200 Discos de Rock Chileno: Puros Discos te cruzan también

200 Discos de Rock Chileno: Puros Discos te cruzan también

31 Marzo 2021
Conversamos con dos autores del libro “200 Discos de Rock Chileno”, la atractiva y muy bien documentada historia del estilo a partir de un conjunto de hitos discográficos que resultan imprescindibles para trazar y comprender las resonancias de este fenómeno a nivel local.
Oscar Rosales >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Con mucha alegría y expectativa recibí la noticia de la publicación del libro “200 Discos de Rock Chileno”. Como degustador y empedernido fisgón de la música nacional, me consta que no es tarea sencilla trazar puntos cardinales en esta cartografía que está llena de omisiones, mitos y confusiones, especialmente en lo que respecta al registro fonográfico de los pioneros locales del estilo, lo que plantea un apasionante, pero complejo hándicap. A eso hay que sumar la falta de interés por parte de nuestra institucionalidad e industria, lo que ha provocado algunas carencias inexplicables y absurdas dentro del catálogo del rock facturado desde este rincón del mundo. 

La rigurosa y muy entretenida obra escrita por Felipe Godoy, César Tudela, Cristofer Rodríguez y Gabriel Chacón, logró sortear varios de esos obstáculos y, hoy por hoy, nos permite disponer de este enciclopédico y didáctico volumen que, ordenado cronológicamente y disco por disco, se puede leer como el más completo decálogo para conocer las producciones imprescindibles del rock chileno, pero también como una apasionante revisión de nuestra historia y cultura a partir de su respectiva banda sonora. 

Como melómano, me satisfizo la justicia que se le hizo en el libro a ciertos registros que generalmente figuran solo en el obsesivo radar del coleccionista (como “El Degenéresis”); me sorprendió el acierto de incluir álbumes relevantes que se concibieron y editaron desde el extranjero (por ejemplo, Tamarugo y su bellísimo “Tan lejos del Mar”), y me resultó muy revelador leer su proposición de “discos bisagra” entre una década y otra (“Canciones Funcionales”, de Ángel Parra, por mencionar uno de ellos). Otro punto a destacar con creces: El estupendo prólogo que se despacha Sergio “Pirincho” Cárcamo, quien nos regala un apasionante relato que reconstruye la historia del rock nacional a partir de su propio derrotero vital, convirtiendo una experiencia personal en el reflejo de un fenómeno colectivo. 

Podría decir mucho más de esta valiosa y muy necesaria obra, pero lo mejor es que cada uno se aventure en el territorio de voces y sonidos que se erige desde sus más de 400 páginas. Lo recomiendo sin reservas.

Dicho esto, les dejo la conversación con dos de los autores, César Tudela y Gabriel Chacón, con quienes hablamos acerca de cómo entender el rock chileno, cuáles fueron los álbumes más difíciles de encontrar, la casi nula valoración que tienen los registros fonográficos en nuestro país y el real impacto del revival del vinilo, entre otros tópicos que permitieron anexar nuevas reflexiones en torno al objeto disco y su lugar en nuestra sociedad. 

¿Cómo surgió la idea del libro? ¿Hubo algún disco específico que gatilló el proceso?

CT: La idea surgió luego de realizar el ránking de los “51 mejores discos de rock chileno” para el webzine Nación Rock, a fines de 2016, del que fui el productor periodístico. Este ejercicio tuvo muy buena acogida, incluso la prensa local lo recogió y me tocó dar algunas entrevistas. La idea siguió rondando en la cabeza y apareció la realización de un libro en el horizonte. Le comenté esto a Felipe (Godoy, sociólogo y crítico de música), amigo y compañero en la música, y quien fue el editor del ránking mencionado. Al poco tiempo, se sumaron Cristofer (Rodríguez, profesor de historia y crítico de música) y Gabriel Chacón (periodista), fanáticos del rock chileno, amigos con quienes ya había colaborado en otros proyectos. Con una idea base de elaborar un libro que fuera como una guía referencial del sonido rockero nacional, a través de los discos, partió una aventura de tres años de escucha, valoración y selección de discos, investigación multidisciplinaria y escritura que se materializó en el libro. Así partió todo.    

