Ollas comunes y memoria histórica

10 Julio 2020

La olla común es la manifestación máxima de la solidaridad, autogestión de una comunidad organizada frente a la adversidad, pero más importante, la olla común representa la historia de los vencidos, de la resistencia y la supervivencia.

Felipe Zumaran >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Son llamadas de diferentes maneras: Comedor Solidario, Restaurante Solidario, Olla Comunitaria, Olla Solidaria, Almuerzos Solidarios; poseen diferentes tipos de organización, algunas de ONGs, municipios o de autogestión popular, sin embargo, siempre se nos viene a la mente el concepto de “Olla Común” para referirnos a aquellos puntos de alimentación comunitarios que han estado presentes a lo largo de toda nuestra historia nacional, transformándose en verdaderos símbolos de lucha y solidaridad popular frente a la adversidad.

La historia de Chile ha estado marcada por desastres de origen natural y eventos políticos que han puesto a prueba nuestra resistencia y resiliencia como sociedad, pero que también exteriorizan realidades, muchas veces invisibilizadas en tiempos de relativa calma como es la lucha contra el hambre, por lo que identificar el año en que nacen las ollas comunes es casi imposible puesto que siempre han estado presentes, quizás con otros nombres, pero siempre manteniendo un modus operandi de organización y acción social. 

La antropóloga Clarisa Hardy en su libro “Hambre + Dignidad = Ollas Comunes” (1986) estableció factores que dieron paso a las Ollas Comunes que, de alguna manera, son homologables a la situación actual: la cesantía en alza, la baja del poder adquisitivo de las familias, insuficiente gasto social del Estado, los índices de pobreza real y condiciones sociales precarias.  En este contexto también podemos encontrar enriquecedora información respecto a la organización que está detrás de una olla común, por ejemplo: 

  1. Una olla común es ante todo una organización en donde sus integrantes establecen relaciones regulares y habituales en torno a objetivos explícitos conocidos por todos sus miembros. Para lograr tales objetivos se diseñan tareas diarias colectivas y funciones especializadas con normas que regulan el desempeño de tales tareas y funciones; así como los deberes y derechos de los participantes de la olla. Estas relaciones regulares se consolidan, además, en torno a un conjunto de recursos, de uso y posesión comunes, que constituyen la infraestructura de la olla: bodega, comedor, implementos de cocina, cuotas o donaciones, alimentos, etc. En este sentido, no es un simple comedor, sino un verdadero centro logístico social.       

  2. La olla común es una organización territorial, puesto que tienden a concentrarse en sectores sociales con más necesidades: poblaciones y campamentos. Sin embargo, tal espacio no constituye solamente un lugar de residencia. Es más que eso, un espacio con lazos habituales de apoyo vecinal, de prestación de servicios, de intercambios, de favores y préstamos, etc. que se ven reforzados puesto que todos comparten problemas similares. Por lo demás, está el hecho de que, de algún modo, todos se conocen por los años de vivir en el mismo lugar. La olla entonces, es una organización netamente poblacional, que tiene su ubicación en un área geográfica determinada y en la que se agrupan familias con lazos de vecindad, por comunidad de problemas y cercanía habitacional. 

  3. La olla común puede ser entendida como una “organización de trabajo” en las que sus miembros cumplen funciones operativas y especializadas para el logro de los objetivos de la organización de consumo. Dichas tareas son rotatorias, prefijadas, controladas, evaluadas colectiva y periódicamente.   

El simbolismo de la olla es sumamente potente. Detrás de ese punto de alimentación comunitario, las ollas comunes se transforman en verdaderos centros de operaciones vecinales, donde sus integrantes no sólo buscan contención emocional (especialmente luego de un desastre) sino que es la materialización del instinto de reunión y protección mutua, por medio de un simple plato de comida o una bebida caliente, aquellos individuos se convierten en verdaderos protectores e incluso administradores de emergencias locales, que velan por sus pares.

Desde un punto de vista comparativo, diferentes episodios de nuestra historia nos permiten visualizar e identificar que tan arraigado está ese sentimiento de resguardo y convivencia, por ejemplo: durante el caos social post-terremoto de 2010, o el “terremoto social” del 27-F, muchas agrupaciones de vecinos que se vieron afectados por la crisis económica de 1982-1985 se organizaron en ollas comunes; la memoria colectiva les hizo recordar aquel oscuro periodo en donde el hambre, la violencia política y la incertidumbre era una contante diaria, por lo tanto sabían las dificultades de alimentación y seguridad a las que se iban a enfrentar. En el extremo opuesto, podemos encontrar que muchos de los detenidos en actos de pillaje correspondían a personas nacidas mucho después de aquella crisis, crecidos bajo un sistema económico que vela más por un consumismo competitivo e individualista y que los mantenía marginados socialmente, sumando a no poseer una memoria colectiva que les recordase un evento catastrófico, cómo la citada crisis económica, su accionar se tradujo en pandillas de individuos que se comportaban al margen de la ley.

Durante el Estallido Social de 2019 proliferaron las ollas comunes “combativas”, bajo el lema “El Pueblo alimenta al Pueblo” en las que se entregaban comidas a los miles de manifestantes que copaban las calles en un ejercicio de convivencia, dialogo ciudadano, debate político, unidad social, compañerismo y solidaridad.  Actualmente muchas de esas organizaciones y personas etiquetadas de ser un “enemigo poderoso e implacable” por el presidente Piñera, se encuentran con sus ollas en la 1era línea de la lucha contra el hambre y el desamparo que afecta miles de compatriotas afectados por las consecuencias sociales y económica de la presente pandemia del Covid-19. La retórica belicista de la administración piñerista con la que se aborda este escenario, imponiendo títulos cómo la “Batalla de Santiago” o la “Guerra contra el Coronavirus” que tratan de justificar el despliegue de recursos militares en pro de la seguridad pública, no hace más que remover recuerdos del pasado en que los cerros de Valparaíso y Viña del Mar (y cientos de ciudades) eran escenarios de verdaderas cruzadas contra el hambre y la dignidad de miles de pobladores que eran víctimas de sistemáticas violaciones a sus Derechos Humanos; hoy, esos cerros, con sus antiguos y nuevos inquilinos, nuevamente son el frente de batalla contra la inseguridad alimentaria y protagonistas del verdadero “Chile ayuda a Chile” que Mario Kreutzberger (icono de la pornografía del desastre) se niega a reconocer. 

La olla común es la manifestación máxima de la solidaridad, autogestión de una comunidad organizada frente a la adversidad, pero más importante, la olla común representa la historia de los vencidos, de la resistencia y la supervivencia.

Foto: Huawei / Agencia Uno