[OPINIÓN] Bielsa y el juego del fútbol

20 Mayo 2019

Lo único garantizable es el camino que elijamos recorrer y como tal, está demarcado por el éxito y el fracaso.

Gino Bailey >
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El fútbol sigue siendo aquella actividad deportiva que en su propuesta, condiciones, reglas y propósitos, nos vincula con un aspecto genuinamente humano. Hoy por hoy, en plena era de la digitalización, la invitación tiene como base el juego, lo lúdico, la libertad y el contacto entre seres humanos en búsqueda de un propósito común: ganar. Sin embargo esa búsqueda ha escondido desde su génesis caminos y formas posibles, filosofías y modos en concebir el juego o la actividad deportiva, que entre la genealogía y el profesionalismo, no ha sido resuelta. ¿Qué es lo verdaderamente genuino de dicha actividad humana y por qué debiera ser importante hoy pensar en aquello?

Para quienes han jugado a la “pelota”, mal o bien, colocado en el arco por defecto, en cancha de tierra o en los actuales campos sintéticos, sabrá que jugar es entrar en una dimensión paralela, donde todo lo que importa es lo que sucede ahí, involucrándose en su totalidad. Nada sigue existiendo en la cotidianidad. Ni el trabajo, los estudios, la familia, nada. Esta atracción de una profunda raíz misteriosa, se debe en parte a lo que Malinowski, el antropólogo austro-húngaro denominaba como “necesidades simbólicas” que hace de un colectivo vincularse en el tiempo a través de lo que existe de común como cultura.  

En pleno año 2019, el fútbol es una actividad deportiva que no puede desprenderse de su componente lúdico. Que sobrevive por la atracción de su juego, implicando a sus actores y atrayendo a un público, que puede ser hincha o espectador.

Dicho esto, inevitablemente volvemos a Bielsa. Podemos volver a Bielsa eternamente, desde distintas vértebras para hablar acerca del juego, de los valores, inclusive de la estética y los aprendizajes en el mundo actual.

Del entrenador argentino, solo hemos captado un pequeño mensaje de todo lo que transmite y al igual que muchos muertos en vida, vinculados por lo  general al mundo de las artes, serán reconocidos a la posteridad.

Para quienes conectan con el juego y aquel componente lúdico, entenderá que la defensa de esa actividad antropológica es hoy una reivindicación política y cultural. Es posible sobrevivir en el profesionalismo no queriendo transar ese origen y el eterno retorno que ofrece el juego cada vez que lo actualiza: jugar, divertirse, estilizar la asociación para llegar al gol . Para los dogmáticos del pragmatismo o de ganar a cualquier costo, señalar y aceptar que eso está muy bien en una sociedad como la nuestra, donde priman los valores del mercado, la competencia aplastante y el espíritu darwinista por sobre la cooperación. Para quienes intuyen que esto ni siquiera tiene que ver con la victoria o la derrota, señalar tres claves de lecturas en defensa del juego: la política, la estética y la memoria.

Defender el mensaje de Bielsa no es abogar solo por un componente estético, que por cierto lo es, sino por ir a la esencia de algo tan noble como el juego del fútbol, el mismo que en estos momentos se puede estar realizando en las condiciones más inhóspitas - pienso en Cisjordania y Palestina- o en el estadio en plena final de una competencia internacional. Dos contextos casi opuestos, en apariencia diversos, pero con raigambre común de conectarnos como seres humanos, que se divierten y abstraen cooperativamente en la actividad del juego.

Y el juego, tal como señala el psicólogo Vygotsky es una actividad de desarrollo que tiene reglas o condiciones claras para todos. En el juego del fútbol, no se puede coger el balón con las manos , salvo que seas arquero o portero. No se puede patear al adversario y agredir a quienes le dan vida a la actividad. Tampoco se puede traspasar la línea imaginaria del off-side que constituye la defensa rival, entre otras reglas generales.

Sin embargo, una de las reglas más importante del fútbol, que no forma parte del reglamento aparente,  es precisamente la de jugar en relación directa con el balón. Querer jugar significa no concentrarse sobre el rival adversario, ni de ejercer las influencias externas necesarias para generar las posibilidades de marcar. Menos romper alguna condición, como por ejemplo patear intencionalmente al rival o hacer trampa sacando réditos para triunfar.

La regla subyacente del juego del fútbol consiste en hacer todo lo posible, para que a través del balón o la “pelota”, se pueda ganar. Y hacer lo posible no es consistente a través de lo individual sino de lo colectivo. Hacer lo posible significa entonces concentrarse en el juego asociado con algo que es esférico y que genera incertidumbre en la posibilidad de ganar o perder.