¿Podrían aportarnos algunas pistas de cómo entendieron el Rock para llevar a cabo la selección? ¿Hay más del concepto como estilo sonoro, fenómeno cultural o estrategia de la industria?

GC: Ha sido re bonita la experiencia de hablar de rock en estos días, justamente a propósito de la serie de Netflix “Rompan Todo”. Pero más allá de la anécdota, nosotros quisimos entender al rock quitando el sesgo del prejuicio y entendiendo que es un género oscilante, propositivo y transgresor, que va cambiando según las décadas. La lucha constante entre la carga histórica y lo difusas que son hoy las fronteras es la mejor prueba de ello. Si bien nosotros no definimos al rock chileno, sí ofrecemos lineamientos generales para comprenderlo como un movimiento que se ha ido resignificando constantemente, desde el despertar de la juventud a fines de los 50 hasta nuestros días. 

¿Cuál fue para ustedes ese rasgo esencial del Rock que les permitió rastrear su presencia en distintos álbumes a lo largo de varias décadas?

GC: Justamente debido a esta misma permeabilidad y resignificación constante que tiene el rock, es que nosotros tomamos no uno, sino varios rasgos para rastrear su presencia a lo largo de las décadas. Por una parte, tomamos como hito fundamental el nacimiento de la juventud y el discurso contracultural que se estaba gestando entre ellos. Hacia fines de los 60 vimos cómo el folclore le fue dando una identidad que perdura incluso hasta hoy a través de la terna de Los Jaivas, Congreso y los Blops. Pero también en paralelo, vimos que el sonido eléctrico también era un elemento que se fue profundizando y ahí tenemos a Los Vidrios Quebrados y Los Mac’s, entre otros, quienes sintonizaron más con el rock inglés. Entonces hacia fines de los 60 ya teníamos dos rasgos identitarios del rock: por un lado la juventud y su mensaje y, por otro, el sonido, ya sea desde Chile hacia fuera a través del folclore o desde fuera hacia dentro, a través del sonido eléctrico y la distorsión. 

Y así fuimos avanzando a través de las décadas, cada una con sus características. Hasta llegar al 2012, fecha en la que el rock sonaba muy distinto, incluso sin guitarra como lo demostró con creces Como Asesinar a Felipes. 

En síntesis, entendimos que el rock se cuestiona constantemente en cada época y quienes hacían eso generalmente era la juventud. Una rebeldía constante que le fue manteniendo siempre vigente, a pesar que en varios años se mantuvo al margen de la popularidad. 

Desde los parámetros que se fijaron, ¿podrían mencionar algunos de los discos que generaron mayores desacuerdos a la hora de decidir su inclusión?

CT: Creo que ningún disco provocó desacuerdo. Lo decimos en la introducción: uno de los leitmotiv para hacer este trabajo es nuestro afán celebratorio del rock nacional. Sí nos fuimos dando cuenta en el camino que debíamos transparentar lo que entendíamos por rock, como ya lo mencionamos anteriormente, y en esa línea, hay discos de excelente factura, que son fundamentales para nuestra música popular, pero que vienen desde otros estilos. En ese sentido, sabíamos de antemano que “Ser humano” de Tiro de Gracia, “Las últimas composiciones” de Violeta Parra, “Dead soul” de Criminal, “Gran pecador” de Chico Trujillo, “Esquemas juveniles” de Javiera Mena o “Cantata Santa María de Iquique” de Quilapayún, por nombrar algunos, eran discos que no estarían en la selección. Obviamente, cuando tuvimos que cerrar la lista, hubo discos que discutimos más su inclusión en desmedro de otros. Más allá de dar nombres en específico, las decisiones pasaron por cuáles discos contaban mejor la historia de nuestro rock, con todos sus colores.

