A propósito de los pescadores artesanales de la Caleta de la Sudamericana.... ¿Dónde está el Valparaíso Pescador?

A propósito de los pescadores artesanales de la Caleta de la Sudamericana.... ¿Dónde está el Valparaíso Pescador?

21 Octubre 2021
Valparaíso antes de ser ciudad fue puerto, y la función portuaria dio origen a la ciudad, a sus progresos, adelantos y crecimiento; sin embargo, hay algo anterior, milenario, ancestral, que sobrevive pese a todo, y que es el Valparaíso pescador.
Rodolfo Follega... >
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Por Rodolfo Follegati Pollmann

No cabe duda que la función portuaria de Valparaíso, por más rudimentaria y penosa que haya sido su infraestructura en el pasado, fue la que dio forma al Valparaíso que conocemos. Eso al menos en cuanto a lo que destaca la historiografía y lo que se puede sacar de todas las versiones de Valparaíso, desde la llegada del conquistador hasta nuestros días.  

Pero desde algunos años, décadas, la condición y la cualidad de puerto de la ciudad se ha puesto en constante tela de juicio, cuestionando el propio destino de Valparaíso y la cualidad identitaria de sus habitantes. Hoy los pescadores artesanales de la antigua y erradicada caleta de la Sudamericana se enfrentan, desde su propia vocación e identidad, a un puerto que cada día se aleja más de la ciudad y de sus habitantes.

Valparaíso antes de ser ciudad fue puerto, y la función portuaria dio origen a la ciudad, a sus progresos, adelantos y crecimiento; sin embargo, hay algo anterior, milenario, ancestral, que sobrevive pese a todo, y que es el Valparaíso pescador.

Era una pequeña caleta habitada por los changos, pueblo pacífico dedicado a la pesca…, así comienza cualquier historia que se refiera a Valparaíso, señalando lo que era antes de ser y lo que jamás ha dejado ser, aunque el progreso de ese otro Valparaíso, el Valparaíso puerto, se ha empañado en hacer desaparecer o, en el mejor de los casos, minimizar. 

Decir que la pesca era una actividad esencial para el habitante de Valparaíso, es como afirmar que su condición de puerto fuera esencial para la Colonia y para la República. Por eso, la condición de porteños asignada al habitante de Valparaíso lo identifica tanto con la pesca artesanal como con la actividad portuaria. 

Pero puerto y la caleta han estado en disputa. Y esta disputa ha determinado la fisonomía del territorio y definido la identidad de los habitantes. Se trata también de una disputa de vocación y destino de la ciudad, que se ha hecho presente a lo largo de la historia y se hace presente en la actualidad, tal vez más que nunca. 

Con la llegada de los conquistadores se produjo un primer desplazamiento de la caleta de Quintil con su población aborigen. Pero aunque los changos hayan sido dominados,  desplazados y ahuyentados, no fue erradicada la actividad pesquera, aunque sea por necesidad y sobrevivencia de la escasa y esporádica población que se asentó en la bahía. En el papel, Valparaíso puerto, en la práctica, Valparaíso pescador. Aunque del lugar central que ocupó la caleta pre hispana, hoy (suponemos) Plaza Echaurren, se produce un desplazamiento hacia los extremos, primero hacia la desembocadura del estero de Jaime, actual Avenida Francia, y luego hacia El Membrillo. 

Dando rápidos saltos temporales, nos encontramos que cuando maduraba el siglo XX, en la década del 30, la modernidad y el progreso vuelven a desplazar la caleta de Jaime. Debido a las obras de pavimentación y saneamiento urbano, los pescadores que allí estaban deben desplazarse hacia la actual caleta Portales. 

Tanto en los inicios de Valparaíso, en el siglo XVI, como en los inicios del siglo XX, vemos cómo la idea de puerto, en un comienzo más ficticia que real, le va arrebatando el espacio vital al pescador. Así Valparaíso construye su imagen de fama, su edad dorada, puerto principal de la República, puerto principal del Pacífico Sur, puerto deseado por marinos y naves de todas las banderas. Aun así, después de los duros golpes y sendas crisis de comienzos del siglo XX, el terremoto de 1906, la apertura del canal de Panamá en 1914 y, casi en paralelo, la modernización del puerto de San Antonio, vecino y competidor de Valparaíso, la ciudad puerto persiste en su vocación y destino que le da identidad y sentido de pertenencia a los “porteños” y “porteñas”. 

