[OPINION] Quizás las mujeres sí necesitan un milagro

18 Enero 2018

Muchas de las internas en el Centro Penitenciario deben cumplir con condenas a raíz de delitos que por primera vez dañan sus antecedentes judiciales. Muchas de ellas podrían pagar frente a la justicia con libertad vigilada, reclusión nocturna o el uso del brazalete electrónico.

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Por Nataly Campusano Díaz

Consejera Regional Valparaíso, Casablanca y Juan Fernández

Alta fue la parafernalia de la que se inundó el Centro Penitenciario de Mujeres de Santiago tras la visita del Papa Francisco I. El contexto de su visita se ha adornado con caridad, feligreses y tenues rayos de luz; características que no fueron una excepción tras el discurso que le entregó a quienes habitan el recinto. 

Un punto de quiebre se encontró en el momento en que la capellana Nelly león lanzó una dura crítica al declarar que “en Chile se encarcela la pobreza”. Y si bien duele, es la verdad. Quienes más carecen de oportunidades y acceso a derechos básicos como la salud, el trabajo o incluso la educación son, en su mayoría, las mujeres, y esencialmente las mujeres pobres. Dos tercios de los pobres a nivel mundial son mujeres, de la misma manera que ocupan este número cuando se habla de analfabetismo. 

Muchas de las internas en el Centro Penitenciario deben cumplir con condenas a raíz de delitos que por primera vez dañan sus antecedentes judiciales. Muchas de ellas podrían pagar frente a la justicia con libertad vigilada, reclusión nocturna o el uso del brazalete electrónico; medidas cautelares que no son aplicadas con sentido de justicia pertinente, ignorando por completo que al ingresar a la cárcel alguien queda en desprotección: sus hijos. 

Cabe destacar que además de cargar con la responsabilidad maternal, se da la situación de que muchas de ellas son jefas de hogar. Asumir tanto el deber hogareño como el de cuidado de los hijos sólo refleja que las barreras para ingresar al mundo laboral son aún más visibles, ya que son las mujeres las que solicitan condiciones que permitan flexibilidad horaria y, con ello, poca seguridad de proyección para el mercado. La falta de estabilidad les asegura a las mujeres un futuro incierto, en el que llega un momento donde muchas de ellas encuentran en la socialización callejera una respuesta mucho más rápida a sus problemas, como lo es el delito. Tal como sostiene la socióloga Saskia Sassen, al final del día, no sólo la pobreza tiene cara de mujer, sino que también la supervivencia. 

Se promueve el trabajo informal y actividades económicas fuera de los marcos aceptados por la sociedad, la que después las condena por sus decisiones y no permite otorgarles una segunda oportunidad. Una sociedad que no apela por sacarlas de las precarias formas de vida que llevaban, ni otorgarles la contención afectiva que les falta, ni cooperar con las familias vulneradas de las que son parte. 

Si se hace un repaso por la historia reciente de la internacionalización económica, puede notarse fácilmente la dependencia parcial de las mujeres al subsidiar el trabajo asalariado de los hombres a través de la producción doméstica y la agricultura de sobrevivencia. La proyección del sector modernizado no habría sido posible si las mujeres no hubiesen contribuido con una completa producción de subsistencia no pagada, reflejados en los análisis de economía doméstica de Smith y Wallerstein para el desarrollo de la economía mundial. 

Si bien más adelante la fuerza femenina se adentró en la producción manufacturera, esto no le permitió evolucionar dentro del mercado global. La diferencia en los ingresos con los hombres sigue siendo abismal, y en la mayoría de los países siguen quedando relegadas a las tareas del hogar, tratando de compatibilizar ambas responsabilidades.

Sin embargo, hoy en día el Estado hace la vista gorda en una reformulación del sistema penitenciario que le otorgue a las mujeres la cobertura de necesidades básicas que no desamparen su proyección en el proceso de reinserción, ni la estructura de su familia y hogar que queda al alero de una realidad condenatoria. Asimismo, ignora la urgencia de formulación de políticas públicas de igualdad y que reduzcan las brechas económicas, considerando el trabajo puertas adentro como elemento de consideración en sus pensiones, la mantención del mismo en la educación, el acceso a una salud igualitaria y de calidad; junto a otros vacíos que finalmente se manifiestan en la redistribución de los derechos sociales.

Junto a esto, tenemos una Iglesia con un rol casi decididor en políticas de este tipo, que no se molesta en otorgar mínimos gestos donde demuestren el servicio a las mujeres vulneradas ni que enfatiza en su interés en esta línea, creyendo subsanar aquellas carencias con pasivos roles de caridad y evitando incluso la condenación a los DD.HH. por acusaciones de abuso sexual, lo que nos lleva a pensar que castigar la vulneración de la mujer en la sociedad está aún más lejos. 

Hoy las mujeres al interior del Centro Penitenciario Femenino de Santiago conocen esta realidad, y le cantan a Francisco I en pos de la concreción del sueño de reinsertarse en la sociedad y contar con sus derechos fundamentales, pero ya sabemos que este panorama es sumamente complejo. Quizás, después de todo, las mujeres sí necesitan un milagro. Pero pueden estar seguras de que las feministas movilizadas harán lo que sea necesario para lograrlo.