Virus y economía: la otra vacuna

Virus y economía: la otra vacuna

18 Marzo 2020

Si logramos hacer primar la lucidez, tanto en nosotros mismos como a nivel social, entonces puede que, la posibilidad cierta de la muerte, no se traduzca solo en más histeria, sino que en valorar más la vida, lo que tenemos y hemos logrado. 

Alfonso Salinas >
authenticated user Corresponsal

Por Alfonso Salinas

En algún momento, la realidad virtual empezó a ser más atractiva que la antigua realidad. Fue algo que empezó a incubarse miles de años atrás, posiblemente con los cuenta cuentos, luego la escritura, después el cine y la tele, y ahora con la redes sociales y los celulares, el asunto explotó. Cada momento inactivo, la vieja realidad resulta aburrida y tiende a ser reemplazada por la nueva. Luz roja, reviso el celular. Baño, ídem. Aguanto un rato de vuelta del trabajo, del colegio o la universidad en esta realidad, la del muro silente, el viento y el paisaje inmóvil, para pronto caer en el vértigo de una serie, facebook, instagram, tik tok y demases. 

El Corona virus es un fractal acelerado de algo que parte chico y se torna inmanejable. La realidad desdoblada nos atropella. Todo se va a las pailas. Nadie cree nada, pero eso mismo hace que hasta las más delirantes noticias y teorías suenen verosímiles, haciéndonos dudar de si son falsas o verdaderas. La comunicación cada vez se segmenta y difunde como verdades a medias al gusto del consumidor. Cada locutor afina su discurso para su público y lo esparce para que se propague como un virus. Nada es muy novedoso, más bien un refrito edulcorado del pasado. Así, sin muchas luces, la tensión va en aumento. Esto va a explotar. Los cambios de fase son así. 

La taquillera teoría de complejidad hace rato que se fascinó con la noción físico-matemática de puntos límites, donde ocurren quiebres repentinos y radicales. Puede ser un líquido apunto de hervir para transformarse súbitamente en gas o de congelarse en sólido, un ordenado y estable montón de arena recibiendo el último grano antes de desmoronarse en avalancha, o un grupo de individuos que estallan en una revuelta impredecible de un momento a otro. La gota que rebalsa el vaso. Los sistemas llegan a un punto límite donde no resisten más y se van a la mierda para reconfigurarse en un nuevo orden que de cierto modo no se deriva de la trayectoria hasta entonces predecible. 

En el intertanto, abundan los profetas que predican el camino a la redención, aquellos que aseguran conocer la fórmula salvadora. Iracundos y enérgicos, denuncian o defienden, advirtiéndonos contra los, desde su óptica, falsos profetas. La modestia y la prudencia escasean. No son tiempos de medias tintas, y aunque en realidad nadie sepa tanto, no faltan los entusiastas. Se entiende, ellos necesitan acólitos, nosotros necesitamos guías. Por último, escuchar la certeza de lo mal que estamos nos alivia y da fuerzas para luchar por algo. Cuando un equipo anda mal, hay que echar a alguien o a todos (jugadores, técnicos, dirigentes) y probar otra cosa que, queremos creer, pueda salvarnos. Otra cosa es si en verdad tiene las aptitudes para hacerlo. La mayoría de las veces, el o los que llegan lo hacen igual de mal o peor, pero nos ilusionamos, y repetimos los mismos conjuros una y otra vez. Así, avanzamos y también nos hundimos.

