Mariposas de Eduardo Mena: La fragilidad hecha pueblo, recuerdo y pintura

12 Febrero 2018

Eduardo Mena nos instala sobre nuestras miradas hastiadas del arte conceptual, siúticamente abstracto y teóricamente hermético, los rincones íntimos de Valparaíso y su gente.

Paulo Carreras ... >
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La pintura de Eduardo Mena (Santiago, 1964) es un barniz para el alma, da la impresión que no tranza, que no claudica ni se arrodilla al juego de ofertas y demandas del negocio, de la obra hecha mercancía, reproducida infinitas veces con fines economicistas como señalara Walter Benjamin o Theodor Adorno en sus ensayos sobre la obra de arte y la industria cultural. En tiempos llamados posmodernos por algunos, con el dominio sin contrapeso de al parecer, la irreversible dictadura del capitalismo, la obra de arte pasa a ser parte de lo “Útil” en esta sociedad competitiva.

Es precisamente Adorno junto a Max Horkheimer  quien planteaba ya en la década de los cuarenta, el valor de uso del arte para las masas. Según los filósofos de la Escuela de Frankfurt, “todo tiene valor solo en la medida que se puede intercambiar, no por el hecho de ser algo en sí mismo. El arte es una especie de mercancía preparada, registrada, asimilada a la producción industrial convirtiéndose tristemente en un negocio ya ni siquiera como intención, sino como principio mismo.”
Cuando reviso la obra de Mena, encuentro una esperanza, (errónea o no), para creer en ese arte cultual, aurático del que hablaba Benjamin, extinguido bajo el manto de la máxima “es bueno si sirve al mercado”. Los cuadros de este pintor chileno, creados al tenor de la técnica del óleo y el acrílico sobre tela, parecen tener la limpieza, transparencia y fragilidad de las alas diáfanas de las mariposas (título precisamente de su última exposición), devolvernos la inocencia del niño que fuimos, poner nuestros pies en la tierra, recordar y tal vez hallar el nostos, tópico del que trata la literatura griega, del héroe que anhela el regreso a su patria y lugar de cobijo. Sin cálculos monetarios mezquinos, solo el hecho de emocionar, pensar, trasuntar ideas. “Mis pinturas son ventanas a simples situaciones cotidianas humanas. Lo que busco en ellas es retener el tiempo para dar espacio a la luz de las cosas.” Son palabras del artista en referencia a sus trabajos. Nada más cierto y coherente.
Las pinturas despiertan en mí la nostalgia del brasero prendido gracias al esfuerzo del cansado padre concluida la jornada laboral, la leña hecha brasas porque no alcanzaba el dinero ni para la parafina en los lluviosos años ochenta de las postrimerías y languidez del invierno dictatorial. Invierno frío que como las mariposas esperábamos anhelante su término para dar paso a la llegada de la primavera y los noventa, aquella que con el arcoíris del NO y después de la tormenta, despejaría el nublado cielo de una de las dictaduras más sanguinarias, corruptas y crueles de Latinoamérica. Régimen que empezaba a extinguirse con la esperanza de una democracia al son del cántico de la alegría ya viene, alegría que nunca se les acabó a los que detentaban y aún detentan el poder y no llegó nunca, a quienes inocentemente con rostros curtidos por el sueldo miserable y trabajo precario del PEM (Programa de Empleo Mínimo) y del POJH (Programa de Ocupación para jefes de hogar) ideado por los Chicago Boys y liderados por el creador de las AFP José Piñera Echeñique, pululaban con la esperanza de mejor fortuna por muchos de los rincones porteños que retrata Mena en sus pinturas.
La fragilidad de la memoria es abismante y aún tan exigua como la vida de las mariposas. Hoy muchos exacerbados, carentes de la mínima clase de historia de Chile y recalcitrantes a más no poder, piden a gritos por las redes sociales el regreso divino del dictador Pinochet. Entiendo nada. Las figuras de Mena son pueblo y sus rincones, personajes de óleo y acrílico que reflejan a muchos que creíamos en  un país distinto, el que yo tildado hasta el hartazgo como resentido social, aún busco. Perdonen la divagación.

Conocí la pintura de Eduardo Mena después de iniciar un Diplomado en Crítica de Arte Contemporáneo en una universidad porteña. Siempre me gustó el arte, la pintura en general, pero mi experiencia autodidacta se circunscribía básicamente a ver documentales por youtube o uno que otro programa sobre exponentes y movimientos pictóricos en la esmirriada parrilla programática cultural de la televisión chilena. Durante uno de mis trabajos para ese diplomado realicé un paseo a Cerro Alegre en Valparaíso, ícono de la cultura elitista, aburguesada y adornada  por el collage de franceses, alemanes, estadounidenses y el sinfín de viejas cuicas envueltas en sus pashminas, ignorando lo más probable el origen del término y la fabricación del tejido. Cito el cerro porteño, porque precisamente en ese lugar y específicamente en la Galería Bahía Utópica, di por vez primera con las obras de este excelente pintor chileno, pues si bien es cierto no tengo ni las habilidades, técnica o estudios de pintura, siento en lo personal que el arte con mayúscula es para emocionar, evocar, pensar, reflexionar, sentir y sentirnos vivos, algo que Mena consigue con singular maestría.
Cuando revisamos la obra del artista uno se encuentra consigo mismo, con rincones que visitó, con el pueblo hecho carne a través de colores opacos, pero no menos potentes que se repiten en los rostros de este rompecabezas multicolor y multicultural que es el puerto de Valparaíso. 
Eduardo Mena nos instala sobre nuestras miradas hastiadas del arte conceptual, siúticamente abstracto y teóricamente hermético, los rincones íntimos de Valparaíso y su gente. Músicos en un mirador con guitarras y acordeones, las casas iluminadas como luciérnagas enclavadas en los cerros, el barrio puerto, La Matriz, Plaza Echaurren, callejones con adoquines en el transitar de un hombre  por la lúgubre noche, el salón de pool, o el bar atestado de parroquianos viendo el partido de fútbol dominical. Así de simple, pero a su vez entrañable es la obra del autor y sus cuadros, que como él señala son “ventanas a simples situaciones cotidianas”.
La Exposición: MARIPOSAS – pinturas 2016 realizada hace unos meses en el nivel uno de la sala de El Internado, una casona construida a fines del siglo XIX en el sector de Cerro Alegre en Valparaíso, y que ahora es un edificio ubicado entre los pasajes Caracoles y Dimalow, a pasos del ascensor Reina Victoria, consta de una docena de pinturas de rostros, acrílicos sobre tela, caras de seres transparentes. El soporte de las telas son alambres suspendidos como crisálidas, comparación ad hoc a la exposición y su título.
El gran mérito de Mena y que logra que empatice con su pensamiento y arte, lo retrata un pergamino que pende en un rincón de la sala. En éste, el artista expresa ideas tan potentes y geniales que le dan aún más sentido y coherencia a sus trazos. “He pintado por dentro y por fuera siempre al ser humano, su soledad, su desamparo y su ternura la maravilla que se tiene entre las manos” y remata con este notable pensamiento: “Creo que todos deberíamos hacer alguna vez este ejercicio de intentar explicarnos, de dar nuestra esencial opinión de la vida”. Si algo debo agradecerle al arte y la pintura de Mena en particular, es precisamente la posibilidad de contemplar una obra y remover en mi pensamiento las partes del rompecabezas llamado “experiencias” que explican quien soy ante la vida, pues como las mariposas nos posamos por un tiempo en esta tierra y desaparecemos muchas veces ignorando el por qué de nuestra existencia y que venimos a hacer (y ser) acá.

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