Las audiencias penetradas

20 Octubre 2014

Una industria sobre la que las audiencias ya no tienen mucho qué decir ni hacer frente a la felonía consensuada, pues, como diría Jordi Castel, la penetración es dolorosa, sobre todo cuando es acuática, subtextual; en especial, cuando ella va disfrazada de un supuesto progresismo.

Patricio Araya >
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Por Patricio Araya

“Para la mujer es rico que la acaricien debajo del agua, en cambio para el hombre, la penetración debajo del agua es dolorosa”, comentó con toda tranquilidad el conductor del matinal Buenos días a todos, Jordi Castel, en el contexto de una conversación sobre sexualidad, en la que también participaban sus compañeros de programa Karen Doggenweiler y Julián Elfenbein, el periodista Mauricio Bustamante y la sicóloga Javiera de la Plaza.

El animador del matinal de TVN se despachó la frase alrededor de las nueve y media de la mañana del jueves 16 de octubre, en un horario inadecuado para ese tipo de temáticas, sin percatarse que ella podría acarrearle una sanción a su empleador por parte del Consejo Nacional de Televisión (CNTV). En rigor, el desatino del ex modelo constituye una infracción a las normas generales sobre contenidos de emisiones de televisión, estipuladas por el organismo rector televisivo.

En efecto, el CNTV está obligado por la ley 19.131 a “velar por el correcto funcionamiento de los servicios de televisión”, entendido como tal  “el permanente respeto, a través de su programación, a los valores morales y culturales propios de la Nación; a la dignidad de las personas; a la protección de la familia…”, de lo que se colige que los dichos de Castel, aparte de constituir una evidente obscenidad, y de no proteger a niños que a esa hora podrían haberlo escuchado, ameritan ser sancionados por el Consejo.

No hacerlo, equivale a poner a las audiencias –en especial a aquellas fidelizadas a la fuerza debido a su incapacidad para pagar cable– frente a una pavorosa e indesmentible realidad: la televisión, tal como la imaginaron sus fundadores, un vehículo cultural y transformador de la sociedad, ya no existe. En su lugar, existe un impresionante despliegue industrial dotado de la más moderna tecnología y las más ambiciosas estrategias comerciales jamás vistas.

No obstante ese enorme potencial, la realidad actual de la televisión chilena resulta paradojal, pues, mientras la ciencia ficción cobra vida en las salas de dirección, no todo el personal que labora en ella puede exhibir los mismos estándares. En efecto, dentro de las dotaciones televisivas hay desde ingenieros ultra calificados, hasta damiselas sin licencia secundaria; dos mundos separados por años de estudios y experiencias, que no obstante se complementan para dar forma a un relato univoco, pero mediocre.

Terrible subtexto que reza: es lo que hay, y con ello hay que conformarse; ya no es posible mejorar los contenidos de la televisión, sólo acceder a la nueva tecnología. Hoy se puede enfocar en HD y grabar en alta fidelidad, pero se sigue escuchando en la pantalla chica “tení”, “querí”, “podí”, “cantai”, “vení” “obvio”, “lucas”, y un largo y ordinario etcétera. Inaceptable pero cierto, la presencia y validez de personas como Jordi Castel en un set, dan crédito a ese Armagedón en que se ha convertido la televisión. No sólo en Chile. Por desgracia.

Ya se ha hecho tradicional, y por tanto, una necesidad siempre viva de los canales chilenos, el inacabable desfile por los estudios de verdaderos enjambres de personas sin ninguna, o escasa preparación académica, que se arrogan con toda propiedad el relato diario de un medio de comunicación social que ha dejado de lado sus propósitos fundantes.  

Ya no es posible, como era dable imaginar tras el marasmo, seguir escuchando a un conductor de la televisión pública –que no es el ideal de conductor, pero lo es– hablar de penetración sexual a la hora del desayuno, como si hablara del precio de la bencina, so pretexto de estar sirviendo el objetivo de penetrar las audiencias, de asentarse en ellas con “temas entretenidos” para sus gustos, amparado en la inconsciencia editorial de quienes prefieren mirar el People Meter, en vez de esforzarse por darle densidad a sus contenidos.

Sin embargo, esta televisión, que en su momento sucumbió al propagandismo y la complicidad, se forjó así misma como licenciosa, irresponsable e irrespetuosa con su público, tanto, que permite que una persona se pare frente a una cámara a conversar de lo que se le ocurra, como si estuviera en el living de su casa, sin que medie para ello una pauta periodística bien estudiada y preparada por un equipo responsable; tan licenciosa e irrespetuosa es esta televisión, que permite que un periodista, como Julio César Rodríguez, se dé el gusto de conducir borracho un especial de Fiestas Patrias en Chilevisión, y que la gracia –como se dice– no le salga ni por curado.

Esta es la televisión a la que están obligados millones de chilenos por no contar con los medios para pagar otra entretención; esta es la televisión que manda a Brasil 2014 a una “notera” en tanga, y sin ninguna formación más que la curvatura de su cuerpo; esta es la televisión que a falta de creatividad, se gasta horas y horas exhibiendo sus chascarros, o abusando de la gratuidad de Youtube para poner en circulación todo tipo de imbecilidades; esta es la televisión que no duda en repetir durante toda la mañana los programas nocturnos, sin cuestionarse si a esa hora habrá algún menor de edad viendo sexo explícito; esta es la televisión que sólo busca entretener e informar lo menos posible, transformando el periodismo de investigación, en periodismo de entretención.

Una industria sobre la que las audiencias ya no tienen mucho qué decir ni hacer frente a la felonía consensuada, pues, como diría Jordi Castel, la penetración es dolorosa, sobre todo cuando es acuática, subtextual; en especial, cuando ella va disfrazada de un supuesto progresismo, de una malentendida inclusión y de excesivo protagonismo de la mediocridad y de la ignorancia de quienes, a su singular manera, decodifican la libertad de expresión, y que, por lo visto, están convencidos que por ser gratuita, la televisión abierta, incluida la pública, tiene que ser de mala calidad.