Crónicas de Medianoche: El ritual del Baño Turco

24 Septiembre 2021
A veces agarro una silla plástica y me voy a las duchas. Ahí me quedó mucho rato bajo el fuerte chorro de agua tibia, pensando que el agua se llevará todo los pensamientos negativos que inundan mi cabeza y quedaré limpio para comenzar una nueva etapa.
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Una de las situaciones que me tenía más desesperado en la pandemia era no poder ir a los Baños Turcos. Esos que están frente al Parque Italia, en el centro de Valparaíso. 

Ese lugar, llamado Los Baños del Parque, es una especie de isla, lejana totalmente a la violencia estresante urbana y laboral. El llegar ahí es encontrarse con un oasis, donde el descanso, la buena vibra, el silencio, y sobre todo, el calorcito, lo convierten en un paraíso en esta agreste tierra. 

Ahora reabrieron para el bien de mi salud mental y física. Estoy feliz repitiendo mi ritual que llevo cumpliendo desde hace más de 10 años. Pago en la caja, me entregan mi boleta, subo las escaleras (donde ya se percibe el calorcillo) y avanzó hasta la puerta de entrada. Ahí sigo hacia el mesón donde me entregan la llave de mi cómodo clóset/casillero. En ese lugar una sabanilla (como las que utilizaban los romanos) más un par de sandalias, son la indumentaria para enfrentarse al Baño Turco. 

Primero ingreso al sauna seco, donde generalmente están amigos de años, que también son adictos a este lugar. Se saluda protocolarmente, se cuenta cómo va la vida en los últimos días y se espera que el cuerpo comience a transpirar y a botar todas las toxinas adquiridas durante el último tiempo. Puedes sentarte en el segundo o primer piso, depende del calor que resistas. Son 15 minutos y de ahí a las duchas. 

Se descansa en reposeras, mirando la tele. Antiguas películas de TCM o partidos de fútbol entretienen a los relajados saunistas. Después viene la sala del Toro. Está a más de 50 grados. Ahí aguanto poco. Se calienta la cabeza, el pelo, las uñas y sales disparado. El calor es seco y potente. Extremo. Después vine el vapor, que es exquisito. La sala es grande y muy cómoda. Puedes acostarte en reposeras o bancas de madera y soñar en medio de una neblina que te abraza cariñosa, como la mejor mujer del mundo. 

A veces agarro una silla plástica y me voy a las duchas. Ahí me quedó mucho rato bajo el fuerte chorro de agua tibia, pensando que el agua se llevará todo los pensamientos negativos que inundan mi cabeza y quedaré limpio para comenzar una nueva etapa. 

Eso es lo que siento cada vez que voy al Baño Turco: que comienzo una nueva etapa. Que el pasado queda abandonado en cada gota de sudor, que el agua se lleva todo lo penca, lo negativo, lo que te aprisiona. Salgo libre, bien abrigado para que no me agarre un resfriado, y pensando que me esperan muchos libros que leer, muchos amigos que conocer, muchos tragos que tomar, muchos lugares que conocer. 

Pero el efecto, como toda droga, se va diluyendo con el tiempo. Van pasando los días y ese calor acumulado se va esfumando. Aparecen de nuevo los conflictos, los problemas, los atados. El cerebro se convierte en un nudo y sientes que ya no das más. Es ahí cuando enfilo hacia el Baño Turco y comienzo todo mi ritual para poder expulsar los demonios y seguir caminando por este Valparaíso, tan extraño, tan peculiar y tan misterioso. 

Ajenjo, Primavera 2021