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La Plaza Aníbal Pinto y el riesgo patrimonial de Valparaíso
La Plaza Aníbal Pinto y el riesgo patrimonial de Valparaíso
Al final, los “progresistas” pueden argumentar que el progreso no puede ser detenido por sentimentalismos históricos y patrimoniales, pues bien, háganlo pero olvídense de la renta cultural extraordinaria que la demanda turística genera.
Ibán de Rementería >
authenticated userPor Ibán de Rementería
La plaza Aníbal Pinto es el resumidero y símbolo de la grave crisis
patrimonial que afecta a Valparaíso. Esta tradicionalmente llamada Plaza
del Orden, seguramente por ser el epicentro del plan y la ciudad, fue
declarada Zona Típica y de Protección en el año 1976 por el valor
patrimonial de la arquitectura y actividades económicas y sociales de su
entorno. Los locales comerciales más emblemáticos de la Plaza Anibal
Pinto, que aún permanecían atendiendo a su público al momento de ser
Valparaíso declarado Sitio Patrimonial de la Humanidad por la UNESCO en
2003, eran la Botica La Unión, El Café Riquet, La Librería Ivens y el
Bar Cinzano.
Hoy la Botica La Unión, fundada a fines del siglo XIX y caracterizada por
conservar en uso el mobiliario, las instalaciones y los equipos de fines
de esa época, ya no existe porque en 2000 fue desmantelada para instalar allí una farmacia de una conocida cadena.
El Café Riquet, fundado en 1931, fue desmantelado en 2007 para instalar ahí una botica de otra cadena de farmacias, la cual pretende recrear los ambientes del novecientos con muebles hoy hechos y antigüedades obtenidas de las liquidaciones de otras “boticas” de provincia, también desmanteladas como la Botica La Unión.
La Librería Ivens, sita allí hace 110 años,
debe abandonar su local “histórico y patrimonial” debido a que los
nuevos alquileres que se plantean como canon los actuales propietarios
del edificio, que ha sido quintuplicado, son imposibles de solventar por
el propietario de la librería. El bar Cinzano igualmente castigado con
esos nuevos alquileres aún puede resistir según su dueño.
La inauguración de la “Botica” SalcoBrand, con la consagración
republicana de la presencia de las autoridades locales y representantes
de las nacionales, plantea uno de los problemas más acuciantes de la
protección, recuperación, conservación y puesta en valor del patrimonio
cultural: el asunto de los falsos históricos. Está claro que no es
admisible, ahora, introducir arreglos, reparaciones y mejoras que imiten
o remeden el material y diseño original del bien cultural en
referencia, sea edificio, monumento, plaza o sitio.
Las innovaciones
necesarias a su uso actual deben ser armónicas pero claramente
diferenciadas, siempre de preferencia sin intervenir para nada al bien
cultural a proteger o usar. Es por eso que ni el Coliseo de Roma ni el
Partenón de Atenas han sido reconstruidos, ya que serían unos falsos
históricos. Bien sabemos que en obras de arte, antigüedades y objetos
arqueológicos la imitación es un delito que se llama falsificación. A
alguien le puede parecer esto una idea conservadora en un sentido
negativo, lo que para nosotros es una idea positiva porque nos permite
comparar lo que hacemos con lo que nuestros antepasados hicieron, de
allí proviene la idea de progreso. Pero, esto es lo importante para el
desarrollo local, los falsos históricos perderían el interés para los
visitantes y disminuiría la disposición a pagar de los turistas por su
disfrute. Así que, el falso histórico, además de una mala idea cultural
es una pésima idea de negocio.
La renta urbana extraordinaria que genera el patrimonio cultural es el
otro asunto crítico de tema patrimonial. Para los clásicos de la
economía (Adam Smith, David Ricardo), la renta es la remuneración que se
paga al propietario de la tierra, y de los recursos naturales, de igual
manera que el trabajo es remunerado con el salario y el capital con el
beneficio o la utilidad. La renta se paga porque hay un monopolio sobre
la propiedad de la tierra y los recursos naturales, bienes cuya
principal característica es que no pueden ser producidos por el hombre.
Un clásico de la economía, más discutido que los anteriores, dijo:
“Finalmente, cuando se estudian las formas en que se manifiesta la renta
del suelo, es decir, el canon en dinero que se paga al terrateniente
bajo el título de renta del suelo ya sea para fines productivos o para
fines de consumo, debe tenerse en cuenta que el precio de las cosas que
no tienen de por sí un valor, es decir, que no son producto del trabajo
como acontece con la tierra, o que, por lo menos, no pueden reproducirse
mediante el trabajo, como ocurre con las antigüedades, las obras de
arte de determinados maestros, etc., pueden obedecer a situaciones muy
fortuitas”.
Las “situaciones fortuitas” que refiere Marx, en nuestro caso son
específicamente la declaración de Valparaíso por la UNESCO de Sitio
Patrimonial de la Humanidad, lo cual le confiere una certificación de
calidad tal que convierte a la ciudad en un destino turístico que atrae a
muchos visitantes, con disposición a pagar por los múltiples servicios
conspicuos asociados a ese goce que, entre otras cosas, requieren de
suelos urbanos para allí construir los edificios y sitios que esas
actividades demandan. Estas rentas extraordinarias, con sobreprecios por
los alquileres comerciales solo pueden ser compensadas mediante
subsidios para los arrendatarios comerciales, mediante impuestos
específicos para los arrendadores privilegiados. Además, así
rápidamente desaparecerían de la ciudad puerto tantos sitios eriazos en
engorde convertidos en muladares, basurales y ratoneras. Claro está
que, ese impuesto territorial extraordinario debería ser recaudado por
le Municipio, y el subsidio debería ser gestionado y pagado por el mismo.
Al final, los “progresistas” pueden argumentar que el progreso no puede
ser detenido por sentimentalismos históricos y patrimoniales, y que lo
viejo por mucho que valga debe ser reemplazado por lo nuevo en negocios,
arquitectura, urbanismo, usos sociales de los espacios y paisajes,
etc., pues bien, háganlo pero olvídense de la renta cultural
extraordinaria que la demanda turística genera.