El regreso de las ollas comunes

26 Mayo 2020

Se han visibilizado rápidamente por el contexto pandémico, evidenciando nuestras carencias, pero también los recursos solidarios y colaborativos de la ciudadanía más cercana a la exclusión. Debemos proyectar qué nuevos tipos de pobreza se incrementarán en los territorios.   

Claudio Elórtegui >
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Por Claudio Elórtegui

Las ollas comunes han vuelto a visibilizarse en nuestras imágenes y comentarios. ¿Significa que habían desaparecido de la realidad social chilena de los últimos años? Para nada, siempre han estado. Sin embargo, ahora proliferan debido al destructivo contexto pandémico. Incluso, sobrepasan los márgenes de acción de los comedores solidarios por la cantidad de población que requiere alimentarse.

En estos difíciles momentos, las ollas comunes se hacen más que evidentes, también, por las inquietudes mediáticas, políticas y económicas que diversos actores nos invitan a no olvidar, sino priorizar. En nuestra región de Valparaíso, se han extendido rápidamente en diversos barrios, comunas y sectores, a un ritmo más fuerte que en otros lugares del país. 

Las respectivas organizaciones vecinales que las articulan, algunas de larga data, otras surgidas en las últimas semanas, se mueven de manera trepidante en cada jornada, al igual como los días y las semanas se suceden, velozmente, bajo estas particulares condiciones de confinamiento y aumento de la pobreza y el hambre. Se intenta evitar desde la vulnerabilidad, lo que es difícil de revertir, pues los aspectos estructurales pesan de sobremanera en determinadas comunidades.

Los efectos del covid-19 golpean a todos. Pero siempre de manera más cruda al que menos tiene. Las ollas comunes no forman parte de una propaganda política, tampoco lo que las motiva. Su historia es profunda, tanto como los rasgos propios de la cultura política existente en el país. De hecho, los escenarios de crisis reiteran muchos patrones del surgimiento de estas instancias colaborativas. Las ollas comunes son más recurrentes de lo que se piensa en la tradición política regional, pues encierran una condición natural e instintiva de supervivencia como respuesta ante el abandono, el olvido y la indolencia.

La supervivencia puede activar sistemas cognitivos primitivos, incluso que rompen los comportamientos sociales normados, actuando desde el más absoluto individualismo del sujeto. Es tu vida frente a la del otro. Sin embargo, desde que ha existido la necesidad de alimentarse para vivir en Chile, sobre todo desde la instalación de lo urbano, despuntando el siglo XX, las ollas comunes aparecieron como una solución colectiva, solidaria y colaborativa de incuestionable valor social y comunicacional. Quiebran la instintiva reacción de auto-salvaguardarse, o correr hacia el más fuerte, para asistirse con los cercanos o próximos.

Por ende, hay una lograda gestión de la ayuda desde la carencia y son los propios vecinos y vecinas, con sus liderazgos barriales, códigos compartidos y sistemas simbólicos de protección, quienes van concretando la imperiosa necesidad de comer. Hay alimentación para el cuerpo, pero también para el alma. Las condiciones anímicas, la interpretación del mundo y la conversación que sale de la supervivencia, para ingresar en el diálogo de la superación, se ven favorecidas.

Esta socialización es una instancia de comunicación política, orgánica, emergente e impulsada, fundamentalmente, por mujeres. Ellas son la base cerebral y activa, de cohesión, resiliencia y manejo de los tiempos y recursos, las articuladoras de las redes que se van construyendo desde la preparación de los alimentos. Ellas dan respuesta a la necesidad, también son representación de lo social y político.

La gestión de las ollas comunes evidencia dignidad desde la desesperanza. Es decir, un reconocimiento de muchos en el sufrimiento, el dolor y la exclusión. No hay que reducir las ollas comunes a la marginación, sino a situaciones más complejas, que van aflorando en sectores que ante la parálisis de actividades laborales, no pueden mantener la fragilidad en la que se vive. Cada crisis va reiterando zonas afectadas en la región, pero también surgen otros puntos, quizás menos esperados, pues las propias ciudades y asentamientos humanos se van transformando con el paso de los años.

Algunos de estos nuevos lugares, donde se están desarrollando las ollas comunes, no estaban en el radar de las mediciones. La velocidad de la pandemia en el retroceso de las condiciones socioeconómicas obligará a una necesaria actualización de los sectores con mayor vulnerabilidad y nueva vulnerabilidad. También, requerirá tener un debate impostergable en la región sobre la medición de la pobreza relacional y multidimensional en nuestras provincias y comunas, un aspecto que también es político y, lamentablemente, acomodaticio de algunas políticas públicas disociadas de los territorios.

Esperemos pueda ponerse sobre la mesa de las conversaciones regionales, criterios que fortalezcan una planificación administrativa y política que no quede, simplemente, en los titulares o anuncios dictados desde Santiago, propios de una evidente y repetida estrategia de marketing gubernamental pensada desde la distancia o lejanía identitaria-cultural.

Independiente de los gobiernos de turno, la comunicación social y política han estado ausentes de las formas y metodologías para proyectarnos como una ciudadanía responsable del futuro de nuestros entornos locales. Esa responsabilidad estará, indefectiblemente ligada, a la superación de nuevos tipos de pobreza y cómo hacemos que ese infernal tránsito para la gente de la región, dure lo menos posible.


Foto: Huawei / Agencia Uno