Valparaíso Catastrófico: Incendios, un negocio “seguro”

Valparaíso Catastrófico: Incendios, un negocio “seguro”

23 Abril 2021
Valparaíso, por su geografía tan especial, es en sí mismo una ciudad llena de riesgos. Desde el primer asentamiento la escasa población se concentró en una estrecha franja costera, entre las faldas de los cerros y la orilla del mar, lo que apenas dejaba espacio para una angosta y sinuosa calle.
Rodolfo Follega... >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

En Valparaíso, si hablamos de incendios estamos hablando de grandes áreas urbanas, manzanas y barrios, amplios sectores residenciales, cerros completos que, cuando se conjuga y conjura una baja humedad, fuertes vientos y altas temperaturas, pueden llegar a arder por días. Se habla del fatal 30, 30, 30. Vientos de 30 kilómetros por hora, 30 por ciento de humedad y 30 grados de temperatura.

Valparaíso, por su geografía tan especial, es en sí mismo una ciudad llena de riesgos. Desde el primer asentamiento la escasa población se concentró en una estrecha franja costera, entre las faldas de los cerros y la orilla del mar, lo que apenas dejaba espacio para una angosta y sinuosa calle. La población más pobre fue ocupando los cerros, a través de laderas y quebradas, construyendo pequeñas viviendas improvisadas, de difícil acceso, expuestas a los vientos y en pronunciadas pendientes. Ya sea en la estrecha parte baja y plana de la ciudad o en los cerros, las viviendas estaban muy cerca unas de otras. A esto debemos sumar que las construcciones eran generalmente de madera y, por la estrechez de sus calles, las viviendas casi se tocaban unas a otras. Y por último, la exposición a fuertes vientos, que por la geografía del lugar se convierten en corrientes de aire que suben y bajan por quebradas, escaleras y callejones, propagando el fuego sin límites y por grandes extensiones.

Transcurrido el tiempo, y bien entrado el siglo XIX, el panorama seguía siendo de calles estrechas, demasiada cercanía en las edificaciones y áreas pobladas de difícil acceso; uso de máquinas a vapor, calderas y depósitos de materiales químicos y explosivos en medio de áreas urbanas y residenciales; mal uso o descuido en el uso de velas, cocinas y braseros en viviendas de materiales combustibles; incumplimiento de las ordenanzas municipales, las pocas y débiles que habían tendientes a la mitigación de los riesgos. Pero, a pesar de todo eso, Valparaíso seguía creciendo en número de viviendas, de población, de establecimientos comerciales e industriales.

Causas naturales, geográficas, y también humanas, que explican la ocurrencia de incendios en Valparaíso y, sobretodo, sus grandes magnitudes y consecuencias catastróficas. Pero existe otro factor que se relaciona con la intencionalidad, y la intencionalidad, a su vez, está relacionada con las compañías de seguros. Veamos por qué.

La ciudad de Valparaíso, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, se había caracterizado por un rápido crecimiento urbano y un gran desarrollo del comercio internacional, de la industria naviera y del sector financiero. Las riquezas del país, ya sean agrícolas, ganaderas o mineras pasaban o se transaban en Valparaíso. Existía una gran concentración de la élite económica nacional y extranjera. El lujo y la opulencia eran una de las caras visibles de la ciudad. Por eso, era necesario asegurar tantos bienes preciados, negocios, mercaderías, bodegas, casas que eran verdaderos palacios, y las que no lo eran pero lo parecían.

Ahí estaba la gran razón para que el negocio de las compañías de seguros prosperara y se multiplicara en Valparaíso más que en ninguna otra parte. Y para que el negocio fuera rentable era necesario ofrecer seguros a diestra y siniestra. En eso las compañías no tenían límites y aseguraban bienes y propiedades por montos muy superiores al valor de los bienes o propiedades aseguradas. Lo importante era vender pólizas.

Prender fuego a una bodega con mercaderías de lujo, a la propia vivienda o al comercio que no marchaba bien podía resultar un buen y rentable negocio para sus propietarios. Incluso, se veía como una atractiva posibilidad de escapar de una quiebra, de la ruina o de la cárcel. Por eso hay investigadores que sostienen que existe una directa relación entre el aumento de las compañías de seguros y el aumento de los incendios.

