Ausente profesor: El fantasma de la deserción escolar

20 Noviembre 2013

En épocas de elecciones sobre todo siempre es entretenido inventar la rueda y declarar buenas intenciones, pero también es tarea de todos preguntarnos el cómo hacemos las cosas y hacernos cargo de los fantasmas que vamos dejando en el camino.

Nina Sepúlveda. >
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Tras las elecciones presidenciales, encontramos  en las propuestas de los candidatos varias declaraciones de buenas intenciones, especialmente en torno a la educación inicial  y la supervisión  de calidad del sistema, pero que no ha habido un abordaje  del sujeto que no está siendo parte del sistema escolar  y que nos sitúa en el cuarto lugar de los 31 países que integran la  OCDE en deserción escolar  en enseñanza media.

La deserción escolar es el fenómeno  en el que el individuo interrumpe su trayectoria  en el sistema educativo formal para dedicarse a otras actividades generalmente productivas que le reporten ingresos. Se trata de una interrupción que generalmente se analiza desde el sujeto joven, en el momento en el que deserta, pero no necesariamente desde el adulto que  se reproduce con las restricciones que conlleva acumular menos años de estudio que los mínimos exigidos y que termina sumándose a las estadísticas de adultos con escolaridad incompleta. Deserción escolar y escolaridad incompleta obedecen al mismo fenómeno pero mirado desde distintos momentos de la vida del sujeto.

Las formas de medir la deserción escolar son diversas y deben verse más allá de la perspectiva del porcentaje que eventualmente puede hacer que no dimensionemos la magnitud del fenómeno y por tanto no parezca necesario intervenir en él.

En el  análisis de la encuesta CASEN 2011 elaborado por MINEDUC,  titulado “Medición de la deserción escolar en Chile”, publicado el 27 de marzo de  este año,  podemos  apreciar cómo diversas formas de medir un mismo  fenómeno influyen en la  magnitud y objetivación del mismo como un problema social del que se tenga que hacer cargo la política pública en educación.

 Existe por un lado, la tasa de abandono escolar que consigna los estudiantes matriculados que abandonan el colegio antes que se termine en año en curso donde  Chile concentraría un  2,1 % de deserción. Se encuentra por otra parte,  la tasa de prevalencia de la deserción que establece la relación entre jóvenes de cierto rango etario que no terminaron la educación escolar y que no están matriculados en ningún colegio en el periodo analizado en la que tendríamos  una tasa de deserción que fluctúa entre 9,5% y un 16%  de acuerdo al rango de edad que se considere y finalmente –y la más comúnmente utilizada- tasa de incidencia de la deserción escolar que establece la proporción de estudiantes que no se encuentran matriculados  en el sistema escolar, pero que sí lo estaban el año anterior, donde tenemos una tasa de deserción global ( personas que presentaban matricula el 2011 pero que no se encuentran matriculados , graduados o en la modalidad de normalización de estudios para adultos en el 2012) de 1,9%, mientras que la tasa de deserción del sistema regular (personas que presentaban matricula el 2011 pero que no se gradúan ni encuentran matriculados en el sistema regular) es de 3,0 %.

 Dichos porcentajes parecen mínimos pero cuando les ponemos números impresionan más al tener que ese 3,0%  corresponde a 91.968 personas que salieron del sistema educativo regular de los cuales sólo el 1,1%  ingresa a alguna modalidad de “normalización” de sus estudios, a los que se pueda optar cuando se es adulto  (sobre 17 años básica y 18 años E. Media) y que finalmente  hay 1,9% equivale a 58.845 personas que sencillamente están fuera del sistema educativo en cualquiera de sus modalidades. En cualquiera de sus formas, la deserción escolar es un problema social importante cuya incidencia es mayor en  contextos de vulnerabilidad social, donde la presión por generar ingresos es inminente y  donde  justamente la educación debiera ser una de las instituciones más robustas  en tanto que vía de movilidad social.

 El termino del ciclo escolar formal bajo una forma regular, esto es, clases todos los días  durante 12 años,  debiera suponer mucho más que la acumulación de datos que podemos aprender o memorizar y que en ocasiones  cuestionamos si “ en la vida real” nos sirven para algo, debiera suponer la acumulación de  capital cultural: redes, conocimientos, formas de relacionarnos y referentes culturales que,  entre otras cosas, contribuyan efectivamente a la movilidad social que supone, de lo contrario se pone en entredicho su sentido y se deslegitima .

Implementar programas que prevengan que los niños deserten, sobre todo en los cursos que implican un cambio y concentran mayor incidencia como 7°; 1° y 3° medio, tiene que ir de la mano con generar instancias más flexibles y atractivas que integren a los jóvenes que aún no son adultos que necesiten “normalizar” sus estudios, así como el enfoque hacia quienes ya han pasado un tiempo fuera del sistema y son adultos , tiene que atender a sus necesidades y enfocarse justamente a una educación de adultos y no a normalizar o nivelar la situación en la que se encuentran. En épocas de elecciones sobre todo siempre es entretenido inventar la rueda y declarar buenas intenciones, pero también es tarea de todos preguntarnos el cómo hacemos las cosas y hacernos cargo de los fantasmas que vamos dejando en el camino. Fantasmas que de paso, van dejando de creer que desde la política  puedan haber cambios concretos que se transformen en mejoras reales para su vida.