No te vimos venir Homo Sacer

14 Abril 2020

Mucha gente ingenua ve en esta pandemia planetaria, incluso Zizek, una oportunidad de cambio. Sin embargo, cuales son realmente las posibilidades de cambio, cuando el gran empresariado no está dispuesto a ceder parte de su capital.

Jenny Arriaza >
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Por Jenny Arriaza 

Cuando el filósofo italiano Giorgio Agamben escribió en 1995 “Homo Sacer. El poder soberano y la vida desnuda” piensa hacer un análisis profundo de la biopolítica. Particularmente del paroxismo que se expresa en la figura del Estado de Excepción, es decir, la posibilidad de suspender ciertas libertades y derechos, remitiendo al individuo y su vida a una condición puramente biológica (normal/patológico, vivir/morir), totalmente dependiente de la discrecionalidad política. 

Agamben nos introduce a la figura del derecho romano que se denominaba Homo Sacer, en la que un individuo podía ser asesinado (dejado morir) sin sanción. La pandemia actual nos recuerda la vigencia del debate abierto por Agamben hace más de dos décadas. La ecuación es simple en este contexto pandémico: habrá un momento político en que dejar morir será una opción “legítima”.

El día sábado 04 de abril, se podía leer en el Mercurio de Santiago un artículo que discutía la complejidad ética que se presentaría en nuestro sistema de salud al deber decidir respecto de un paciente crítico. En él se habla de proporcionalidad terapéutica y de eficiencia en tanto que requisito de justicia. Dicha “eficiencia” ya empujó a que Italia decidiera dejar morir a los adultos mayores, para poder salvar a los más jóvenes.

Finalmente, todos los países incapaces de hacer frente – política y materialmente -  a la pandemia, correrán la misma suerte. En el intersticio que representa el dejar morir, se decide cuál vida merece la pena de poder ser mantenida, es aquí donde las personas con mayores grados de dependencia se ven vulneradas y convertidas en chivos expiatorios de la comunidad. Hoy nadie puede decir “no lo vimos venir”.

La precarización de la vida desde luego no comienza ahí, el modelo productivo y reproductivo que escogimos vivir nos empuja a una suerte de solipsismo economicista que muestra su cara más cruel en momentos de crisis. Si nos ponemos en el caso hipotético, en el que un empresario conocido, un ministro o nuestro Presidente se enferman y deben acceder a un respirador al mismo tiempo que un joven de 20 años ¿Quién será priorizado? ¿Cuál será el argumento bioético de eficiencia que será utilizado? 

Mucha gente ingenua ve en esta pandemia planetaria, incluso Zizek, una oportunidad de cambio. Sin embargo, cuales son realmente las posibilidades de cambio, cuando el gran empresariado no está dispuesto a ceder parte de su capital, aún cuando esto se haga en detrimento de la vida de sus productores de riqueza, es decir la-os trabajadora-es.  

No deseo llevar la discusión hacia una pseudo-lucha de clases, más bien quiero detenerme, en la representación de la vida y la muerte como partes de un modelo productivo, que ha empujado -a lo largo de la historia de la humanidad- a decidir quiénes deben ser sacrificados, a menudo bajo argumentos artificiosos, tal como lo son hoy la edad o las enfermedades crónicas. 

Lo que se esconde detrás de estas elecciones de corte eugenésico, no es la decisión de la urgencia, es más bien, el egoísmo detrás de la falta de prevención y de políticas que debiesen ir en esa línea. Es paradójico, pero quienes protegen el modelo económico lo hacen, sin saber, bajo una lógica stalinista, el lysenkoísmo, es decir una práctica que supedita los argumentos científicos – aun cuando éstos no sean probados – a una ecuación política utilitarista, se legitima el argumento científico que presenta mayor rédito político y económico.

Desde ésta perspectiva, parece difícil escapar a la probabilidad de convertirnos a nuestro turno en homo sacer. Mientras tengamos que pagar cuentas y comer, mientras quienes gobiernan no sensibilicen con la dificultad para sobrevivir que viven muchas familias, no podemos más que esperar avanzar en la fila de la muerte. 

El capitalismo y su expresión ética, no desaparecerán con una pandemia, no lo hicieron con dos Guerras Mundiales, con el Holocausto, ni con los múltiples genocidios que vivimos como humanidad, porque si algo está claro, es que poco aprendemos de la Historia, no es rentable.

Lamentablemente es un problema transversal, lejano a las categorías binarias que acostumbramos a sacar en las discusiones. El egoísmo esta tan interiorizado, que mientras nos perturba que haya gente que va a su segunda vivienda, los que no tenemos otro domicilio, vamos tranquilamente a comprar a la feria, a los supermercados, a caleta portales, sin protección. El problema sigue siendo el “otro” y ¡no yo! ¿Cuánta gente deberá morir para empezar a tomar conciencia de nuestra co-responsabilidad e inter-dependencia? 

Si nos cuestionamos el ser solidarios con un modelo político y económico, al cual no le interesa dejarnos morir, debemos también cuestionarnos respecto de nuestra propia solidaridad con la familia y el entorno. En el modelo actual la crisis sanitaria provocada por esta pandemia, nos da la oportunidad de organizarnos, ayudarnos e incluso de desafiar la falta de empatía de quienes siguen subyugados al modelo imperante. 

En lo que respecta a las autoridades, me permito recomendar la lectura urgente de los discursos de Roosevelt, pues la crisis económica que “se ve venir” nos obligará a apostar por una suerte de New Deal. La gobernabilidad, no puede depender solamente del silencio de la izquierda tradicional, necesitamos tener señales claras y precisas del camino que se tomará.

Un mal manejo de la crisis se resentirá fuertemente en las próximas elecciones, pues si algo comprenderá la gente es que no debemos aceptar que una mala gestión de la urgencia y la crisis nos conviertan en Homo Sacer, en vidas que se transforman en carne sin historia ni pertenencia. Es responsabilidad de todos y todas que esta pandemia NO se transforme en la aceptación solapada de dejar de existir antes de morir.

 

Foto: Huawei / Agencia Uno