La economía, esa disciplina odiada por muchos, el oráculo que algunos iniciados dicen saber leer, amenaza con abofetearnos con todo en esta crisis. El desplome de las bolsas augura una recesión global mayúscula. Prefiero explicarlo desde lo micro. Nunca antes hemos estado tan interconectados, y en la base está el comercio. El intercambio mercantil permite que escriba en esta maquinita, resultado de centeneras de relaciones comerciales o más. Desde las materias primas que se usaron para fabricarlo, minerales y otros elementos, a la energía que movió fábricas y transporte de un lado al otro del globo varías veces, integrando miles de personas en toda la cadena de industrias relacionadas, incluyendo científicos, diseñadores, ingenieros, obreros, etcétera. Lo mismo con la ropa que visto, la comida, y casi todo lo que me rodea y sostiene. Detenga la lectura por un instante y tome conciencia de la inmensa cadena de intercambios mercantiles que integra y relaciona al mundo entero para producir todo o casi todo. ¿Es malo eso? No es malo ni bueno per se. Depende de qué se produzca, cómo y para quién. Por una parte, parece fantástico que estemos más conectados e integremos conocimientos, prácticas y productos de otras latitudes (música, ropa, alimentos, etc.). Pero eso se torna absurdo si todo el esfuerzo productivo se traduce en depredación y explotación humana y de la naturaleza, para producir cosas superfluas cuya utilidad es al menos dudosa.

En cualquier caso, si las personas, de un momento a otro, no pueden salir más y paran de interactuar, esa cadena se corta y volver a tejerla no es trivial. En el medio de la locura, más de algunos se mirarán extasiados viendo cómo sus apocalípticas predicciones empiezan a cumplirse y nos vemos obligados a replegarnos en una autarquía, donde se espera renazcan el trueque, el autocultivo y formas de producción y comercio pre capitalistas. Por fin el monstruo del capitalismo está herido de muerte, vaticinan extasiados. 

¿Pero, entendemos bien qué significan los precios y logramos dimensionar lo que conlleva el sistema económico? Tomándolo por dado, no es difícil reparar en sus defectos o, en el otro extremo, beber cómodamente de él. Muchos hablan con aplomo y nos explican las tasas de interés, el precio del dólar, que la bolsa subió o bajó tantos puntos, que el gasto fiscal, los impuestos y la inflación. Pronostican demandas y tasas de crecimiento. Pantallas de fondo negro resaltando curvas y gráficos bursátiles de un verde luminoso en oficinas repartidas por todo el mundo, son la virtualización de la economía.

Atrás de todo eso, el chico que se ha sacado la cresta para montar su bolichito, en el que concurren diariamente más de una decena de otros chicos y chicas a laborar, en una economía tipo Walking Deads, no podrá seguir pagando. Tampoco los meseros a sus arrendatarios, ni el que provee pescado las cuentas de la luz o el agua, y así. Cuando eso se multiplica por miles de millones, no es tan difícil entender qué hay atrás de esos gráficos que suben y bajan como los monos de space invaders. 

Al final siempre es una danza de equilibrios y desequilibrios, porque estamos vivos, viajando en el flujo de vida y muerte. No estamos inmóviles, y por ende, emergemos, nos crispamos, caemos, nos levantamos y así. La danza sugiere un espiral, pues todo parece un déjà vu, que a la vez es nuevo. Cambio y permanencia. Creamos la máquina y la máquina nos engulle. Odiamos lo que hicimos para que nos ayudara. Matarla parece la salvación, pero es necio, como necio es obedecerla. Pero no tenemos capacidad de erigirnos por sobre nosotros mismos y ella para dirigirnos y dirigirla. Entonces solo la odiamos o idolatramos, sintiéndonos bien ahí, en ese estar mal, y mal en ese estar bien. 

No hay que cansarse nunca de rebelarse frente a la matrix que nos esclaviza, pero pretender desarmar todo el andamiaje económico resulta necio, porque es una ilusión eso de que se puede organizar todo desde un afuera que no existe. Hay que mirar con mucha desconfianza a todos aquellos que hablan como si fuese trivial organizar la sociedad, en particular la producción, distribución y uso de miles de millones de productos y servicios. ¿Cuál es el modelo? ¿China? ¿O más amplio, cuáles son las alternativas? ¿Un Estado autoritario que organice y ordene inspirado en el bien común? ¿Una pléyades de individuos inspirados por la colaboración y la buena onda, diversa y universal, que todo lo deciden grupalmente sin errar, ajenos a la envidia y discordia?