Es por esta razón que el juego del fútbol es profundamente político. Partir por concentrarse en el rival, o basarse en el pragmatismo, tira por la borda aquel principio lúdico, aquella regla subyacente del fútbol que nos implica como seres humanos que somos, transformándolo en cualquier actividad deportiva, donde triunfa el más fuerte o el más preparado. De igual forma, en el fútbol no siempre gana el más fuerte o el más preparado a nivel financiero o tecnológico, sino el que mayor disposición organizativa tenga con el balón.

Ganar a cualquier costo, es entre otras cosas, olvidarse del fútbol como juego y vincularse al fútbol como una actividad de mercado y de trabajo.

En menos de un mes Marcelo Bielsa recorrió la tragedia de lo que significa hoy defender el juego del fútbol en un contexto global en decadencia. Defender la ética del juego, asumiendo la condición de no hacer trampa para superar al rival y perder siguiendo un estilo de juego ante la posibilidad irrepetible de poder ascender con Leeds United. Además de fracasado, derrotado y un sinnúmero de apelativos que constantemente recaen sobre el entrenador, ha tenido que asumir variados cuestionamientos en irse a equipos de otras categorías, entrenando en series de clubes que pelean por volver el orgullo a sus colectivos a partir del ascenso: recuperar la categoría.

Bielsa ha ejemplificado que es esencialista en el juego del fútbol y sistémico en la organización del juego. El primer apelativo tiene que ver con una asimilación artística pero también de valores y memorias. El segundo apelativo, se asocia a una innovación sobre el fútbol total que genera un modo distinto de jugar posterior a la revolución de la naranja mecánica de Holanda 1974 y a la posteridad J. Cruyff - J. Guardiola.

Ser esencialista del juego del fútbol implica concentrarse absolutamente en aquello que ordena la disposición del balón. La disposición del balón implica que es la asociación colectiva sobre su cuidado y tratamiento, lo que genera las posibilidades de llegar al arco o portería contraria. Recorrer el camino colectivo de la disposición del balón para crear situaciones de gol que permitan marcar. Bielsa se concentra a tal punto en ello, que en parte ha descuidado pensar muchas veces en el rival. Esta mirada esencialista sobre el juego hace que inmediatamente se deba trabajar sobre una estética, porque lo que está ahí al centro es el modo o los modos en que se dispone de ese epicentro que es la esfera.

Digo esto para aclarar y rectificar que la dimensión esencialista del juego no puede prescindir de la posesión del balón. No se puede ceder el balón y dejar que el rival lo maneje , especulando en relación a eso. En ese sentido Bielsa, al igual que la escuela de Menotti y de Cruyff, tiene un tratado estético sobre lo que significa jugar, que es la conducta colectiva irrenunciable sobre el manejo del balón de manera colectiva, que a su vez debe ser profundamente estética, bella.

Dicha estética, sin embargo, se distancia de Menotti porque no debiera depender del talento ni de las duplas, asociaciones dispuesta en el sujeto o sujeta futbolista. La estética de Bielsa, es colectiva y sistémica. También dinámica, vertiginosa. Se depende del talento individual, pero éste debe disponerse en colectivo para trascender de la figura al equipo como la obra de arte que no la acaba el pintor o escultor - Maradona-Pelé- Messi-  sino que tiene la capacidad de ocultar quién es el autor o autora de la belleza en el juego. La belleza del juego es el equipo.

Y aquí llegamos a un momento difícil debido a las sutilezas que hacen la diferencia. Si Guardiola es el artesano que hace de sus equipos una obra artesanal de amor al juego, Bielsa sitúa su artesanía sobre las pautas de enlace, de unión del juego. Una estética relacional. Así, al contrario de lo que mucha prensa especializada, críticos y críticas y profesionales del medio deportivo han señalado, Bielsa es un romántico del fútbol y no un mecánico de los entrenamientos. Probablemente la conceptualización “romántica” reduce el componente sistémico, pero debe su romanticismo a lo medular del juego, a la orientación de un juego colectivo, cooperativo, que debe prescindir de la figura individual para lograrlo. A su vez, la figura individual debe trascender su propia subjetividad para hacerla valer en el equipo.

Ejemplos hay infinitos. Ortega en el seleccionado Argentino de 1999-2002 que clasificó invicto como local. Valdivia en el seleccionado chileno que fue a Sudáfrica 2010, que clasificó con 3 o 4 fechas de anticipación. Llorente en el Athletic Club de Bilbao, y así se podrían tematizar más. Inclusive, la eterna disputa entre Batistuta y Crespo tiene su explicación en esto no en disputas simplistas. De manera tal que cuando Bielsa defiende el amateurismo- palabra enlodada publicitariamente por Sampaoli cedida al Banco Santander-  nos está hablando del campo o la cancha de tierra, aquella que en algunos sitios está en peligro de extinción.

Nos retrotrae a la génesis, donde teníamos que auto-organizarnos para jugar. Muchas veces sin conocernos íbamos descubriendo felices los talentos de cada uno, poniendo a disposición lo mejor que teníamos como equipo para poder ganar. En eso se basaba la alegría del juego, porque nadie tenía nada material como retribución para ganar, más que poder jugar. Nadie planteaba esencialmente una táctica ni renunciaba al balón como eje fundamental del juego. La esencia del fútbol está precisamente ahí, en la gratuidad de la actividad deportiva lúdica.