Pero los pescadores no van a claudicar en la recuperación de su espacio vital y central en la bahía. Insistentemente vuelven a echar sus redes y espineles en las inmediaciones del puerto. Cuentan los viejos que “mucha gente de El Membrillo iban a pescar al molo”, entre medio de los buques de guerra, así hasta el año 1974. Cuentan que “con el golpe de Estado la Armada se tomó el molo… Nos echaron para un mes del mar, nos correteaban cuando llegaban los barcos, teníamos que venirnos al muelle, esperábamos cinco o seis días y después volvíamos al molo”. En este ir y venir, entre el molo y el muelle, los pescadores se fueron posicionando del llamado Muelle de la Sudamericana, era “la vuelta de los pescadores al lugar que ocuparon antiguamente”, herencia de los changos que los pescadores de Valparaíso reivindicaban 450 años después. 

Tal como lo relatan los mismos pescadores (según consta en el destacado documental “La Joya en Ruinas” de Joaquín Cacciuttolo, 2016), después del golpe militar la Armada se “tomó” el molo, y el puerto, y el antiguo malecón. El paseo de los “porteños” junto al mar ahora fue cosa del pasado. Es el conjunto de toda una nueva institucionalidad que le niega a los “porteños” su propio puerto y el mar. 

Sin embargo, los años de la caleta Sudamericana marcaron una profunda impronta en la resistencia de la identidad porteña vinculada a la pesca artesanal. No solo fue la vuelta de los pescadores a su centro ancestral, también significó la vuelta de los porteños a su malecón. A la caleta llegaban los habitantes de los cerros a comprar el pescado diario, a la caleta llegaba quien necesitaba trabajar. Los mismos viejos recuerdan: “Llegaba mucha gente… Cualquier persona que estaba sin trabajo llegaba a trabajar. La caleta absorbía fuente laboral, la cesantía de Valparaíso… El que quería ponerle empeño se subía a una lancha, a un bote, y salía a trabajar…”. La relevancia de la caleta, en cuanto a la absorción de la cesantía, coincide, en los años ochenta, con la modernización de las faenas portuarias y la irrupción de los contenedores, que dejan a una significativa cantidad de trabajadores portuarios sin trabajo. La caleta ofrece sustento a muchos y, a la vez, la posibilidad de volver al origen. Y no solo es una fuente laboral, también es un importante centro de abastecimiento para la población, que acudía directamente a los botes a comprar los productos frescos. La caleta Sudamericana, según cuentan los viejos, “no era solo de merluza, mono productora, allí se sacaba de todo, llegaba albacora, jibia, congrio; como había lanchas más grandes nos desplazábamos a otros puertos, a otras regiones…”. Además, dicen, “llegaban los viejos, por la orilla, tiraban un nylon con un anzuelo, sacaban un jurel y tenían algo pa´comer… Hoy ya no se puede”. 

Toda una sociabilidad espontánea, natural, en torno a una caleta que ni si quiera tenía estatus legal, pues recién en 1998 fue reconocida como tal por la autoridad competente. Pero esta situación poco tiempo más iba a durar. A comienzos del 2000 se inician los procesos de privatización de los puertos. Esto significó que el espacio “publico” que ocupaba la caleta ahora era “privado”. La Empresa Portuaria de Valparaíso “nos empieza a ahogar…, nos encerraron…, nos asfixiaron…, nos cobraron por estar ahí”, dicen los viejos. Duros fueron los primeros años del siglo XXI para los pescadores de la Sudamericana, debían pagar extraños derechos por ocupar el espacio que sentían les pertenecía por derecho propio, además el espacio se les hizo chico, en estricto rigor, se le redujo a una mínima expresión, ya no podía ingresar la gente a comprar. Como el lugar no les pertenecía tampoco podían aspirar a beneficios o subsidios del Estado. Y como si todo se confabulara en contra, la pesca industrial había degradado los recursos, “se perdió la merluza, la albacora, la reineta, fue la debacle…, apenas nos quedó la jibia, mucho esfuerzo y poca ganancia”.  

