¿Qué está funcionando mal en la atención ginecológica de Chile?

20 Diciembre 2021
Soberanas, debemos aprender a verbalizar nuestras inquietudes, a decir con propiedad lo que no nos es cómodo y denunciar malas prácticas sin temor.
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Foto: Picryl

Por Carolina Martinez Ebner, Presidenta Regional, Partido Liberal Biobío

Hace algunos meses y ante la insistencia de mi madre, decidí visitar a su respetado y por años ginecólogo. Al entrar, 1000 diplomas me recuerdan que estoy en manos de un experto, lo que me tranquiliza. Aquejada de dolor pélvico crónico desde hace años, he deambulado por diversas consultas  sin claras respuestas.

Luego de una tibia entrevista de 10 minutos donde le informo que, desde hace más de 20 años, vengo padeciendo una serie de patologías ginecológicas, intenté con vehemencia que empatizara con mi dolor que, en estos últimos años, ya se hace inhabilitante. Para mi sorpresa, me respondió que el dolor tenía cierto componente mental y que podríamos no encontrar ninguna patología asociada. Francamente, me sentí un poco demente.

Llegada la hora del tacto vaginal y el PAP de rutina, una camilla articulada me recordaba lo expuesta que me sentiría en los próximos minutos. Ya en la embarazosa posición en “V”, un helado y brusco fórceps le daba la bienvenida al dolor, seguida de una pequeña línea de sangre junto con una torpe disculpa del distinguido especialista.

De vuelta a mi silla y dignidad, esta vez un poco más incómoda, me preparo para escuchar su conclusión. Me comenta las posibles causas de mi dolor (nada que  no haya escuchado antes) así como posibles tratamientos. Me sugiere comenzar con una terapia hormonal a lo que respondo con una negativa. Llevo años con terapias parecidas y sus efectos secundarios. Dado que me esterilicè luego de mi segunda hija,  prefiero una opción más radical: una histerectomía. 

Después de una muy breve explicación me indica que, con mi previsión médica (FONASA), tenía que considerar la suma de tres millones de pesos, distinguiendo las clínicas en la que él atendía. Le señalo mi intención de realizarlo a través del bono PAD (Pago Asociado a Diagnóstico). Su respuesta vino a sellar nuestra amarga velada: “Ningún médico que se valore te va a operar por ese valor en esta ciudad”. 

Al llegar a mi casa, me dirijo de lleno a buscar parámetros relativos a “consulta ginecológica humanizada”, arrojando resultados clarificadores. 

Es así como me informo que el Observatorio de Equidad de Género en Salud de Chile define mi experiencia como violencia ginecológica y obstétrica, la que puede ser entendida como “aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales”. 

¿Qué está funcionando mal en la atención ginecológica de nuestro país?, ¿por qué las mujeres sienten pudor y miedo ante la posibilidad de ser atendidas por una especialidad médico-quirúrgica que se encarga de atender las necesidades de salud de la mujer en todas las etapas de su vida? Algo estamos haciendo mal como sociedad y los números así lo confirman. 

De acuerdo con una encuesta que realizó la Colectiva Contra la Violencia Ginecológica Obstétrica, en la que se consultó a más de 4.550 mujeres de todo el país, el 67% reconoció haber sufrido algún tipo de violencia ginecológica. Además, se señala que los y las funcionarias de la salud las juzgaban por sus prácticas sexuales (21%); que sus preguntas no eran debidamente atendidas (34%); que recibían comentarios denigrantes sobre sus cuerpos o sus genitales (18%); que les realizaron tactos inapropiadas dado el motivo de su consulta y que les hicieron sentir vulnerada su intimidad (17% )y que les aplicaron  procedimientos para causarles intencionalmente dolor (20%).

Se trata de un tipo de violencia de la que recién se comienza a hablar por lo que la estadística y los datos segregados tienen todavía un largo camino por recorrer. Soberanas, debemos aprender a verbalizar nuestras inquietudes, a decir con propiedad lo que no nos es cómodo y  denunciar malas prácticas sin temor. En el campo de las políticas públicas, beneficios estatales como el PAD deben ser masificados y garantizar que en todas las regiones existan profesionales dispuestos a practicarlos sin consideraciones éticas o económicas.  Es imperativo potenciar desde la  formación médica el trato humanizado y educar en la valoración de la diversidad de nuestros cuerpos, pudores, valores morales, vivencias y realidades. Porque un fórceps con lubricante y he insertado con delicadeza si hace la diferencia a la hora de atenderse con el mismo médico en una consulta que, para muchas, fue la que les salvó la vida en una detección temprana de cáncer.