Considero una maravilla haber construido un tejido hiper sofisticado para conectar a los miles de millones que somos repartidos por el mundo, y una estupidez despilfarrarlo para hacer cosas inútiles o derechamente dañinas. El andamiaje logrado se alimenta de las reflexiones y hallazgos acumulados en miles de años. Todas las especulaciones y descubrimientos están vaciados allí. El análisis de la materia, su composición y las regularidades que la explican, han sido traducidos en vehículos que surcan cielo, mar y tierra, ondas que se propagan transmitiendo mensajes diversos, y un larguísimo etcétera. Todo ese edificio de saber y hacer, resultado de hombre y mujeres libres y valientes, y también desquiciados y violentos. Aventuras y conquistas, que fueron creando el apogeo y caída de civilizaciones, en un continuo proceso de mezcla, olvido y memoria, rescate y extinción. 

El resultado es hoy. Todos lo conocemos. Mi radio emite tambores y zampoñas y pitos; y también chelos y trompetas, guitarras eléctricas y baterías. En el altar hay piedras y telares, esculturas y fotos. Me alegro de esa fusión. La agradezco y me parecería una pérdida retrotraerse a un primitivismo cerrado y monocromático. Sin el intercambio comercial mercantil y su sistema de precios, ese nivel de integración sería imposible. Pero no quiero el desequilibrio absurdo que exacerba la acumulación y la pobreza, dos caras de la misma moneda. Quiero enriquecernos con densidad, en un sentido profundo, valorando cada mascada, cada color, con pausa y sabiduría. Entiendo que eso requiere un esfuerzo consciente y difícil para resistirse a dejarnos engullir por el consumismo, la tentación de rodar a gran velocidad buscando un placer tras otro, intentando saciar nuestra sed existencial bebiendo el agua del mar incesante del mercado y sus redes sociales e infinitos estímulos. Haríamos bien en no echarle tanto la culpa al empedrado y concentrarnos un poco más en nuestras propias miserias, solos, silentes, frente a nosotros mismos recogiéndonos mansos, humildes, lúcidos en nuestra propia intimidad. 

Si el sistema económico se ve obligado a parar, y el flujo de intercambio y dinero deja de circular, habrá que echarlo a andar nuevamente. El proceso de recuperación sin intervención será lento y muy doloroso. Entonces habrá que asistir al paciente para que se recupere, no matarlo como algunos quisieran. Entendiendo que el dinero es objetivo y necesario, que sigue ciertas reglas que no basta obviarlas para que los precios desaparezcan o nos obedezcan, deberemos entender también que los precios son al mismo tiempo una ilusión, convenciones que podemos alterar, respetando o más bien usando esas mismas reglas. Parar el giro de la economía acarreará un desastre con millones de desempleos e inestabilidad política. Pero a la vez, todo sigue: los mismos individuos, con las mismas capacidades, las mismas máquinas, fabricas, etcétera. Solo habrá parado un tiempo. Entonces ¿porqué va a ser tan difícil retomar todo, como si nada hubiera sucedido? Esa es la ecuación que habrá que entender e intervenir, lo cual requerirá flexibilidad, saber distinguir medios de fines. 

Quizás habrá que permitir la suspensión acordada de cotizaciones en aquellos comercios donde objetivamente el asunto se torne insostenible, rebajas o incluso la suspensión temporal de sueldos y pago de préstamos, y así. Si pudiéramos volver a repartir fichas, como en el monopoly, de similar manera a justo antes de que se parara el juego, reinstaurar lo mismos precios, hacer como si hubiésemos apretado el botón de pausa y, luego de un rato más o menos prolongado, volver a poner play para seguir la película en el mismo punto, entonces solo tendríamos que haber capeado el chaparrón un tiempo acotado. Pero eso no existe. Nadie es capaz de hacer aquello. ¿Por qué no? ¿Es necesario e inevitable entonces que la crisis se prolongue en largo tiempo de caos, dolor y sufrimiento, y tener que esperar a que el sistema vaya ajustándose lentamente, sin poder hacer nada más que mirar impávidos? Si la respuesta es no, la pregunta es ¿qué hacer entonces? ¿Cómo funciona el sistema económico? ¿Podremos inyectar dinero sin que eso se traduzca en inflación? ¿Qué es el dinero? ¿Cómo repartir poder adquisitivo que se traduzca en actividad económica real, en ofertas y demandas elevadas, consistente con  privilegiar producir lo que queremos producir, y que a la vez generar un equilibrio sostenible por sí mismo, consistente con los empleos y sueldos requeridos? ¿Podemos ser capaces de modelar a esa escala la economía, para calcular cuáles tienen que ser esos flujos de consumo y producción, precios y empleo, y entender así qué teclas tenemos que apretar para que todo empiece a funcionar nuevamente en forma más o menos armónica? Y si lográramos lo anterior, como resultado de los esfuerzos ante esta crisis sin mucho precedente, podríamos entonces aprender a guiar la economía cada vez que se desvía hacia el sinsentido, cada vez que se descarrila del curso que juzgamos sano y benéfico, para evitar que nos esclavice y mantenerla a raya, un medio para nuestros fines sociales y no fin en sí mismo. 