Comenzó el proceso de erradicación de la caleta que ocupaba parte del muelle de la Compañía Sudamericana de Vapores. Eran 45 embarcaciones, 200 pescadores, que se tuvieron que trasladar a Quintero y 6 embarcaciones a Laguna Verde. Nuevamente la pesca artesanal de Valparaíso era desplazada de su centro hacia los extremos, hacia el norte y hacia el sur de la ciudad. Se rompía una tradición que cruzaba muchas generaciones. “Mi bisabuelo fue pescador de la caleta Jaime —dice uno de los desplazados—, que fue la primera caleta de Valparaíso. Mi padre se allegó a la caleta El Membrillo…”. “La identidad del pescador está en el lugar donde tu naciste, o donde te dedicas a trabajar…”, y resulta que estos más de doscientos pescadores se les expulsaba del lugar donde nacieron y de donde se dedicaron a trabajar, generación tras generación. Estos “porteños”, pescadores, de una profunda raigambre en el territorio, perdían la identidad que ligaba una actividad económica con el lugar. 

Mientras tanto, el proceso de privatización y de concesiones del espacio costero seguía su curso. El “puerto” se aleja de la ciudad y el “porteño” ya no se reconoce en el puerto. Aunque no deja de reclamarlo para sí, tal como lo hicieron y lo siguen haciendo los pescadores artesanales. En paralelo se desarrolla un camino que llevará a Valparaíso a ser declarado Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO, donde al parecer, lo más importante, el habitante, queda fuera, como pasó con el Valparaíso pescador. 

Daniel Morales, arquitecto de Valparaíso, sostiene que “las caletas tienen un reconocimiento histórico en la legislación, equivalente al de una etnia”. En Valparaíso, además, se junta el valor patrimonial que tiene la caleta en sí con el valor histórico étnico de sus habitantes originales. Los mismos pescadores se reconocen como parte del patrimonio, aunque ya no quede ninguna caleta en el centro neurálgico de la ciudad. Es que no es que el valor patrimonial de la pesca artesanal este en el bote o en la lanchita anclada en la bahía, sostiene Morales, sino en la actividad misma, en la relación directa que se establece entre el pescador artesanal con el mar, en la relación que el resto de los habitantes establecen con el mar a través de la caleta. Como lo fue en los buenos tiempos de la caleta Sudamericana. 

Pero todo eso se ha perdido. La relación del “porteño” con su borde costero es hoy distante, lejana. Han desaparecido las caletas, el tradicional paseo por la orilla del mar, hasta la vista de la bahía ha desaparecido, dejando el mar oculto tras edificios de oficinas, departamentos y contenedores. La única opción de poner los pies en el agua en Valparaíso es en sus extremos, hacia la caleta El Membrillo o caleta Portales, todo lo que está entremedio está cercado. 

Entonces cabe la pregunta, ¿cómo ser o sentirse porteño si el puerto ya no pertenece a la ciudad ni al habitante?, ¿cómo el porteño puede restablecer su relación de identidad con el mar si le está negado el paso al mar? 

Hoy los pescadores de la antigua caleta de la Sudamericana han vuelto. Reclaman lo que sienten les pertenece por derecho propio. Levantan la voz y exigen respuestas a promesas no cumplidas. Reivindican su propia identidad y vocación, que no es más que la propia identidad y vocación de la ciudad y sus habitantes. 

En tiempos de crisis como la actual, aunque en Valparaíso la crisis pareciera ser una condición permanente en el tiempo, se hace urgente reflexionar sobre estas cuestiones de identidad, tan necesario en la búsqueda de la vocación y el destino que lleven a la ciudad puerto a buen puerto. Y entre vocación y destino, hurgando en identidades olvidadas, resuena siempre el Valparaíso pescador, que amarra la historia desde antes de ser escrita, y que hoy nos lo recuerdan los pescadores artesanales de la caleta Sudamericana.