si estamos viendo que hay algo que nos afecta a todos como civilización, la pregunta es dónde están quiénes escuchan. ¿Dónde están los psicoanalistas? La ética del psicoanalista es estar allí donde circule la palabra. Entonces en un momento histórico donde la palabra es la único que está clausurado porque no podemos encontrarnos, que es lo más natural, pues hay que hacer circular la palabra. Eso es lo que permite que cada uno de nosotros, individualmente, el uno por uno, responda desde su singularidad a cómo esto le está afectando y pueda ponerle nombre. Al nombrarlo se apacigua algo esta angustia o este miedo que produce la incertidumbre de la pandemia. Eso permite que no paguemos con el cuerpo esas cosas. 

Nos servirnos de los medios telefónicos, telemáticos, para seguir estando en la vida social. En las primeras semanas de la pandemia empezamos a darnos cuenta que los servicios de salud mental estaban cerrados, que el personal sanitario estaba abatido y sobrecargado. 

Si el sujeto le pone palabra a las cosas, desactiva, des-angustia algo. No basta con decir al aire “Estoy angustiado”, hay que dialectizar un poco, por qué está angustiado, qué es lo que le angustia. Una cosa es lo objetivable del virus, que nos afecta a todos. Y otra es el uno a uno, como este virus impacta ante esta cuestión delirante de cuidarse, no cuidarse, la dimensión imaginaria que alimenta al virus y qué activa a que cada uno tenga versiones radicalmente distintas de qué es lo que está pasando. Es por eso que nos encontramos con explicaciones que van desde el castigo divino hasta paranoias entre oriente y occidente, etc. 

¿Esto no puede interpretarse como una salida para buscar clientes?

De ninguna manera, porque nuestra práctica clínica en la pandemia no es hacer que todo el mundo se psicoanalice. El psicoanálisis no es una panacea, pero si es una práctica clínica basada en la palabra, en el deseo, donde cada sujeto puede encontrar una palabra que lo conmueva y, en esa conmoción, pueda seguir su vida. Los psicoanalistas buscamos que la persona deje de sufrir, pero que esa persona deje de sufrir en lo individual, en como estructuró ese sufrimiento. Ahora vemos que muchas veces ese sufrimiento es goce, que es el “goce mortífero”, que Freud llamó “punción de muerte” y Lacan estudió mucho. 

Entonces: en tiempos de pandemia, donde todos estamos confrontados, así cara a cara, con la muerte, la punción de muerte, es el momento de mayor angustia y donde hay que poner a la palabra por delante porque es lo único que nos puede acercar, subjetivamente, para no romper el lazo social que es lo que nos distingue de los animales.

Nosotros en España optamos por un concepto que es fundamental: el de las “urgencias subjetivas”. Eso significa que cada uno de nosotros vive su día a día anudado en la lógica de su fantasma (que es muy individual) y ese fantasma cuando se fractura -y, en estos tiempos se fractura porque es algo muy nuevo y no sabemos qué hacer con esta punción de muerte que nos invade de un día para otro con estas noticias de catástrofes y muertes - lo que buscamos en la escucha clínica es que cada sujeto pueda devolverse a una tranquilidad. Esto no significa que tenga que empezar un psicoanálisis, pero tampoco excluye que, en esa escucha única que a veces la prolongamos dos o tres veces, incluso más sesiones, pudieran encontrar una solución que le sirviera para esos días. Todo absolutamente gratis. Ahora esos primeros encuentros activan a veces y provocan preguntas más de fondo, que en algunos casos podrían derivar en un psicoanálisis más largo.

En Chile estamos en un momento de búsqueda de nuevas palabras, ¿crees que la pandemia va a ayudar a este proceso?

La pandemia re-instala la revuelta de octubre, le renegocia su nombre. Esa fue la primera desconfianza que vimos que existió. Allí hay que ser muy cautos en lanzar implicaciones totales. Es un tiempo de observar, no para sacar conclusiones todavía. Es un tiempo para observar, esperar, porque solamente vamos a saber cómo nos afectó esta pandemia en el aposteriori. Ahora es tiempo de resguardo, de acompañarnos, de ponerle nombre a lo que está pasando de tal manera que estemos cuidándonos, salvaguardándonos, de este real que nos impacta a todos. 