Creo que esa es la clave, captar las leyes del dinero para no ser sus siervos. Usar la operación del sistema económico para asegurar bienes y servicios básicos, garantizados para todos. Esa es la vacuna que necesitamos crear. De lo contrario, seguiremos siendo víctimas de nuestra propia creación, y ante una crisis global, el sistema ciego y sin guía se desorientará arrastrándonos a todos con él... 

Termino retomando el tema del comienzo. Más que rechazar las fronteras de la nueva realidad, la de esta maquinita, nos guste o no, la concepción de la realidad está mutando. Posiblemente, será cosa de tiempo hasta que  todos terminemos siendo medio cyborgs. El desafío es que las nuevas perspectivas nos enriquezcan, no nos desquicien. Creo que lo mismo sucede con la economía, los precios, los mercados. Y más profundamente, por fin, como se viene reclamando hace tanto, con el sentido del desarrollo, de nuestros trabajos, de lo que hacemos y cómo vivimos. La crisis demostrará que hay muchos esfuerzos que podíamos prescindir, que no es terrible. Que podemos trabajar más de casa, disminuir los viajes eternos para ir a la pega, ser más conscientes, responsables, solidarios y cívicos. Si logramos hacer primar la lucidez, tanto en nosotros mismos como a nivel social, entonces puede que, la posibilidad cierta de la muerte, no se traduzca solo en más histeria, sino que en valorar más la vida, lo que tenemos y hemos logrado.

