Crónicas de Medianoche (El retorno de Ajenjo): Valpazepam, capítulo 1

Crónicas de Medianoche (El retorno de Ajenjo): Valpazepam, capítulo 1

18 Junio 2021
El asunto que en las mañanas me tomo dos miligramos y salgo a recorrer la ciudad. Llego a la calle Pirámide (donde David Lynch podría filmar la secuela de Freaks) y me encuentro con diversos personajes urbanos, que ponen al límite el poder de mi pastilla Valpazepam.
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Desde hace un año estoy tomando un medicamento llamado Valpazepam, que tiene la capacidad de aumentar la tolerancia y la paciencia a niveles extremos, pero sólo se puede utilizar en Valparaíso. Es un clonazepam muy específico. ¿Me entienden? 

El asunto que en las mañanas me tomo dos miligramos y salgo a recorrer la ciudad. Llego a la calle Pirámide (donde David Lynch podría filmar la secuela de Freaks) y me encuentro con diversos personajes urbanos, que ponen al límite el poder de mi pastilla Valpazepam. 

El primer conocido es el Incienso Pachamama que se me acerca lentamente y comienza una letanía con una voz muy suave y lenta, mientras se acomoda su peinado lleno de dreadlocks y me explica que está haciendo constelaciones familiares en su casa, con un grupo de amigos. “Y son tremendas compadre, tremendas y además en la misma sesión te leemos el tarot, el I Ching, te sacamos la carta astral y te puedes hacer masajes nirvánicos. Todo en un ambiente re buena onda hermano. Hay un montón de incienso y sal del Himalaya. Además, tú sabes, que tenemos la mejor (y junta dos dedos de su mano y se la lleva hacia sus labios, agitando los dedos rápidamente). Venga hermano, será una experiencia única y te cobramos la mitad por tu buena onda. Te sacarás todo el estrés pandémico. A mí me cambió la vida”. Le digo adiós, mientras la química de Valpazepam actúa, impidiendo que me dieran un par de arcadas. 

Luego me encuentro con Bombina Rutera, una fanática de la bicicleta. Lleva un casco aerodinámico fosforescente y unos pantalones cortos de una tela de lycra, que me causa cierta perturbación mental por la manera en que se pega a su cuerpo. “¿Por qué no estás arriba de una bici, amigo? La bici es mi vida y sólo quiero rutear con mí gente. Me junto con los socios ruteros y recorremos la ciudad como un grupo re choro. Hablamos horas de bombines, de los rayos de las ruedas, de los sillines y de las campanitas. Odiamos los autos, son nuestros enemigos. Somos la hermandad de la cleta. ¿Te quieres unir? ¿Quieres salir a rutear con nosotros?”. Nuevamente siento el calmante químico en mi mente y me despido, en formas cariñosa, evitando mirar su extraña ropa que me sigue perturbando.  

Luego me encuentro con Falopero Nariz Grande. Viene, como siempre, con los ojos enrojecidos, la mandíbula apretada y el pelo grasoso. “Ando con las medias alita de mosca hermano, la pura, la de primer corte. Me pegué un rayón en la mañana para estabilizarme y ahora me voy a tomar un shop mañanero para subir los jales”. Todo eso tollo me lo tira en 5 microsegundos. En la comisura de sus labios hay una especie de quesillo. “Me compré 50 luquitas de caspita del diablo y ahora voy a la casa para cortarla con polvos Royal y vendérselas a los giles. Como dijo el Zalo Reyes, los locos terminan jalándose medio kilo de pan”, y termina riéndose, mientras un hilillo de sangre le sale de una sus fosas nasales. Le digo que se limpie y sigo mi camino agradeciendo el Valpazepam en mis neuronas. 

Avanzo hacia la Plaza Kaníbal Pinto y me encuentro con la chica Plandemia Antivacuna. Me detiene y me pregunta si fui a vacunarme. No alcanzo a contestarle y me dice, en forma bastante teatral histérica, que tiene un amigo que se vacunó y le salió una pelota en el brazo. “Yo no lo vi, pero me contaron que a la pelota del brazo le empezó a salir pelo, un pelo raro, como pendejos y se acercaba a los tenedores y cuchillos y se le pegaban en esta pelota peluda que llevaba en el brazo. Dicen que fue heavy. Yo no me vacuno ni cagando. Si este Gobierno es una mierda, las vacunas también deben ser una mierda. Nos quieren cagar a todos, nos quieren esterilizar, nos quieren tener controlados, quieren meternos algo en nuestro cuerpo, algo raro, insano. ¡Estamos cagados!”, remata, mientras se va hablando sola por la calle. 

Veo a más personajes que se me acercan, como una película de zombis, y aprieto la caja de Valpazepam en el bolsillo y palpo las tres pastillas que me quedan. ¡Chemimare!, me digo, tendré que conseguirme más… (Continuará) 

Ajenjo, Otoño 2021

PD: Diseño de fotografía, Manuel Lema Olguín.