Relato de un encierro: 70 días de cuarentena en Madrid

Relato de un encierro: 70 días de cuarentena en Madrid

03 Junio 2020

Al que lea esta carta, quiero que sienta ilusión. Anhelos por seguir adelante, por superar el pantano del “por qué”; más allá, justo después de la cuesta más difícil, se viene un camino más plano, más sustentable que se va a formar sobre los cimientos de una época que va a pasar.

Begoña Maldonado >
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Por Begoña Maldonado

Han pasado tantas cosas desde que empezó la cuarentena. Los sentimientos se atiborran en mi alma, así como las palabras sueltas en esta carta. No hay un orden, pero sí una lógica. La salud por sobre todas las cosas. Si no la tenemos, no hay goce, no hay necesidades, no hay preguntas y aún menos hay respuestas.

En un zoom amistoso me preguntaron qué me angustia. Callé. Ese sentimiento ha mutado, se transforma dependiendo de la etapa en la que nos digan en qué estamos. Confieso que me angustio mucho por otros, pero también por mí. Ver calles que otros han vaciado y que yo no puedo llenar. Saber del encierro que para algunos es en treinta y cinco metros cuadrados y que para mí es en noventa. Escuchar el silencio que otros han callado para que pueda oír mi respiración oprimida por la mascarilla. Perder el tacto en mis manos enguantadas que dejaron de sentir y palpar. Mis angustias se reducen al agobio de las malas noticias, de información inconsistente que hasta en lo virtual se desvanece. 

Son tantos los días, un continuo monótono. Sin embargo, hay detalles que tienden a llamar a Esperanza, aunque, muchas veces, me cuelga esas llamadas. Extraño a Soledad, Compañía se ha vuelto absoluta. No me gusta que una predomine sobre la otra. Aristóteles me lo dejó tan claro: no hay absolutos que perduren; ergo lo mejor es el equilibrio. Entonces reflexiono y me resulta obvio que lo que fue la media hace un septiembre atrás, hoy sea un extremo que no volverá. Es demasiado el cambio, la presión. Las costumbres son otras… entonces… ¿el ethos también cambiará? 

Confieso que me acostumbré a ser madre y esposa, dejé de lado a la escritora. Me veo como una leona con garras fuertes, organizada, con una familia que se sustenta y se construye a diario con la pandemia. Porque el virus nos puede quitar hasta la vida, pero siempre hemos de dejar algo. Lo mío, la familia.

Al que lea esta carta, quiero que sienta ilusión. Anhelos por seguir adelante, por superar el pantano del “por qué”; más allá, justo después de la cuesta más difícil, se viene un camino más plano, más sustentable que se va a formar sobre los cimientos de una época que va a pasar, así como pasa el tiempo. Estoy convencida que hay que pasarlo muy mal, para poder pasarlo bien nuevamente. Ver en la diferencia de los detalles, trampolines hacia el cambio; son esos cambios los que nos abren ventanas que dan vista a nuevos goces tan simples como dar un paseo por calles que hoy vuelven a llenarse de niños, abuelos, deportistas y bebés que las recorren disfrazados detrás de sus mascarillas. Reconocer en el cambio nuevas costumbres es lo que nos dará nuevos cimientos para nuestras vidas. En mi caso fue aferrarme a cosas como los entrenamientos caseros viendo cómo nuestro pequeño jardín pasaba de invierno a primavera. Los aplausos de las ocho que sonaban fuertes mientras escuchábamos de fondo el “Resistiré” y la canción nacional. Las guerras imaginarias de balcón a balcón entre mi hijo y el chico vecino. La semana con colegio on line, los sábados de asado para tres y los domingos de pizza. Los convites virtuales y las noticias que nos compartíamos a suaves gritos de vecino en vecino, manteniendo siempre la distancia de seguridad y con nuestro perro al lado. - Confieso que no sería nadie sin mi perro -. 

Durante estos días tuve sueños increíbles, viajes realmente sensitivos que, literal, me llevaron a lugares extraordinarios. Uno tiene que ver con unicornios carnívoros, que viven en túneles oscuros y que buscaban devorarme; puede sentir la respiración del equino, vaporosa y sangrienta, a centímetros de mi cara, pero la luz de la salida me despertó.  También estuve en el espacio, recorrí en primera persona el cosmos, atravesé el sistema solar como un cometa, la cara se me quemaba, luego la velocidad solo me dejaba ver largas filas de luces que se perdían en mi campo visual. Todo terminó cuando no pude respirar más y un agujero negro me absorbió para despertar ahogada con lo vívido de mi sueño. Fue maravilloso. Por último, puedo contar que soñé con humanos que en las palmas de las manos tenían piedras, una roca dura y seca que acariciaba mi rostro infantil. La sensación fue tan fría, tan áspera, sentía el roce que me arañaba los cachetes mientras las caras de esas personas se volvían de piedra también. La impresión fue tanta, que desperté. Eso es lo que vivo ahora, lo que vivimos todos. Diferentes despertares de pesadillas distintas. Abrimos los ojos a una nueva realidad. El hoy es una crisis mundial, no un terremoto nacional. Algo que nos afecta a todos. En Chile, España o México. En mayor o menor grado. Hay un bicho que llegó a cambiar el mundo y tenemos que sobrevivir, como sea. Ir hacía adelante, esa es la consigna. Los días hay que vivirlos de a uno, pero hay que tratar de hacerlo con la fuerza suficiente para sobrevivir…nadar… flotar.

Llevamos cerca de 70 días en estado de alarma. Y esto sigue. Yo no me rindo. Tú tampoco lo hagas, porque la vida es una siesta que tomamos en el interminable espiral de la existencia. Ahogarnos en el qué pasará, en el qué haremos ahora, en el por qué a mí o en el hasta cuándo durará esto, es hacer más difícil el camino de mañana. Parece ser imposible ser positivo si el problema es el hambre o si te aplastan las deudas impagables, ser positivo si estamos enfermos y no podemos sanar o serlo si las penas del pasado han aflorado en este presente insípido que nos aplasta con ladrillos de incertidumbre. Sin embargo, depende de nosotros ponerle o no sal a este plato intragable, sal que realzará el sabor de momentos que podrían ser mejor, pero no lo son. Busquemos los grises, las sonrisas, el calor, lo que sea que dé sabor a nuestro día. El encierro, las limitaciones, las tristezas, la maldad que empañe el día solo dependerá de ti cambiarla, matizarla, aliñarla para que mejore su sabor.

No está mal sentirse mal, no está mal tener un mal día. Todos lo tenemos. Es uno de nuestros extremos en el camino de la vida, el trabajo es encontrar el equilibrio en ese camino, es alejarnos de ese extremo negro y tratar de llegar a los tonos grises día a día. No importa cuento demore, todo va a pasar. Sobrevive y te darás cuenta. Lucha y lo podrás ver. Levántate, mírate los pies y encuentra tu cintura. Es ahí, en el medio, en el equilibrio donde viviremos mejor esta época