Virus y economía: la otra vacuna
En algún momento, la realidad virtual empezó a ser más atractiva que la antigua realidad. Fue algo que empezó a incubarse miles de años atrás, posiblemente con los cuenta cuentos, luego la escritura, después el cine y la tele, y ahora con la redes sociales y los celulares, el asunto explotó. Cada momento inactivo, la vieja realidad resulta aburrida y tiende a ser reemplazada por la nueva. Luz roja, reviso el celular. Baño, ídem. Aguanto un rato de vuelta del trabajo, del colegio o la universidad en esta realidad, la del muro silente, el viento y el paisaje inmóvil, para pronto caer en el vértigo de una serie, facebook, instagram, tik tok y demases. 
El Corona virus es un fractal acelerado de algo que parte chico y se torna inmanejable. La realidad desdoblada nos atropella. Todo se va a las pailas. Nadie cree nada, pero eso mismo hace que hasta las más delirantes noticias y teorías suenen verosímiles, haciéndonos dudar de si son falsas o verdaderas. La comunicación cada vez se segmenta y difunde como verdades a medias al gusto del consumidor. Cada locutor afina su discurso para su público y lo esparce para que se propague como un virus. Nada es muy novedoso, más bien un refrito educolorado del pasado. Así, sin muchas luces, la tensión va en aumento. Esto va a explotar. Los cambios de fase son así. 
La taquillera teoría de complejidad hace rato que se fascinó con la noción físico-matemática de puntos límites, donde ocurren quiebres repentinos y radicales. Puede ser un líquido apunto de hervir para transformarse súbitamente en gas o de congelarse en sólido, un ordenado y estable montón de arena recibiendo el último grano antes de desmoronarse en avalancha, o un grupo de individuos que estallan en una revuelta impredecible de un momento a otro. La gota que rebalsa el vaso. Los sistema llegan a un punto límite donde no resisten más y se van a la mierda para reconfigurarse en un nuevo orden que de cierto modo no se deriva de la trayectoria hasta entonces predecible. 
En el intertando, abundan los profetas que predican el camino a la redención, aquellos que aseguran conocer la fórmula salvadora. Iracundos y enérgicos, denuncian o defienden, advirtiéndonos contra los, desde su óptica, falsos profetas. La modestia y la prudencia escasean. No son tiempos de medias tintas, y aunque en realidad nadie sepa tanto, no faltan los entusiastas. Se entiende, ellos necesitan acólitos, nosotros necesitamos guías. Por último, escuchar la certeza de lo mal que estamos nos alivia y da fuerzas para luchar por algo. Cuando un equipo anda mal, hay que echar a alguien o a todos (jugadores, técnicos, dirigentes) y probar otra cosa que, queremos creer, pueda salvarnos. Otra cosa es si en verdad tiene las aptitudes para hacerlo. La mayoría de las veces, el o los que llegan lo hacen igual de mal o peor, pero nos ilusionamos, y repetimos los mismos conjuros una y otra vez. Así, avanzamos y también nos hundimos. 
La economía, esa disciplina odiada por muchos, el oráculo que algunos iniciados dicen saber leer, amenaza con abofetearnos con todo en esta crisis. El desplome de las bolsas augura una recesión global mayúscula. Prefiero explicarlo desde lo micro. Nunca antes hemos estado tan interconectados, y en la base está el comercio. El intercambio mercantil permite que escriba en esta maquinita, resultado de centeneras de relaciones comerciales o más. Desde las materias primas que se usaron para fabricarlo, minerales y otros elementos, a la energía que movió fábricas y transporte de un lado al otro del globo varías veces, integrando miles de personas en toda la cadena de industrias relacionadas, incluyendo científicos, diseñadores, ingenieros, obreros, etcétera. Lo mismo con la ropa que visto, la comida, y casi todo lo que me rodea y sostiene. Detenga la lectura por un instante y tome conciencia de la inmensa cadena de intercambios mercantiles que integra y relaciona al mundo entero para producir todo o casi todo. ¿Es malo eso? No es malo ni bueno per se. Depende de qué se produzca, cómo y para quién. Por una parte, parece fantástico que estemos más conectados e integremos conocimientos, prácticas y productos de otras latitudes (música, ropa, alimentos, etc.). Pero eso se torna absurdo si todo el esfuerzo productivo se traduce en depredación y explotación humana y de la naturaleza, para producir cosas superfluas cuya utilidad es al menos dudosa. 
En cualquier caso, si las personas, de un momento a otro, no pueden salir más y paran de interactuar, esa cadena se corta y volver a tejerla no es trivial. En el medio de la locura, más de algunos se mirarán extasiados viendo cómo sus apocalípticas predicciones empiezan a cumplirse y nos vemos obligados a replegarnos en una autarquía, donde se espera renazcan el trueque, el autocultivo y formas de producción y comercio pre capitalistas. Por fin el monstruo del capitalismo está herido de muerte, vaticinan extasiados. 
