El Cinzano y yo

22 Octubre 2020

Recuerdos alegres de un Valparaíso que no volverá

Hernán Castro >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Mi relación con el Cinzano comenzó cuando mi matrimonio venía cuesta abajo y Valparaíso cada vez me cautivaba más. En el trayecto entre mi trabajo en la Universidad de Playa Ancha y mi hogar en el cerro Los Placeres el centenario bar apareció como oasis detenido en el tiempo. Un punto de fuga al tedio de una vida adulta tradicional.

Atrás habían quedado los interminables carretes universitarios, esos que comenzábamos en la casa de algún compañero, seguíamos en la micro, regábamos en algún bar del Barrio Puerto y terminábamos apoyados contra un pilar del Proa o en la baranda del Playa. E incluso más, esquivando los carterazos en lo de Pancho o viendo las redadas policiales en el 7 Machos, para finalmente desayunar una dobladita de la Panadería Serrano y regresar a casa.

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Casado, con horario en la oficina, los amigos lejos (en otras oficinas o en otras ciudades) y el gusto por la soledad; encontré en la barra del Cinzano el refugio perfecto para no hablar con nadie y dejarme llevar por el escenario de una película de muchos años atrás.

Medianoche en Valpo

Una tarde, luego de comer un churrasco italiano y beber una cervezas junto a mi padre en el Mahuel, me dirigí a la Plaza Aníbal Pinto para tomar la micro de regreso a casa y me encontré con el funeral de un bombero. Por la calle transitaban los hombres uniformados con sus antorchas a paso lento, atrás venían las viejas bombas a la vuelta de la rueda y el orfeón tocaba la marcha fúnebre.

De pronto, sentí que había viajado en el tiempo. Crucé la calle entre los bomberos y me fui derecho al Cinzano, pedí un pisco sour, unas machas a las parmesanas y me sentí como dentro de esa película de Woody Allen donde el protagonista se trasladaba al pasado. En eso comenzaron a tocar los tangos y todo fue perfecto. De ahí en adelante siempre vi al Cinzano con otros ojos.

Viva la fiesta

Amigo, familiar o viajero que llegaba a Valparaíso lo llevaba a mi máquina del tiempo. Luego de un paseo nocturno por los pasajes y las escaleras del cerro Concepción, bajábamos al bullicio de Aníbal Pinto y nos sumergíamos en el Cinzano.

Soltero otra vez, este era el punto de partida para la conversación, los borgoñas, los pisco sours y la fiesta. De los tangos pasábamos a la cuecas y entre medio cantábamos a coro el chipi chipi. A estas alturas ya distinguía los rostros de los parroquianos, las familias porteñas y los turistas. 

Si la fiesta prendía, como solía suceder, nos despedíamos de los viejos músicos y de los mozos, caminábamos dos pasos y subíamos las escaleras del Máscara. Entonces la celebración de la vida era total. Quienes me acompañaban en ese recorrido, siempre terminaban alucinando con la ciudad.

Una ciudad que hoy está de luto, pues hace unos días anunciaron que el Cinzano dejó de funcionar. Más de 100 años de historia se fueron con el coronavirus y el estallido social. Por suerte tuve el tiempo necesario para celebrar y juntar los mejores recuerdos de un Valparaíso que no volverá.