¿Mantienes contacto con algunos psicoanalistas chilenos? ¿Ellos están cumpliendo con esta función ética?

Me parece que en Chile sería importante tener en cuenta en qué medida los sicoanalistas participan de la vida activa de la ciudad. De que manera están respondiendo, abriendo o cerrando las puertas de su consultorio, porque esa es la responsabilidad social ética que tenemos. Tenemos que abrir las puertas de nuestro consultorio no porque estemos abriendo las puertas como si fueramos un templo, para que la gente vaya a rezar allí adentro -porque justamente lo que distingue una de la otra es que nosotros hacemos marca allí donde el sujeto construye y sostiene su deseo. Nosotros seguimos reafirmando su punción de vida, esa necesidad vital, de estar sufriendo lo menos descarnadamente posible. 

Estoy más o menos desconectado de la escuela de Chile, como tal. He leído y visto que están empezando a poner en marcha algo similar. La Escuela tiene allí un desafío, de presentarse en acto en la vida social que tiene. Sobretodo que es una escuela que se conformó hace poco, por lo que ahora tiene una oportunidad importante para dejar en acciones concretas que el psicoanálisis funciona desde una posición ética y no como un oficio. El desafío es profundo, ver cómo la escuela toma posición en la vida social y cultural donde se mueve. 

¿Han tenido tiempo para sistematizar un poco lo que han vivido, como por ejemplo ver qué palabras claves son más comunes, cuántas personas los han llamado, etc. para poder hacer un perfil de lo que se vivió?

Todavía estamos en el momento de observación. Cualquier conclusión que se saque ahora es inconclusa, apresurada, porque no tenemos los efectos en la mano. Es como un texto que escribió Freud tras la primera guerra mundial sobre el duelo, eso es lo característico del duelo: un objeto que se pierde y lo que cae, y la gravedad de lo que cae sólo es posible identificarlo a posteriori no en el momento preciso. Hay que ver qué es lo que restituye eso que nosotros perdimos. Eso es un duelo. Ahora el psicoanálisis está al otro lado de la estadística, que no es una palabra sino un número que lo que hace es designar una masa y no el uno por uno, que hace que nosotros seamos una sociedad. Tenemos que ser uno más uno más uno. El psicoanálisis no busca ni estatizar ni estaditizar sus frecuencias. 

Eso no significa que de esta experiencia no vayamos a poder sacar conclusiones o nuevos desafíos. Ahora en la escuela hay un debate sobre qué va a pasar en este no retorno, cuando el encuentro entre los cuerpos va a cambiar, qué va a pasar cuando en el consultorio hay que mantener una distancia física, qué va a pasar cuando los cuerpos al encontrarse no podrán saludarse de besos, ni darse la mano. Ese qué va a pasar es algo que nos mantiene expectantes. 

En Chile a partir de octubre se está buscando una manera de organizar la sociedad. A ello se suma el temor económico. La verdad es que estamos en tiempos en que creo al final todos vamos a terminar en tu diván.

Esa pausa es la que intenta borrar la vía del capitalismo. Justamente por eso el psicoanálisis ha sido tratado de anticapitalista porque en esencia lo es. Por lo menos el análisis lacaniano, porque promueve es que cada sujeto encuentre su discurso para articular esa pausa que lo hace reaccionar en su tiempo individual, y no en el tiempo de la masa.

Nosotros, a diferencia de los animales, tenemos que hablar. Nuestra primera petición al hablar es pedir comida cuando nacemos. Ese es el primer lazo que conocemos: pedirle al otro que responda a algo y es también el primer conflicto, porque el otro no sabe lo que le estamos pidiendo, no sabe cómo corresponder. Es el primer desencuentro que se produce y de ahí en adelante uno historisa los desencuentros que va teniendo, no para victimizar esos desencuentros sino para saber hacer algo con esos desencuentros. 