¿Pero, entendemos bien qué significan los precios y logramos dimensionar lo que conlleva el sistema económico? Tomándolo por dado, no es difícil reparar en sus defectos o, en el otro extremo, beber cómodamente de él. Muchos hablan con aplomo y nos explican las tasas de interés, el precio del dólar, que la bolsa subió o bajó tantos puntos, que el gasto fiscal, los impuestos y la inflación. Pronostican demandas y tasas de crecimiento. Pantallas de fondo negro resaltando curvas y gráficos bursátiles de un verde luminoso en oficinas repartidas por todo el mundo, son la virtualización de la economía.
Atrás de todo eso, el chico que se ha sacado la cresta para montar su bolichito, en el que concurren diariamente más de una decena de otros chicos y chicas a laborar, en una economía tipo Walking Deads, no podrá seguir pagando. Tampoco los meseros a sus arrendatarios, ni el que provee pescado las cuentas de la luz o el agua, y así. Cuando eso se multiplica por miles de millones, no es tan difícil entender qué hay atrás de esos gráficos que suben y bajan como los monos de space invaders. 
Al final siempre es una danza de equilibrios y desequilibrios, porque estamos vivos, viajando en el flujo de vida y muerte. No estamos inmóviles, y por ende, emergemos, nos crispamos, caemos, nos levantamos y así. La danza sugiere un espiral, pues todo parece un déjà vu, que a la vez es nuevo. Cambio y permanencia. Creamos la máquina y la máquina nos engulle. Odiamos lo que hicimos para que nos ayudara. Matarla parece la salvación, pero es necio, como necio es obedecerla. Pero no tenemos capacidad de erigirnos por sobre nosotros mismos y ella para dirigirnos y dirigirla. Entonces solo la odiamos o idolatramos, sintiéndonos bien ahí, en ese estar mal, y mal en ese estar bien. 
No hay que cansarse nunca de rebelarse frente a la matrix que nos esclaviza, pero pretender desarmar todo el andamiaje económico resulta necio, porque es una ilusión eso de que se puede organizar todo desde un afuera que no existe. Hay que mirar con mucha desconfianza a todos aquellos que hablan como si fuese trivial organizar la sociedad, en particular la producción, distribución y uso de miles de millones de productos y servicios. ¿Cuál es el modelo? ¿China? ¿O más amplio, cuáles son las alternativas? ¿Un Estado autoritario que organice y ordene inspirado en el bien común? ¿Una pléyades de individuos inspirados por la colaboración y la buena onda, diversa y universal, que todo lo deciden grupalmente sin errar, ajenos a la envidia y discordia?
Considero una maravilla haber construido un tejido hiper sofisticado para conectar a los miles de millones que somos repartidos por el mundo, y una estupidez despilfarrarlo para hacer cosas inútiles o derechamente dañinas. El andamiaje logrado se alimenta de las reflexiones y hallazgos acumulados en miles de años. Todas las especulaciones y descubrimientos están vaciados allí. El análisis de la materia, su composición y las regularidades que la explican, han sido traducidos en vehículos que surcan cielo, mar y tierra, ondas que se propagan transmitiendo mensajes diversos, y un larguísimo etcétera. Todo ese edificio de saber y hacer, resultado de hombre y mujeres libres y valientes, y también desquiciados y violentos. Aventuras y conquistas, que fueron creando el apogeo y caída de civilizaciones, en un continuo proceso de mezcla, olvido y memoria, rescate y extinción. 
El resultado es hoy. Todos lo conocemos. Mi radio emite tambores y zampoñas y pitos; y también chelos y trompetas, guitarras eléctricas y baterías. En el altar hay piedras y telares, esculturas y fotos. Me alegro de esa fusión. La agradezco y me parecería una pérdida retrotraerse a un primitivismo cerrado y monocromático. Sin el intercambio comercial mercantil y su sistema de precios, ese nivel de integración sería imposible. Pero no quiero el desequilibrio absurdo que exacerba la acumulación y la pobreza, dos caras de la misma moneda. Quiero enriquecernos con densidad, en un sentido profundo, valorando cada mascada, cada color, con pausa y sabiduría. Entiendo que eso requiere un esfuerzo consciente y difícil para resistirse a dejarnos engullir por el consumismo, la tentación de rodar a gran velocidad buscando un placer tras otro, intentando saciar nuestra sed existencial bebiendo el agua del mar incesante del mercado y sus redes sociales e infinitos estímulos. Haríamos bien en no echarle tanto la culpa al empedrado y concentrarnos un poco más en nuestras propias miserias, solos, silentes, frente a nosotros mismos recogiéndonos mansos, humildes, lúcidos en nuestra propia intimidad. 
