Impunidad de rebaño

Impunidad de rebaño

15 Junio 2020

Un país, que desde el exterminio y atropello total de derechos de nuestros pueblos originarios, ha funcionando como un Chernóbil, con permanentes explosiones en cadena, minimizadas o derechamente ocultadas por los que manejan el sistema.

Ignacia Imboden >
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Por Gabriela Verdugo Weinberger e Ignacia Imboden Fernández

Crisis climática, levantamiento popular y pandemia. Nuestra propia gran explosión nuclear por negligencia. Seguimos en el “Chernóbil” del que ya hablamos alguna vez.

Llenamos las calles hastiados –hemos estado en la calle mucho los últimos años para que no pase nada- develando la desigualdad que nos ha tenido en asfixia por siglos. En este ciclo sin fin los años no terminan, no dejamos en el pasado situaciones injustas superadas, no hay años nuevos.

En nuestra zona, la “Quinta Costa”, la calle se llenó una vez más (2018) por asfixia, una vez más intoxicaciones masivas en Quintero y Ventanas, a esta manifestación le siguió el sospechoso fallecimiento aun no aclarado de Alejandro Castro. Un mes después muere Camilo Catrillanca, un caso rodeado de mentiras y montajes, una muerte más, relacionada con el hostigamiento a las comunidades mapuches del sur.

Un país, que desde el exterminio y atropello total de derechos de nuestros pueblos originarios, ha funcionando como un Chernóbil, con permanentes explosiones en cadena, minimizadas o derechamente ocultadas por los que manejan el sistema.

Ciudadanos “liquidadores”, barriendo infinitamente hacia el centro del reactor.

Soportamos la radioactividad de la desigualdad, resistimos como sociedad a todo. A pensionarnos con miseria. A que nuestros niños y niñas vulnerables mueran bajo la tutela del Estado. A que nos roben el agua. A que nos intoxiquen el aire.

En estos días de pandemia salimos a la calle con la certeza del riesgo, forzados a una nueva normalidad. Está todo contaminado. Todo es potencialmente un contagio fatal. El virus que nos afecta muta por siglos y siglos, pero nunca se vuelve buena persona.

La tóxica desigualdad nos asesina, nos acalla, nos aplaca.

En el año 1934 la Federación Obrera de Chile publicó un llamado a todos los obreros de la ciudad y el campo, de todas las ideas y organizaciones: “Para Luchar contra el Hambre y la Reacción”. Denunciaban la miseria y esclavitud que sufrían las masas trabajadoras, de parte de los patrones, del gobierno de Alessandri y de sus predecesores. “Nuestra vida angustiosa, empeora día a día… Los grandes industriales y hacendados, los banqueros, emplean procedimientos brutales para descargar sobre nuestras espaldas las consecuencias de la crisis actual y aumentar sus enormes ganancias…”

Pocos años antes, en 1907, en la trágica masacre de la Escuela Santa María de Iquique, ya habían sido asesinados miles de trabajadores por demandar mejoras salariales y laborales. Como un botón de muestra del ocultamiento de datos en nuestra historia, en esta matanza se reconocieron 126 obreros muertos y la historia consignó solo a dos mujeres fallecidas. Los archivos históricos hacen suponer que podrían haber sido decenas, e incluso cientos, las mujeres asesinadas junto a sus hijos. Una vez más miles y miles que no constan en la historia oficial.

Podríamos seguir relatando una cronología al estilo del día de la marmota, un ciclo infinito, el año que nunca termina. 

¿Qué es lo que nos tiene secuestrados como país y como planeta? ¿Quién es ese insensible secuestrador? 

El sistema podríamos decir. Este sistema absurdo y perverso, que de empatía, compasión y sostenibilidad, tiene poco, o casi nada. Los secuestrados, por otra parte, pareciéramos sufrir un síndrome de Estocolmo, sumisos, arrastrando los pies, confundidos creyendo que no merecemos  justicia. 

Hoy en las calles, no vemos todos con mascarillas, y resulta inevitable recordar esa escena de la serie Chernóbil, en que los “liquidadores” con sus rostros cubiertos y mucho pavor siguen lanzando escombros al centro del reactor, con la esperanza de sobrevivir. Sabiendo que es un ejercicio fútil.

La pandemia va dejando al descubierto el centro del reactor, los maquillajes desaparecen, podría ser un atributo de las pestes desenmascarar el mecanismo de la injusticia, una apertura para ver la impunidad.

Podríamos también confundir a propósito, para efectos de este análisis, las palabras “impunidad” e “inmunidad”. Algunos resisten mejor la pandemia, sus privilegios generan las condiciones para que esos pocos no se vean afectados. Pero ya no estamos hablando de la enfermedad, del COVID-19, estamos hablando de nuestra pandemia que es el modelo. 

El modelo va arrasando con el precario equilibrio de las cosas, altera la homeostasis, empobrece a algunos al punto de la esclavitud, arrasa el medioambiente y extingue las especies, no hay freno, no hay remedio, no hay exigencias para el modelo, se protege el modelo, el modelo es inmune.

Nuestra comunidad ha otorgado inmunidad a quienes sostengan el modelo, como si de este dependiera nuestra soberanía.

Pero la realidad nos golpea en la cara con los sucesivos estallidos. Esto puede y debe ser mejor. Chile es un país rico, mal distribuido, pero rico, sin deudas, no se justifica “desmunir” a un porcentaje tan grande de la población, pierde legalidad la elección, se vuelve un crimen defender el modelo antes de la vida. El club del poder decidió, todo lo que nos está ocurriendo tiene responsables que deben asumir. Esa es la única forma de sanar. Sin embargo el modelo inmuniza a quienes lo sostienen y lo defienden, les otorga protección, impunidad y bienestar. No son pocos los responsables y no son pocos los errores a enmendar. 

Hoy urge la vida y esperar una vacuna es postergarla otra vez. Si la toma de decisiones políticas no tiene costo, esta rueda seguirá girando en el mismo sentido y seguirán cayendo cuerpos al centro del reactor. ¿Cómo le quitamos la impunidad de ese rebaño que domina? Cómo, si quienes tienen en sus manos aplicar las sanciones son parte de él.

Que el secuestro que nos envuelve con su manto de oscura desigualdad no aliene nuestra capacidad de observación y de análisis. No podemos renunciar. Ese límite no debe ser cruzado. La justicia social deberá ser nuestro horizonte. Por los cinco mil de la pandemia que ya no están, por los invisibilizados, por los vulnerados, por los excluidos... por el futuro que merecemos y que deberá pertenecernos al fin sin la tóxica radioactividad, sin la impunidad de ese rebaño.