¿Qué álbum representó para ustedes un descubrimiento importante, asombroso, al punto que pasó a integrar su personal discografía de cabecera?

GC: Si me permites, hubo varios, pero te quiero mencionar 3. Y lo haré en orden cronológico para no priorizar a ninguno. Creo que en Chile todos conocemos a Los Ángeles Negros, quizás algunos conocen que ellos nacieron luego de un concurso en el que ganaron la posibilidad de hacer un disco en estudio, pero quizás lo que gran parte desconoce es que en ese mismo concurso, en esa misma ciudad de San Carlos, también participó otra banda de balada psicodélica, similar a Los Ángeles Negros. Esta banda se llamaba Los Cristales, muy poco referenciada por la literatura, pero que ofrecieron en 1972 un disco que está mucho más ligado al rock y que al escucharlo (sólo disponible en YouTube) te puedes dar cuenta de lo que se perdió el rock chileno, especialmente con la última canción. Lamentablemente, el golpe de estado llegó una semana antes de su viaje a México y los obligó a quedarse en Chile, lo cual quizás hubiese contado una historia muy distinta a la que hoy conocemos.

El otro es el “New guitar” de Santiago, una banda de chilenos radicados en Alemania y que son una verdadera joya oculta del rock chileno. El disco fue producido por Dieter Dierks, productor de Scorpions y Accept y en él se encuentran armonías vocales, pop barroco, solos de guitarra impresionantes y se escuchan influencias diversas, desde la inocencia de Doobie Brothers a la complejidad de Genesis. De sus filas salió el baterista Mario Argandoña que años más tarde grabará con Deep Purple en el sinfónico del ’99. Afortunadamente el disco se encuentra hoy reeditado en vinilo y disponible en algunos lugares. 

El último es el “Deshabitar” de Natisú, un disco que salió en 2011, en una época donde el neo-folk marcaba presencia masiva en el público chileno. Ella lanza este disco de rock minimalista y distorsionado, muy oscuro y que conversa tanto con algunos contemporáneos nacionales como Matorral pero sobre todo internacional, con lo que en ese momento estaba haciendo Radiohead. 

¿Hay algún disco en especial que consideren que está subvalorado, invisibilizado, o que quizá pasó demasiado desapercibido y no goza aún de la atención que se merece?

CT: Un montón. Cada década tiene discos interesantes que, por distintas razones (están descatalogados, son difíciles de encontrar, se hicieron en el extranjero, no tuvieron difusión, etc.), han sido olvidados. En ese sentido, para quienes les gusta el rock chileno, se encontrarán con muy bonitas sorpresas para poder buscar. Podemos contar que dentro de la selección de los 200, hay 25 discos destacados (que están a doble página y tienen más fotos) y entre esos, obviamente están los grandes discos de nuestra discografía, pero también realizamos justicia a algunos álbumes que creemos merecen más atención, como los son “Bello barrio” de Mauricio Redolés y “La manda del ladrón de Melipilla” de La Floripondio”. La lista es amplia, y va desde el debut homónimo de Cecilia en 1964 (se habla poco de los LP de la de Tomé en general) al “Derrumbe y celebración” (2012) de Tenemos Explosivos, una banda del under con algunas de las mejores letras del rock chileno del último tiempo. En medio, discazos como los de Embrujo (1972), Upa! (1986), Elso Tumbay (1997), La Desooorden (2007)... y así, varios otros que pueden ir descubriendo con el libro. 

El libro aborda un período de tiempo que abarca 50 años ¿Podrían señalarnos cuál es para ustedes el disco más representativo de cada década, el que mejor concentra y define las características de cada una de esos decenios?

