Mon Laferte, la Nueva Constitución y el grafiti más malo del mundo

15 Febrero 2021

¿Qué valor moral, ético, conceptual y técnico tiene el Consejo de Monumentos Nacionles de solicitar permisos para pintar un mural en un área protegida si el propio CMN dio el apruebo a la Resolución de Calificación Ambiental al proyecto de expansión portuaria T2? 

Gonzalo Ilabaca... >
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En toda época pasa de todo y el arte cristaliza de una manera u otra el espíritu de esa época. Por lo mismo ese arte no es de nadie, sino de todos. Tratándose de algo absolutamente personal, todo artista sabe que trabaja en el mundo de la imaginación y de la historia para representarse y ubicarse en su época. Esa imaginación es infinita y vital para trabajar la temática, la estética y la ética de su obra en su máxima libertad, sin censura alguna, salvo la suya propia. Cuando esa obra sale de su taller, el artista sabe que toda esa imaginación infinita tiene un continente que la recibe y ese es el público, que es el destinatario de todo arte. Sin público no hay arte. Y ese público puede aceptar, rechazar, puede ser indiferente, olvidar e incluso resucitar la obra de un artista del pasado.

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Pero como el artista en su libertad trabaja para el futuro y para el pasado, ni ese público temporal -ni el de ninguna generación- tiene derecho a  destruirla, porque es parte de su época. Por su parte, el artista elige trabajar sobre la piedra que es eterna o sobre la arena que desaparece al otro día.

Para terminar este paréntesis sobre el arte y aclararlo ante el público, sea especialista, aficionado o común y corriente, en tanto a qué es arte y qué no es arte, sólo decir que es principalmente la poesía la que mueve las fronteras del arte y a veces las mueve a latitudes donde no hay retorno. Eso es lo que pasó en el mundo contemporáneo cuando Duchamp en 1917 instaló como obra de arte un urinario normal -la fuente-, urinario salido de una ferretería cualquiera pero firmado, cuya autoría ni siquiera era de él, apropiándoselo, sino de R. Mutt, seudónimo al parecer de una de las primeras mujeres vanguardista en el arte del siglo XX. De ahí para adelante, con réplicas de urinarios en los más importantes museos de arte contemporáneo, la frontera quedó difusa y es inútil entonces pontificar ahora de qué es arte y no arte.

El mural  que ha pintado Mon Laferte en Valparaíso sin  permiso del Consejo de Monumentos Nacionales ha levantado comentarios a favor y en contra. Pero no es ese el tema principal de fondo y sería bueno usar esta pequeña catarsis de la pequeña Babilonia en que se ha transformado Valparaíso, que en vez de ser amorosa hacia adentro, hacia lo profundo de entender su crisis, es y sigue siendo violenta y superficial en sus contenidos y en sus no-soluciones.

Aquí el tema principal y que debe estar en la nueva constitución es el cuidado del patrimonio cultural y natural en todas sus variantes y el derecho a la ciudad (el 50% de la población mundial vive en las ciudades) y el derecho al territorio donde vive el otro 50%. Todo eso se llama hábitat. El derecho al hábitat, que en el siglo XXI es el derecho humano principal porque conecta e interliga a todos los otros derechos humanos surgidos después del gran trauma que fue la 2° Guerra Mundial, trauma que ha escalado al tema ambiental cuyas consecuencias son aún más devastadoras que esa y todas las otras guerras de la historia de la humanidad.

El territorio, las ciudades, no son  de un estado, una transnacional o un particular, sino de las comunidades que la habitan,  trabajan, la construyen, heredan y que las proyectan hacia el futuro. El hábitat es lo que hace y completa la condición humana y su patrimonio cultural y natural es su propio arraigo, memoria colectiva e identidad. La equidad del uso de ese territorio es también la equidad social y este debe ser proyectado hacia un futuro sostenible ambiental y culturalmente, respetando su pasado, porque ninguna comunidad quiere olvidar su pasado, que trae en su propia sangre y que vive en su realidad de todos los días. De ahí la importancia del patrimonio y el derecho al hábitat, al territorio y el derecho a la ciudad. Es indispensable entonces en la nueva constitución que cada comunidad determine su propio territorio y cómo cuida su patrimonio cultural y natural.

