Los "Hotel Cecil" de nuestro país

10 Marzo 2021
El “Hotel Cecil” está en todas las sociedades. Es el lugar del olvido y el abandono, la soledad y la incomprensión, pero también el oportunismo, la espectacularización y los egos ante el sufrimiento de aquellos que lo padecen.
Claudio Elórtegui >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Impacto causó la serie documental de streaming en Chile acontecida en uno de los sitios más siniestros de Los Angeles (California). Pero no hay que viajar muy lejos para percatarse de la falta de eficiencia e indolencia existente en investigaciones hacia delitos que afectaron a menores de edad, mujeres y personas vulnerables en nuestro país. 

El “Hotel Cecil” protagonizó una de las series documentales de Netflix más comentadas en las últimas semanas a nivel mundial (“Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cecil”), con un inevitable éxito de audiencia también en Chile. Todo lo que ha rodeado a esa antigua edificación californiana de 1927, provoca un morboso gancho para los públicos globales, ávidos de historias espeluznantes y oscuras, comparables con las más sórdidas crónicas negras que se tengan memoria.

El hotel en cuestión es narrado como un lugar atemorizante y hasta “maldito”, enquistado en uno de los barrios de mayor exclusión en el centro de Los Angeles (Estados Unidos). Pareciera que todo aquel que ingresa a su vestíbulo, queda atrapado por experiencias lamentables y traumáticas, insondables y extrañas. Incluso, como el principal caso investigado por el documental, las teorías que afectan a la malograda Elisa Lam, llegan hasta impactantes tesis conspirativas.

Sin embargo, toda esa atmósfera conduce a un final que plantea reflexiones aterrizadas y esperables sobre la desaparición acontecida en 2013. Explicaciones que muchas veces tendemos a no incorporarlas, porque queremos ver más allá de lo evidente o, simplemente, nos negamos a lo evidente, pues duele asumir lo que nos empequeñece.

Apelamos a lo insólito o mágico como llave de la verdad, pues no deseamos admitir, por ejemplo, la fragilidad de la condición humana, las limitaciones de investigaciones policiales hechas por sujetos normales, desmotivados y absorbidos por la burocracia, instituciones desgastadas que no les interesa ser empáticas y se mueven por las luces de las cámaras.

Lo anterior, además, situado en el contexto de una sociedad que prefiere continuar con procesos de estigmatización para “culpar” a aquellos que viven en la pobreza o marginados del sistema (como los de “Skid Row”) y así desentenderse de una existencia que no merece atención (“ni siquiera la policía patrullaba ahí”, se advierte en la serie).

El “Hotel Cecil” está en todas las sociedades. Es el lugar del olvido y el abandono, la soledad y la incomprensión, pero también el oportunismo, la espectacularización y los egos ante el sufrimiento de aquellos que lo padecen.

Como mecanismo comunicacional desvirtuado, lo que interesa es buscar el posicionamiento individual y “heroico” de los que, facultados por la dimensión normativa y política del sistema, deben dar respuestas ante esos brutales hechos que afectaron a las víctimas. Desde la comunicación social, muchas veces se detecta que se hace bajo la careta institucional de decir que “se hizo algo por el otro”, aunque “ese algo” haya sido realizado bajo la evidente desprolijidad y falta de sensibilidad, por no decir carencia de humanidad.

En Chile, seguimos viviendo episodios de nuestros propios hoteles “Cecil” con la investigación de Tomasito Bravo, otra indolente e incapaz muestra chilena de no poder precisar sensibles acontecimientos cuando de la niñez se trata. Se entiende la complejidad del caso en sí, pero las formas, procedimientos y los actores involucrados dan para reflexionar si aquello está tan enraizado en la cultura policial y judicial, que, por ejemplo, la vida de los menores muertos recientemente en sendos “portonazos o balaceras” (Tamara e Itan) quedarán en el olvido cuando termine el desfile de flashes. Tal como aconteció con el trágico desenlace de la joven Karina Cuevas y de tantas otras mujeres, quienes prefirieron no vivir ante el dolor de agresores sexuales.

En la región hemos tenido una sucesión de casos que afectan a menores y mujeres que terminan en el silencio, porque, en definitiva, no son importantes para nadie a nivel central. O lo fueron, mientras los medios cumplieron con la cobertura noticiosa y aquello presionó para que se visibilizara esa supuesta preocupación, que luego se disipa con algún nuevo tema en agenda.

El “Hotel Cecil” también está instalado hace un buen rato en la Araucanía y comienza a develarse con los pasos fronterizos y la forma que el Estado chileno concibe la migración. En todos estos casos aparecen las explicaciones polarizadas, binarias, las fuerzas del bien contra el mal, los iluminados contra los demonios, las conspiraciones varias.

La gestión de la comunicación desde las instituciones policiales, judiciales y políticas que se involucran en el dolor humano desde lo público y las expectativas que generan por una reparación justa, que muchas veces culminan con una profunda indignación instaladas en las comunidades, debe ser uno de tantos pasos para superar nuestros hoteles "Cecil". Es otra dimensión de dignidad a considerar.

Foto: Agencia Uno/Huawei