GC: Específicamente es de 1962 a 2012 y nuestra división se hizo por décadas. Esta opinión es muy personal, pero ahí voy. En los 60 me parece que el fenómeno de The Ramblers con su disco homónimo es algo fuera de toda norma. Un hito superventas y que dio al rock chileno un grandioso debut con éxitos como el ‘Twist del estudiante’, ‘Mucho Amor’ y obviamente ‘El Rock del Mundial’. 

En los 70, el “Volumen 2” de Aguaturbia resume gran parte del rock de la década: psicodelia, potencia, rabia y un final acústico folk. Además, Denise se luce por segunda vez explotando con mayor seguridad una de las voces esenciales del rock chileno.

En los 80, sin duda “La voz de los ‘80” de Los Prisioneros es un disco que en plena dictadura anuncia la nueva era, echándose encima a los hippies, pasando página de la década anterior y vaticinando que viene la fuerza. Son irrespetuosos, no vienen de la élite y logran conectar de inmediato con la juventud. 

En los 90, el “Invisible” de La Ley marca a mitad de la década un hito que resume muy bien el sonido que se popularizó en ese momento: desde el rock de estadio hasta el pop oscuro, herencia europea de los ochenta. 

En los 2000, el homónimo de Weichafe –más conocido como “el disco rojo”–es el mejor ejemplo de la década: un rock callejero, subversivo y sobre todo independiente. 

En la cola de nuestro libro están los ’10 y ahí quien mejor resume el inicio de la década es el “Comenzará de nuevo” de Como Asesinar a Felipes. Si en los 60 el rock se reconoció por sus guitarras, en este disco hay una completa ausencia de ellas. ¿Qué se entiende entonces por rock si ya no hay guitarras? Es la invitación que nos hace ese disco.

El libro plantea una valoración patrimonial del objeto disco. ¿Por qué creen que en nuestro país ha costado tanto darle la importancia que se merece como objeto artístico y cultural? Esto partiendo de la base que los sellos no conservan un archivo y que las tareas de rescate y reedición son relativamente nuevas en Chile, muchas veces gestionadas de forma particular y, en el caso del catálogo de los pioneros, en un momento impulsadas exclusivamente desde el extranjero.

CT: No ha existido dicha valorización, ni a nivel estatal ni de industria. Existen algunas instituciones que han intentado hacer esa pega (la Biblioteca Nacional, institutos de música de algunas universidades) ¿Por qué? Creo que la música popular no está en el mapa de las personas que son las encargadas de resguardar el patrimonio cultural, y es urgente que eso cambie. Es muy triste lo que pasa con el catálogo clásico, discos en manos de extranjeros que no tienen idea de lo que tienen. En ese sentido, a nivel de industria, también estamos al debe. No es posible que discos que fueron superventas no existan más, o que, como mencionas, no seamos capaces de producir bonitos discos recopilatorios, box-sets, discos de lados b, productos a los que la gran industria ha echado mano para llegar a coleccionistas y fanáticos y combatir con el streaming.   

¿Cómo influyó el soporte (vinilo, cassette, cd, mp3, streaming) en la creación musical de cada período? Me refiero a la dimensión artística, más que la social y comercial. ¿Se reflejaron de alguna forma los soportes en el formato álbum?

GC: Al principio el rock chileno se conoció en discos singles y el LP como una acumulación de estos. Pero The Ramblers presentó por primera vez un larga duración que fue concebido como tal. El vinilo en los 60 se concebía como un objeto social, una experiencia grupal que se escuchaba en familia o en malones. Ya en los 80, el casete en Chile se convirtió en un elemento subversivo y clandestino, que logró hacerle frente a la censura de la dictadura. Gracias a esta facultad clandestina es que Congreso pudo hacer conocida una de sus canciones más populares. ¿Cuál es la anécdota? Pirincho Cárcamo la cuenta en el prólogo de nuestro libro.