Justamente la palabra “pausa” es una palabra fundamental porque es una palabra que permite a cada uno reaccionar en su tiempo y en su medida, poniendo sus condiciones, salvaguardándose a sí mismo, manteniendo sus diferencias, porque cada uno tiene arreglos muy singulares y eso nos hace irrepetibles, nos hace singulares. Es esa singularidad lo que nosotros marcamos en un psicoanálisis. 

Esta es una guerra sin enemigo, con un enemigo invisible, eso nos pone delante de un tiempo en que hay que tener calma.

¿Y que pasa con el comunismo?

Cualquier “ismo” es un discurso del amo.

¿Puede un psicoanalista poner a un país en el sofá?

No, porque un país es un conjunto de individuos que son irreductibles. Buscamos que cada sujeto encuentre su solución individual e irrepetible que tiene con estos grandes discursos que Lacan lo llamó el gran discurso del amo, estos amos que gobiernan los tiempos que corren. Por supuesto el capitalismo es un gran amo que busca eliminar esa pausa de la que hablamos hace un rato e incorporando la pausa que cada uno tiene. Para que el sujeto se empodere y pueda decir esto me gusta y esto no me gusta. 

Son tiempos en que las redes sociales insisten en que haya más me gusta, me gusta, me gusta en el manejo de su semblante. Justamente allí nosotros incorporamos esas preguntas, que para otros discursos son muy incómodas, y nosotros preguntamos y ¿cuál es el problema que no guste? ¿Cuál es el problema en decir que no? Los psicoanalistas estamos allí para que la persona haga menos sufrible su vida. A nivel de país hay que verlo como un conjunto de sujeto. Por ejemplo, en Chile y España, está el tema del migrante, este otro distinto: ¿qué pasa con ellos, cómo se integran o no, cómo poner en alto esto que estamos viviendo todos pero de distintas maneras? Por eso estamos lejos de política pública, porque no es ni política ni pública, estamos en el tejido social pero un tejido marcado por el deseo de cada sujeto.

¿Y qué pasa con “super-amos” como Trump, Jhonson y Bolsonaro?

Son otros discursos de amos. El quid del asunto lo indicó Lacan cuando en plena Revolución del 68, pronosticó que el movimiento iba a triunfar como otro devenir de la mayoría. Hay una cuestión de estructura, da la mismo lo que sea, lo importante es que hay una estructura que no se mueve, una inocencia táctica no tiene culpa, yo compré esta idea porque la propaganda era bonita; el eximir la consciencia para hacerle caso al deseo. 

Hemos asistido a demostraciones epocales, una tras otra, donde vemos que tenemos que llegar a la raíz de lo que es el liderazgo. Tirecias, en la mitología griega es el ciego que ilumina, el loco o el profeta. ¿En La República (de Platón) por qué sacan de la polis (la ciudad) a los poetas? Porque es más fácil tratar de locos a la minoría. Es una manera de poder mantener separada a la locura. Ellos son el semblante de lo que hoy es el totalitarismo, que también es un semblante. Sabemos que es una caricatura, pero eso es la que representan en este estado de la cuestión qué es el poder los señores Trump, Bolsonaro, Jhonson, Rajoy y Piñera. Porque Piñera está en la misma línea mitómana o metominica, es un tipo aparentemente eficaz, pero que no es capaz de controlar su cuerpo, sus tics y usa camisas muy cortas dejando entrever que es muy tacaño como para hacerse camisas más largas, a su medida. Ese descalce habla por si mismo.

¿Qué te gustaría ver en el 2022 o cómo nos ves para entonces?

Creo que más que lo que me gustaría ver es qué es lo que me gustaría seguir haciendo. La figura del que ve nos pone en el discurso de la profecía y ese no es el discurso del sicoanálisis. A lo que sí estamos atentos los sicoanalistas lacanianos es a seguir haciendo en el tiempo que nos toca vivir.

El efecto mayor viene después de la guerra, es ahí donde los sicoanalistas tenemos que estar dispuestos a escuchar qué es lo que cambió. Por eso decidimos mantener la red de escucha telefónica, porque en cuanto empiece a asomar alguna conclusión, uno que otro efecto, las personas van a tener más necesidad de hablar, van a querer preguntarse por esto que cambió.

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