Volvamos entonces al caso Mon Laferte en Valparaíso. Es bueno que existan normas en Valparaíso destinadas a proteger dicho patrimonio, y siendo una ciudad donde el arte callejero y su libertad de expresión, nos guste o no, sea arte o no (ya hablamos de eso), existe y existe con vehemencia a través de los rayados, tac, graffitis y murales  que están por toda la ciudad. Esta necesidad de regular es aún más latente. Es bueno que existan lugares e inmuebles que no pueden ser intervenidos y otros sí. Eso es educar a la población. Pero aquí lo importante es que sea la comunidad quien decida cómo cuidar su patrimonio. Si va a ser el Consejo de Monumentos (CMN)  la institución nacional en velar por ese patrimonio, este consejo debe hacerse carne en los distintos territorios para, antes de poner las normas, saber qué quiere esa comunidad. Lo otro es centralismo, injusticia y Talón de Aquiles que Chile debe cambiar. ¿Por qué Valparaíso debe preguntar a CMN de Santiago de qué colores tienen que ser pintados los ascensores? ¿Por qué las fachadas de las casas de Arica, Valparaíso y Punta Arenas según el CMN de Santiago seguramente deben tener las misma tonalidades? En el caso de Valparaíso la cosa es aún más cruda porque ¿Qué valor moral, ético, conceptual y técnico tiene el CMN de solicitar permisos para pintar un mural en un área protegida si el propio CMN dio el apruebo a la Resolución de Calificación Ambiental al proyecto de expansión portuaria T2 que según el Estudio de Impacto Patrimonial de Juan Luis Isaza, solicitado por la propia UNESCO a Chile (respetando ese derecho a la ciudad de sus habitantes), con los estándares UNESCO que el mismo CMN debe respetar, dice que dicho terminal tendrá “un impacto alto, permanente, irreversible y no mitigable, sobre el Sitio Patrimonio Mundial de Valparaíso, el cual es un sitio habitado, que se encuentra en un estado de abandono, ruinoso y en ciertas partes  en estado calamitoso”?

Entonces, ¿Qué valor tienen las normas de solicitar permisos de un mural, mural que fue permitido por el dueño del inmueble y sabemos durará unos pocos años versus 12 hectáreas de industria portuaria proyectada para siempre en el centro del anfiteatro, que destruirá irreversiblemente no sólo el patrimonio de todos sino que además afectará la reurbanización de todo el plan de la ciudad  porque dicho borde costero es el espacio público principal de la ciudad y de lo que ahí se haga dependerá poner en valor o no a la ciudad y su patrimonio?

Consignamos que el Valparaíso que hoy heredamos es la herencia principalmente de ese Valparaíso que a partir del 1850 le ganó dos cuadras al mar, epopeya que le pertenece a toda la ciudad y que hoy en día y hace décadas, la ciudad no disfruta ya que no puede llegar a ese borde costero por estar separado por alambre de púas. Eso es justamente lo contrario al derecho a la ciudad. Es precisamente esa aberrante separación urbanística de su riqueza vital con el mar, justo en el lugar donde comenzó el urbanismo en Valparaíso que lo convirtió  en pocas décadas de una caleta de pescadores en el Emporio del Pacífico, lo que ha ido arruinando a la ciudad, su patrimonio y por ende a su gente.

El puerto, fundamental en la historia de la ciudad y en su devenir diario, se puede cambiar de ubicación, la ciudad y su centro histórico, no. Por lo tanto, si vamos a hablar de patrimonio, en un anfiteatro todo volcado hacia al mar, donde el plan -que es el centro social, económico y de servicios de la ciudad- no llega al mar por barreras de empresas estatales como el puerto y Merval, convierte justamente  a ese alambre de púa en el peor grafiti del mundo, grafiti dramático y  carcelario símbolo del centralismo y de una economía extractivista, sectorial y cortoplacista del siglo XX, que ha ido destruyendo una ciudad puerto única como Valparaíso, el único puerto del Pacífico sur con un Sitio Patrimonio Mundial entre el Canal de Panamá y Punta Arenas.

Por eso son lamentables las palabras de la Seremi de cultura, quien levantó esta polémica artificial, perjudicando además a una artista nacional, a una galería local que quiere inyectar algo positivo al decaído ánimo local, controversia  que también ha conflictuado  una vez más la  insana convivencia social. Todo esto es absurdo porque  ni la seremi ni el propio Ministerio de las Artes, el Patrimonio y las Culturas, radicado en el corazón de Valparaíso, jamás han tenido comentario alguno a ese alambre de púa/grafiti/herida en el centro del paisaje del anfiteatro ni menos han dicho nada en relación al daño que el T2 tendrá sobre el patrimonio que deben y dicen proteger.

Por todo esto, la sustentabilidad ambiental y el patrimonio como elemento principal básico de la memoria colectiva de una comunidad junto al derecho a la ciudad  son fundamentales que aparezcan no sólo en los tratados internacionales de Chile con el mundo sino que deben estar en la  nueva  Constitución y en el horizonte mental de los chilenos. Derecho a la ciudad que está definido “como el usufructo equitativo de las ciudades dentro de los principios de sustentabilidad y justicia social.

El derecho a la Ciudad como la expresión fundamental de los intereses colectivos, sociales y económicos. Como contrapunto a la noción de ciudad como mercadería, que discrimina las personas que no tienen poder, bienes o propiedades, es necesario valorizar la ciudad como espacio social de usufructo colectivo de sus riquezas, cultura, bienes, y conocimiento por cualquiera que en ella viva. Es indispensable el enfrentamiento de la supremacía del valor económico en las funciones y usos de la ciudad. El derecho a la ciudad también implica la planificación y gestión social de la ciudad, producción social del hábitat y desarrollo equitativo y sustentable” (Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad, II Foro Social Mundial, Porto Alegre 2002)