Entre el vinilo y el casete la lógica siguió la misma tónica que el contexto mundial: pensar muy bien con qué abrir y cerrar cada lado. Ángel Parra lo entendió muy bien y en su disco más emblemático (incluido en el libro), en la cara A está la sección “Canciones funcionales” (composiciones originales) y por la cara B “Ángel Parra interpreta a Atahualpa Yupanqui” (covers de su mentor). Con este álbum, Parra nos da un disco que es una de las claves para entender este mágico cruce entre el rock y la canción de raíz, uniendo a dos tipos de públicos que parecían irreconciliables. 

Con el nacimiento del CD, la experiencia de escucha se hace mucho más individual y le da una fidelidad de audio muy superior a toda una generación que se crió con casetes (¿cuántos de ellos habrán sido pirata?). En este contexto, escuchar en un minicomponente con subwoofer –muy típico de los 90– el bajo de ‘Día cero’ en el ‘Invisible’ de La Ley es una experiencia que querías vivir a todo volumen.

Con la llegada de los formatos digitales pareciera ser que todo explotó y la música vivió una de sus mayores revoluciones. Todos podían compartir música y lo más importante, todos podían grabar y poner a disposición sus creaciones. El disco como formato vivió un remezón ya que se volvió a la dinámica de escuchar singles o canciones sueltas. Ahora con las plataformas de streaming como Spotify, el concepto de disco ha recuperado espacios.

¿Cómo observan el fenómeno de la gran popularidad que tiene en la actualidad el formato del vinilo? ¿Creen que ha permitido rescatar el concepto del álbum?

CT: En mi caso particular, soy más bien pesimista. El alto costo de los vinilos (y de las tornamesas) ha ido en desmedro del empuje que la “moda” pudo haber provocado. Si bien es cierto en números las ventas han ido al alza, al momento de compararlas con el streaming no hay mucho más análisis: el 80% de la música que se escucha en el mundo es a través de plataformas digitales. Creo que el fenómeno ha tenido más hype y buena prensa (hecha por fanáticos) que otra cosa. Incluso, no hace mucho salió una encuesta que mencionaba que la mitad de los vinilos vendidos no eran escuchados y se usaban más como decoración y para fotos en redes sociales.  

¿Cuáles fueron los discos más difíciles de conseguir para la revisión?

GC: Los homónimos de Cecilia y de Alan y sus Bates, son discos ausentes de reediciones y de las plataformas de streaming. Tuvimos que reconstruirlos a partir de referencias bibliográficas y con canciones encontradas de manera independiente. Sin duda, armarlos fue una proeza muy satisfactoria. Por suerte los cuatro autores somos coleccionistas empedernidos que cuidamos celosamente nuestras colecciones discográficas (físicas y digitales) y ahí tenemos discos descatalogados y ausentes de Spotify e incluso YouTube, pero presentes en el libro. No quisimos marginar discos simplemente por el mal manejo de nuestro patrimonio, tanto a nivel público como privado.  

Para finalizar: ¿Cómo proyectan o qué expectativas tienen respecto al impacto de su libro en la historia discográfica nacional y su relación con las audiencias.

CT: Hasta ahora, para nosotros ha sido muy gratificante recibir buenas palabras sobre el libro. Desde el contenido al diseño, y de parte de profesionales que admiramos mucho como de la audiencia/compradores en general. Se ha valorado ante todo el trabajo (más que la pelea chica si está uno u otro disco) y eso ya cumple nuestras primeras expectativas y estamos contentos por eso. Si nos ponemos ambiciosos, nos encantaría que el libro esté disponible en bibliotecas públicas, colegios, universidades, y librerías de todo el país. Nuestra idea es que llegue a la mayor cantidad de gente posible que es fanática del rock chileno, que se abran nuevas discusiones y, por qué no, que sea el impulso para que otros investigadores se pongan en la tarea de escribir más libros de música.

“200 discos de rock chileno: una historia del vinilo al streaming”, se puede encontrar en las librerías de nuestro país y también en la página web de su sello editorial, www.ocholibros.cl