Es en ese sentido que Bielsa es esencialista y en ello transmite valores basado en el colectivo, en la gratuidad y en lo lúdico. En el trabajo colectivo, como lo encarna la cultura popular a partir del obrero/a y trabajador/a que se forja en colectivo, no en individuos aislados a quienes solo les preocupa ganar. Entonces lo importante está en el camino que se recorre y cómo se recorre.

Dicho esto pasamos al otro componente, lo sistémico. La organización del juego de Bielsa se esfuerza por construir una estética ofensiva, concentrada en el balón, pero que tiene que trascender la rigidez estructural o lo mecánico. En esto ciertamente ha tenido una evolución que poco a poco ha consagrado. En la organización sistémica Bielsa se parece más a Klopp, en la estética está más cerca de Guardiola.

La organización sistémica no es mecánica. Otra verdad instituida por la prensa oficial. El fútbol de Bielsa no es mecánico porque el trabajo de entrenamiento consiste precisamente en crear un escenario tan real que el futbolista pueda sentir con naturalidad el juego en un escenario profesional. Tal vez es este el único matiz importante que vuelve a la actividad lúdica en una actividad profesional. Bielsa asume que el futbolista profesional ya tiene incorporado en su formación y en su biografía los aspectos lúdicos y estéticos del fútbol. Tiene incorporado en cierta medida algunas formas de juego, entonces lo que marcaría el profesionalismo, sería la manera en que su despliegue estético se sitúe en un despliegue sistémico.

Es ahí en donde el sujeto jugador o futbolista tiene que desaparecer en cierto sentido. Esta idea viene reafirmada por hacer prescindible a las figuras. Recordemos el seleccionado chileno. Vidal no era imprescindible, Valdivia tampoco. Si existían dos jugadores por puesto, es precisamente porque la base del juego sistémico está en que la idea de juego pueda funcionar prescindiendo de sus intérpretes, o al menos hacer que eso no sea notorio. Porque la idea es lo importante. Ese es tal vez el punto débil de Bielsa. Expulsan a un jugador y el sistema se vuelve débil, vulnerable o no puede responder a las mismas circunstancias debido a la interdependencia que supone un sistema respecto a su idea de juego.

Para cerrar el juego, un gesto a la memoria. En un contexto con un fuerte mensaje político a partir de la actividad deportiva del juego, con una propuesta medularmente esencialista del juego y con una forma sistémica, el juego de Bielsa nos retrotrae continuamente a la memoria y a la génesis del fútbol, como sobreviviente pre-capitalista de las relaciones humanas. ¿qué recordamos que nos hace conectar emotivamente con el fútbol? o ¿desde dónde se genera esa atracción con el juego que nos hace recordar y no olvidar?

Personalmente y teniéndolos en contra, recuerdo perfectamente la Argentina de Bielsa, entre 1999 y 2002. Independiente del sesgo que implica ser atraído por esa idea de juego, la atracción y el recuerdo trascendió cuando llegó al seleccionado nacional chileno. Recuerdo de manera nítida el triunfo con Argentina 1-0, tal vez en la historia el único partido en que transcurrieron 90 minutos con dominio absoluto de Chile. Recuerdo ese partido, así como la derrota 4-2 con Brasil en esas eliminatorias allá. El seleccionado chileno dominó y exhibió una estética acorde a lo anteriormente planteado. Si, se perdió, pero se recuerda. Finalmente, recuerdo la ida de Bielsa contra Uruguay en el estadio monumental. Un partido amistoso con el seleccionado que venía de ganar el tercer puesto en el mundial de Sudáfrica 2010.

En ese sentido, la memoria conecta con aquellos recuerdos que involucran al hincha y lo involucra desde el conjunto estético y organizativo del fútbol, emocional y racional, que radica precisamente en esa génesis antropológica del juego colectivo. Precisamente, porque el juego no se ciñe necesariamente a las reglas del mercado.

El juego del fútbol de Bielsa todavía no ha sido analizado como se merece. El fracaso deportivo, las decisiones que toma y el lugar que ocupa, seguirán siendo cuestionables en un mundo global  de valores que entran en decadencia. Mientras eso ocurre, algunos siguen reivindicando aquello que nos hace más humanos y que no se define por ganar o perder, sino por el camino que colectivamente decidimos recorrer para ser mejores como especie. De lo contrario, ¿quién podría garantizar de biografías familiares perfectas y exitosas?, ¿quién podría retratar que como especie humana hemos tenido un comportamiento igualitario, perfecto y exitoso? Lo único garantizable es el camino que elijamos recorrer y como tal, está demarcado por el éxito y el fracaso.