Crónicas de Medianoche: La Casa de Italia de Viña y el amor en los tiempos digitales

Crónicas de Medianoche: La Casa de Italia de Viña y el amor en los tiempos digitales

24 Marzo 2023
Si demolían la Casa de Italia para construir esas torres de departamento, estarían destruyendo también la memoria de mi primer fracaso sentimental. Una tristeza, especialmente cuando el amor ahora tiene su nicho en las redes sociales.
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Cada vez que paso por la calle Alvarez de Viña del Mar y miro la Casa de Italia pienso que estoy en Valparaíso: un edificio más abandonado a su suerte, convertido en una ratonera y esperando que se pudra como un tomate en refrigerador de soltero. Esa onda. 

Viña, a diferencia de Valparaíso, no se había caracterizado por el abandono de sus céntricos edificios patrimoniales, sin embargo, las malas costumbres se pegan como la sarna y el Teatro Municipal, sumado a la Casa Italia, se convirtieron en símbolos de la ineficacia municipal y privada. 

Le tengo un cariño especial a la Casa de Italia, ya que ahí fui a mi primera fiesta de 15 años. Era un niño/adolescente viviendo en la oscura década de los 80, tratando de lidiar con el amor y los rollos cerebrales. Creo que fue en 1985 y mi compañera de curso Paulina Arroyo me invitó a celebrar su cumpleaños en ese recinto: había que ir terneado, era en la noche, con baile y habría champaña (ahora espumante). Toda una experiencia. Mi padre me chantó una corbata gigante con esas mitocondrias setenteras (pensaba que estaba matando) y partí a la casa de mi amigo Werner Lips, en la calle Quillota, donde varios invitados nos juntaríamos para llegar en grupo y perder la timidez. La mamá de Werner (a quien le tengo una gran admiración), me cambió la corbata de forma inmediata para que no hiciera el ridículo. Me puso una acorde al tiempo, delgada, oscura y partimos felices a la Casa de Italia. 

Iba muy ansioso ya que estaba enamorado hasta las patas de Gabriela Giudici y bailaría con ella por primera vez. Llegamos al lugar, todo muy bonito, salvo por la presencia de varios cadetes de la Escuela Naval, que me producían una mala onda profunda e intensa, cercana al asco. Aparecieron unos mozos con unas copas de champaña y le empezamos a dar fuerte al espumante líquido. A los minutos estábamos ebrios. Saqué fuerzas y enfrente a Gabriela. ¿Quieres bailar conmigo?, fue la frase que dije y recibí un tremendo NO. Volví al grupo de los fracasados, donde seguimos bajándonos copas de champaña. Me angustié más cuando vi a la Gaby bailando con un cadete. ¡Chemimare! El fracaso total del mundo. Con mi brother Keko Caamaño nos fuimos a los Delta, de calle Quinta, donde jugamos Pac Man, Xevious, Space Invaders y los fliper de bolita. Se nos pasó la hora. Volvimos a la Casa de Italia,  donde nos esperaba el papá de Keko con una cara de “donde estaban pendejos de mierda”. Me llevó a mi casa, en Chorrillos, donde tuve pesadillas con los cadetes. 

Todos esos recuerdos se me agolpan cuando miro la Casa de Italia convertida en una ratonera. Eso es lo que tienen los edificios patrimoniales, que más allá de su belleza arquitectónica, son centros esenciales de los recuerdos de sus habitantes, que les permiten soñar con tiempos que ya no volverán y poder seguir viviendo esta dura vida. Son nidos memoriales y cuando se destruyen, también se destruye parte de la memoria colectiva e individual. Un acto terrorista. 

Leí que la Universidad Católica de Valparaíso lo compró y lo convertirá en un centro cultural. Un gran mérito de esa casa de estudios que, cachando que los privados ni el municipio eran capaces de recuperar ese patrimonio, fueron al rescate. Un aplauso de pie. 

Si demolían la Casa de Italia para construir esas torres de departamento, estarían destruyendo también la memoria de mi primer fracaso sentimental. Una tristeza, especialmente cuando el amor ahora tiene su nicho en las redes sociales. 

Tengo amigas y amigos que aparecen en páginas de facebook de separados y otras, instalando sus fotos y tratando de encontrar compañía. Veo sus imágenes, buscando esconder las arrugas, impostando una belleza virtual y me parece decadente y triste. ¿Cómo no es posible salir a un bar a tomarse un trago en la barra y comenzar a conversar con sus pares? Cada uno con su estilo y sus cosas, pero por mi experiencia, las redes están infectadas de sicópatas, además de provocar una adicción insana en muchos de los usuarios. 

En fin. Prefiero quedarme con esa experiencia juvenil de pedir físicamente salir a bailar, aunque la decepción sea el resultado final. Para nosotros, los cincuentones, es la vida real y ahí tenemos mucha experiencia. Las redes para reírse, informar a los amigos en que anda uno y leer opiniones ajenas. 

Larga e intensa vida a la Casa de Italia y al amor a la antigua. 

Ajenjo, Otoño 2023