Terremotos en Valparaíso: El terremoto entre O´Higgins y Lord Cochrane

Terremotos en Valparaíso: El terremoto entre O´Higgins y Lord Cochrane

06 Mayo 2021
María Graham había establecido su residencia temporal en Valparaíso. En noviembre decidió visitar el vecino puerto de Quintero y sus alrededores. Allí, en las inmediaciones de la hacienda de Valle Alegre, propiedad de Cochrane, fue testigo de lo que nos toca relatar.
Rodolfo Follega... >
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Por Rodolfo Follegati Pollmann

Ya estamos en 1822. En Chile gobierna Bernardo O´Higgins como Director Supremo, bajo la atenta mirada vigilante del General San Martín. Lord Thomas Cochrane, almirante de la primera escuadra nacional, mantiene una tensa relación con O´Higgins y San Martín por el no pago de remuneraciones a sus tropas. De todo esto nos cuenta María Graham, notable viajera y naturalista inglesa que nos dejó una de las más célebres crónicas sobre el Chile de la Independencia, el territorio y su gente. 

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María Graham había establecido su residencia temporal en Valparaíso. En noviembre decidió visitar el vecino puerto de Quintero y sus alrededores. Allí, en las inmediaciones de la hacienda de Valle Alegre, propiedad de Cochrane, fue testigo de lo que nos toca relatar. El gran terremoto del 19 de noviembre de 1822.

Cuenta Graham que ese fue un día sereno y caluroso, que le siguió una noche calma. Hacia el este, hacia la cordillera se divisaba un cielo relampagueante. De pronto, a eso de las 10:15 de la noche, el suelo se sacudió violentamente seguido de un ruido como de explosión. Inmediatamente cayó la chimenea de la casa y los muros se abrieron. El movimiento, primero trepidante, cambió a ondulatorio. Todo duró unos largos tres minutos. La angustia y agitación solo podía ser “comparable en horror a la que se apodera de las almas en el juicio final”.

Luego siguieron otros dos movimientos y un tercero, todos de menor intensidad, lo que hacía creer que lo peor ya había pasado. Los muebles al interior de la casa se habían movido todos en la misma dirección, en sentido noroeste-sureste.

A la media noche todavía se sentían sacudones, cada dos o tres minutos, con movimientos en distintas direcciones. Así hasta las 4 de la mañana. Al despuntar el alba todo se veía con más claridad. En los cerros cercanos se habían producido varios derrumbes y la tierra se presentaba agrietada. Mirando hacia la bahía se percibía que el agua se había retirado, dejando al descubierto “rocas que antes cubría enteramente el mar”.

Durante todo el día tiembla ligeramente, cada quince o veinte minutos. Esto se mantiene durante la siguiente noche y al otro día.

Noticias de Valparaíso dicen que en el Almendral “no ha quedado servible ninguna casa”, en el puerto ninguna habitable, la iglesia de la Merced destruida. Las calles quedaron desiertas y la gente buscó refugio en los cerros. Había gran temor en todas partes, se esperaba “un gran cataclismo y salida de mar”, cosa que no ocurrió, por intercesión divina según mucha población.

María Graham logró volver a Valparaíso. Observando desde las alturas no se veía “alteraciones notables, salvo la ausencia de las torres y de los edificios mayores”, pero ya más de cerca se presentaba una “horrible catástrofe”. El Almendral presentaba un aspecto de triste desolación, prácticamente todas las casas destruidas, hacia los cerros “los techos y murallas en ruinas”. En el puerto hay casas y edificios destruidos y otras que salvaron ilesas, “parece que en los lugares donde los fundamentos descansan sobre vetas de granito los edificios resistieron bastante bien”.

Efectivamente, otros informes de la época confirman que las edificaciones construidas sobre roca resistieron al terremoto, como si fuera un designo bíblico. También resistieron mejor las construcciones de madera mientras que las de cal y ladrillos sufrieron graves destrozos.

Según lo documentado por el historiador Diego Barros Arana se registraron aproximadamente setecientas casas dañadas, “los edificios públicos…sufrieron extraordinariamente”, entre ellos se cuenta la casa de gobierno de la ciudad, los cuarteles militares, la cárcel, la Aduana y sus almacenes, el edificio del Resguardo del puerto, la administración de correos y los hospitales. “Todos los templos habían perdido sus torres”.

En total, durante la noche y madrugada se registraron 36 réplicas y antes de que trascurriera un mes se contabilizaron otros 170 temblores. A pesar de la magnitud del terremoto, que alcanzó los 8.5° en la escala de Richter, los 66 adultos y 12 niños muertos se consideró un número bajo de víctimas fatales, lo mismo que los 100 heridos. En opinión de María Graham, si la catástrofe hubiera ocurrido más tarde, cuando la mayoría de la gente se retiraba a dormir, “el número de víctimas habría sido espantoso”.

Pero más allá de los daños y de las víctimas, este terremoto nos aporta interesante información sobre el estado cultural y la mentalidad de la población en los inicios del siglo XIX. La creencia y la imaginación popular, sostiene Barros Arana, hicieron ver este terremoto como un verdadero “castigo del cielo por los pecados públicos y por la implementación de reformas políticas o civiles que contrariaban el antiguo régimen social y teocrático de la Colonia”. Es que la Independencia no alcanzaba para revolucionar las mentes de las personas, al menos en lo que a creencias se refiere. Toda esta fantasía también era alimentada por la noticia de una monja que había “profetizado en días anteriores que Santiago sería totalmente destruido por un espantoso terremoto”. Esto generó una especie de histeria colectiva que se manifestaba en constantes procesiones de penitentes que buscan la expiación de sus pecados e imploraban la salvación.

Muchos sacerdotes, sobre todo en Valparaíso, llegaron al extremo de culpar a los extranjeros herejes, principalmente ingleses y norteamericanos, y a la propia impiedad del gobierno, por brindarles protección. Esto habría desatado la ira de Dios, que en castigo enviaba el terremoto. Fray Camilo Henríquez, el mismo que publicó la Aurora de Chile en los albores de la Independencia, criticó desde su tribuna periodística fuertemente a los sacerdotes que avalaban semejante teoría y a la feligresía que los seguía, conminando a que se reconocieran las explicaciones científicas sobre los terremotos, descartando esas tan populares y arraigadas creencias del castigo divino.

Retomando aquella situación de tensión entre O´Higgins y Lord Cochrane, por el no pago de remuneraciones de la escuadra, que, digámoslo de esta forma, constituía el hecho noticioso de la semana y los días previos al terremoto, sería pertinente informar que luego de varias tratativas se resolvió que ese día, el mismo 19 de noviembre, los marineros recibirían su pago. Y así fue. Sin embargo, como cuenta María Graham, la confusión y el caos esa noche fue mayor con los marineros en tierra, que habían colmado las pocas calles del puerto en busca de entretención. Por otro lado, entre tanto trastorno y confusión provocada por el terremoto, una de las víctimas fue el propio O´Higgins, “que estuvo a punto de ser aplastado por una pared de la casa de gobierno”, dice Barros Arana, y fue el mismo Cochrane quien llegó a prestarle los primeros auxilios. Lo que las pasiones humanas separa, el terremoto lo une, y después de la catástrofe serán muchas las manos que se vuelven a estrechar.