En esto la justicia no aportaba mucho. A la hora de investigar las causas o los responsables de un incendio calificado como intencional los jueces no tenían los medios de pruebas ni la experiencia ni la voluntad suficiente, como sí lo demostraban en la investigación de crímenes y robos. Siempre se imponía la presunción legal de que todo incendio se debía a causas “fortuitas”. Así lo evidenciaba el diario La Unión de Valparaíso, que en 1915 y 1916 publicaba extensos reportajes sobre el tema.

Pero no sólo la prensa denunciaba esta situación. La literatura nacional también se hace cargo de esta realidad, tal como lo encontramos en la novela Sombras contra el muro, del destacado escritor Manuel Rojas. El relato de Rojas nos sitúa en la habitación de un conventillo. Allí conversan un grupo de vagabundos, zapateros y delincuentes, personajes de principios anarquistas, propio del Chile de los bajos fondos de 1910, 1920. En medio de amena charla uno de los zapateros pregunta a uno de los delincuentes “— ¿Les pagaron?— Alberto (el delincuente) hace con la cabeza una señal afirmativa… — ¿Les costó?— Estuvimos cerca de una hora discutiendo y ya me estaba dando rabia; no sé si le dio miedo, aunque no creo que a ese gallo se le pueda meter miedo. Por fin nos pagó lo convenido”.

¿Qué trabajo había realizado Alberto y su socio? ¿Quién era el que tenía que pagarles por ese trabajo?

El que pagó por el trabajo es un francés, que según el relato de Rojas estuvo preso en Guyana, escapó y llegó a Valparaíso. El trabajo consistía en prenderle fuego a una casa. Sí, prenderle fuego. Este francés “conoce todo lo que se puede conocer sobre eso y los prepara y los hace de manera que nadie encuentra rastros”. Su modus operandi es el siguiente: se hace amigo de un dueño de casa o de algún negocio, entra en confianza, le propone hacer un incendio y cobrar el seguro (en caso que lo tuviera), si la respuesta del propietario es negativa se hace el loco y desaparece, si es afirmativa negocia el porcentaje que cobrará, el veinte, el diez, el quince. Luego procede. “Es un artista. Saca los guardapolvos y todas las tablas del piso y rellena los huecos con estopa empapada en combustible, cierra y conecta todo a una mecha minera… Enciende la mecha y se va. Sentado en el cine…oye sonar las bocinas de las bombas o la campana del cuartel cercano y ve que algunos hombres se levantan y salen corriendo: son bomberos. El incendio está como se pide. Al volver a la casa no queda ni boleto… El propietario llora y tiempo después cobra el seguro y paga… En estos meses le salieron hartos trabajitos…”. Por eso el francés se vio obligado a sub contratar a este par de delincuentes, que cobraban un porcentaje del porcentaje que recibía el francés.

Es fácil imaginar que se tratara de una práctica habitual, esto de quemar una propiedad para cobrar el seguro, que en Valparaíso particularmente podía llegar a tener alcances catastróficos, cobrar vidas y provocar daños colaterales mucho más allá de la propiedad asegurada. Eran los riesgos que se corría. Finalmente, lo más probable es que la justicia dictaminara que el incendio se debía a causas “fortuitas”. 

Hoy en día, la forma de habitar en Valparaíso no ha cambiado mucho, una casa sobre otra, una bajo la otra, un balcón en volado sobre el techo de la casa vecina; callejones estrechos donde de una ventana a otra los enamorados alcanzan a estrecharse en un abrazo o fundirse en un beso; casas viejas, de materiales ligeros, pobreza… Condiciones propicias para un incendio, que son más, a veces, más poderosas que todo el esfuerzo y profesionalismo de los bomberos, que aún son voluntarios, héroes y mártires. Y la intencionalidad, ese factor que devela la avaricia y el egoísmo humano, tan común en la época del auge de las compañías de seguros y del francés que huyó de Guyana, se sigue evidenciando hoy, luego de cada nuevo incendio donde tras las ruinas y cenizas se levanta un nuevo y moderno edificio, siempre bajo la duda y la sospecha razonable, pues la propiedad centenaria nunca vale tanto como el seguro a cobrar o el rendimiento por metro cuadrado que le dejará el terreno vacío a su propietario.

Valparaíso en llamas, Alimapu, tierra ardiente, tierra quemada. Tu nombre indígena, por muchos olvidados, nos recuerda que todo se puede volver cenizas. Pero Valparaíso, tu nombre mágico y utópico, también nos recuerda que también eres como el ave fénix.