Fin de semana largo: ¿Llegarán de nuevo los helicópteros?

Fin de semana largo: ¿Llegarán de nuevo los helicópteros?

29 Abril 2020

La necesidad de incrementar la reflexión de lo humano-sanitario y lo humano-económico en nuestra región, es un imperativo para avanzar en la imprescindible colaboración y cambio de paradigma ante la emergencia.

Claudio Elórtegui >
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Por Claudio Elórtegui Gómez @claudioe_compol

Bajo este particular escenario pandémico, se acerca un nuevo “fin de semana largo”, por llamar de alguna manera a esta sucesión de días “festivos” en los que, aquellos que podían y pueden en la sociedad, tenían y tendrán un respiro en sus actividades, en medio de cuarentenas voluntarias u obligatorias, y de las justificadas advertencias de las autoridades comunales para que cesen las “visitas de los turistas o visitantes”. 

Ahora, el feriado que se nos presenta en este extraño calendario 2020, es un siempre histórico, simbólico e importante Día de los Trabajadores(as). En el contexto del COVID-19 y de lo que he venido compartiendo en diversas columnas, apenas declarada la enfermedad en suelo nacional, esto es, la preocupación por los devastadores efectos humano-sanitarios (vida) y humanos-económicos (trabajo), todo cobra más sentido por estas fechas.

La dimensión humana a secas, en su constitución orgánica vital, capacitada para conformar comunidad y trascender desde la cultura y los aportes que hagamos con otros, requiere la búsqueda de felicidad, dignidad, apreciación amplia del goce estético y espiritual, dentro de nuestras evidentes limitaciones como especie. Se necesita de las condiciones de salud para alcanzar un viaje existencial, en el que logremos avanzar hacia nuestros objetivos personales/sociales. Ahí está la dimensión humana-sanitaria, la más relevante en la protección de un ordenamiento político logomítico (racional-emocional).

Lo humano-sanitario, además, consolida nuestra libertad, la que se hace plena cuando advertimos un rol social en el que la valoración de la persona, no es situada desde el poder o el dinero, sino por el aporte de sus acciones. De hecho, el poder institucional público y privado radica en facilitar la acción humana-sanitaria, para darnos proyección como sujetos en un tiempo y espacio que decidimos como nuestro y en convivencia con otros. 

Sin embargo, lo humano-sanitario, siendo lo más esencial para nuestra preservación, y en teoría un criterio compartido por la esfera burocrática estatal, requiere de complementaciones dado por lo humano-económico, como espacio de resolución de las demandas materiales que concretan la acción individual-colectiva, en un ámbito de bienestar integral.

La fragilidad de lo humano-sanitario, desde el entramado tecnológico-civilizatorio que hemos evidenciado en esta emergencia global, pone en mayor riesgo la debilidad ya emanada de lo humano-económico, aspecto que incluso se hace alarmante en retóricas de gobernanza nacionalistas e intolerantes, similares a un espejismo que esconde un salto al vacío. La parálisis que conlleva la pandemia, quiebra el sustento material poniendo en amenaza lo humano-sanitario y, dentro del mismo, a lo biológico-mental de una forma brutal.

Probablemente, son dimensiones de reflexión que se hacen más sustantivas con la evidente crisis social-nacional y global-estructural que nos deja el estallido y la pandemia. No lo podemos ver como fenómenos aislados ni culminados, sino que este es el momento de mayor cooperación, solidaridad e innovación colectiva que deberíamos evidenciar ante la catástrofe y los nuevos tipos de conflictos posteriores.

He planteado que para esto se necesita el mayor quiebre de paradigmas en nuestra historia, que origine ideas y proyectos únicos y determinantes desde los gobiernos locales y comunales, dialogando lo público-privado, apostando por la digitalización participativa como un sendero decisivo desde la Región de Valparaíso. No pierdo todavía la esperanza.

Como tampoco pierdo la ilusión de que estos próximos días no lleguen los helicópteros, avionetas o vehículos variopintos al “patio trasero” de Santiago, que es nuestra región. En el marco de este irónico “nuevo fin de semana largo”, espero que los que desean arribar cargados de indolencia y potencialidad de extender el virus, aporten en la activación del núcleo humano-económico (el trabajo o la fuente laboral), por sobre el egoísmo y el individualismo. 

De hecho, muchos anhelamos no escuchar argumentos como la importancia de comprar unos mariscos en la costa o saltarse, literalmente por las nubes, medidas sanitarias desde las aeronaves, pues se busca un traslado pasajero, importando poco el que habita en la vulnerabilidad de la comuna regional.

Agradezco los aportes que me han hecho llegar, luego de mi columna anterior, compartiendo lo que para ustedes significó apreciar, en tiempos del coronavirus, esos “helicópteros en el patio trasero”. Por tema de espacio y síntesis, me quedo con las profundas reflexiones de los que recuerdan cómo los helicópteros tomaron a chilenas y chilenos para hacerlos desaparecer en nuestra historia dictatorial reciente.

También, de aquellos helicópteros que combaten contra el fuego que arrasa nuestros bosques, o participan en misiones de rescate, salvando vida de pescadores, bañistas o andinistas. A su vez, incorporo las visiones del dolor de los patios traseros en los que se ocultaba a las personas enfermas o discapacitadas, o cómo esos espacios en nuestras ciudades permanecen inalterables en campamentos que a pocos parecen importar.

Los desafíos en la Región de Valparaíso son enormes. Un primer paso, puede ser la actitud, fundamentada en empatía, inteligencia, eficiencia e imaginación para que el Día del Trabajador inspire, desde nuestras características territoriales, el diseño y método ciudadano de cómo le daremos la vuelta a la crisis humana-sanitaria-económica, a partir de la cohesión y colaboración entre los que tendrán y no tendrán su fuente laboral.