Si el sistema económico se ve obligado a parar, y el flujo de intercambio y dinero deja de circular, habrá que echarlo a andar nuevamente. El proceso de recuperación sin intervención será lento y muy doloroso. Entonces habrá que asistir al paciente para que se recupere, no matarlo como algunos quisieran. Entendiendo que el dinero es objetivo y necesario, que sigue ciertas reglas que no basta obviarlas para que los precios desaparezcan o nos obedezcan, deberemos entender también que los precios son al mismo tiempo una ilusión, convenciones que podemos alterar, respetando o más bien usando esas mismas reglas. Parar el giro de la economía acarreará un desastre con millones de desempleos e inestabilidad política. Pero a la vez, todo sigue: los mismos individuos, con las mismas capacidades, las mismas máquinas, fabricas, etcétera. Solo habrá parado un tiempo. Entonces ¿porqué va a ser tan difícil retomar todo, como si nada hubiera sucedido? Esa es la ecuación que habrá que entender e intervenir, lo cual requerirá flexibilidad, saber distinguir medios de fines. 
Quizás habrá que permitir la suspensión acordada de cotizaciones en aquellos comercios donde objetivamente el asunto se torne insostenible, rebajas o incluso la suspensión temporal de sueldos y pago de préstamos, y así. Si pudiéramos volver a repartir fichas, como en el monopoly, de similar manera a justo antes de que se parara el juego, reinstaurar lo mismos precios, hacer como si hubiésemos apretado el botón de pausa y, luego de un rato más o menos prolongado, volver a poner play para seguir la película en el mismo punto, entonces solo tendríamos que haber capeado el chaparrón un tiempo acotado. Pero eso no existe. Nadie es capaz de hacer aquello. ¿Por qué no? ¿Es necesario e inevitable entonces que la crisis se prolongue en largo tiempo de caos, dolor y sufrimiento, y tener que esperar a que el sistema vaya ajustándose lentamente, sin poder hacer nada más que mirar impávidos? Si la respuesta es no, la pregunta es ¿qué hacer entonces? ¿Cómo funciona el sistema económico? ¿Podremos inyectar dinero sin que eso se traduzca en inflación? ¿Qué es el dinero? ¿Cómo repartir poder adquisitivo que se traduzca en actividad económica real, en ofertas y demandas elevadas, consistente con  privilegiar producir lo que queremos producir, y que a la vez generar un equilibrio sostenible por sí mismo, consistente con los empleos y sueldos requeridos? ¿Podemos ser capaces de modelar a esa escala la economía, para calcular cuáles tienen que ser esos flujos de consumo y producción, precios y empleo, y entender así qué teclas tenemos que apretar para que todo empiece a funcionar nuevamente en forma más o menos armónica? Y si lográramos lo anterior, como resultado de los esfuerzos ante esta crisis sin mucho precedente, podríamos entonces aprender a guiar la economía cada vez que se desvía hacia el sinsentido, cada vez que se descarrila del curso que juzgamos sano y benéfico, para evitar que nos esclavice y mantenerla a raya, un medio para nuestros fines sociales y no fin en sí mismo. 
Creo que esa es la clave, captar las leyes del dinero para no ser sus siervos. Usar la operación del sistema económico para asegurar bienes y servicios básicos, garantizados para todos. Esa es la vacuna que necesitamos crear. De lo contrario, seguiremos siendo víctimas de nuestra propia creación, y ante una crisis global, el sistema ciego y sin guía se desorientará arrastrándonos a todos con él...
Termino retomando el tema del comienzo. Más que rechazar las fronteras de la nueva realidad, la de esta maquinita, nos guste o no, la concepción de la realidad está mutando. Posiblemente, será cosa de tiempo hasta que  todos terminemos siendo medio cyborgs. El desafío es que las nuevas perspectivas nos enriquezcan, no nos desquicien. Creo que lo mismo sucede con la economía, los precios, los mercados. Y más profundamente, por fin, como se viene reclamando hace tanto, con el sentido del desarrollo, de nuestros trabajos, de lo que hacemos y cómo vivimos. La crisis demostrará que hay muchos esfuerzos que podíamos prescindir, que no es terrible. Que podemos trabajar más de casa, disminuir los viajes eternos para ir a la pega, ser más conscientes, responsables, solidarios y cívicos. Si logramos hacer primar la lucidez, tanto en nosotros mismos como a nivel social, entonces puede que, la posibilidad cierta de la muerte, no se traduzca solo en más histeria, sino que en valorar más la vida, lo que tenemos y hemos logrado.