Valparaíso Catastrófico: La tragedia del Tranque Mena

26 Abril 2021
Tras un soleado amanecer, un gran estruendo anunció el colapso del tranque. Los muros de contención, aparentemente mal construidos o de deficiente material, no fueron capaces de contener los más de 60 o 70 mil metros cúbicos de agua.
Rodolfo Follega... >
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Uno de los hechos más tristemente recordados en Valparaíso fue el desborde y colapso del tranque Mena, ocurrido en 1888. Ese invierno fue catalogado como “muy lluvioso”, durante el año se registró la no despreciable cifra de 967 milímetros, y los primeros días de agosto habían sido de copiosas y torrenciales precipitaciones. Debido a esto el tranque Mena, ubicado en los altos del cerro Yungay, estaba a su máxima capacidad.

Este tranque había sido construido por Nicolás Mena, vecino de Valparaíso, regidor y hombre dedicado a múltiples negocios. Su finalidad era almacenar agua para abastecer de riego a sus terrenos agrícolas, una fábrica de hielo y una cervecería. El tranque se ubicaba unas diez cuadras más arriba del camino cintura, actual Avenida Alemania, en lo que hemos considerado el Valparaíso rural, a unos 270 metros sobre el nivel del mar. Para la relativa tranquilidad de su propietario el tranque estaba lejos de las áreas pobladas. Para la intranquilidad de los vecinos se encontraba arriba de sus cabezas, de sus casas, de la ciudad.

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Ocurrió que la mañana del 11 de agosto de 1888, tras un soleado amanecer, un gran estruendo anunció el colapso del tranque. Los muros de contención, aparentemente mal construidos o de deficiente material, no fueron capaces de contener los más de 60 o 70 mil metros cúbicos de agua, algunos incluso suben esta cifra a 100 mil metros cúbicos, y sobrevino la tragedia, una “imprevista tempestad más horrorosa, más espantable que las producidas por los desencadenados elementos”, dice una de las crónicas de la época.

¿Imprevista tempestad? Según el influyente diario El Ferrocarril, en su edición del 14 de agosto de ese año, “un capitán celador había comunicado al Señor Mena el inminente peligro sin que éste hiciera caso alguno”; también el Director de Obras Públicas, Señor Allende, había comunicado a la Intendencia sobre “la tremenda amenaza que se cernía sobre la ciudad” especialmente después de las copiosas lluvias de los últimos días. Federico Santa María, notable y destacado vecino y benefactor de Valparaíso, fue otro de los que advirtió a las autoridades “denunciando la obra como un peligro gravísimo”. Al parecer mucho hacía presagiar que el tranque constituía un grave riesgo y peligro para la ciudad y todo asegura que no se tomaron los resguardos adecuados.

Pero volvamos a los hechos. En un informe preparado por un grupo de comerciantes damnificados la descripción de lo sucedido es tan elocuente como dramática. La masa de agua contenida en el tranque “se precipita rugiente por las hondas quebradas e inunda y destroza todo cuanto encuentra al paso. En cortos minutos el líquido elemento se transforma en negra y formidable avalancha de barro que arrastra en sus encrespadas ondas rocas enormes, árboles, hombres, chozas, animales, casas de madera, etc., etc.”. En su descenso vertiginoso la masa de agua y barro, “compuesta de grandes piedras, trozos de muralla, planchas de fierro, ventanas, puertas y maderas destrozadas” llega al plan de la ciudad, “se derrama pavorosa por calles y plazas e infunde espanto y confusión por doquiera”. “La inmensa ola de barro se precipita furiosa, invade habitaciones y fábricas, penetra en los almacenes y tiendas del opulento barrio San Juan de Dios y muy pronto baña y destruye con su contacto inmundo valiosos objetos de arte, muebles y cortinajes preciosos, ricas sederías y depósitos de mercaderías de gran precio”.

De este relato se desprende que la tragedia del Tranque Mena afectó a ricos y pobres, a vecinos y comerciantes, a los del cerro y a los del plan, pero también podemos suponer que el costo de vidas humanas se lo llevó el sector más vulnerable. Las víctimas fatales fluctuaron entre las setenta y cien personas, los heridos llegaron a más de 300, miles perdieron sus casas o parte de ellas y las pérdidas materiales fueron millonarias.

Aunque la avalancha, descrita como una masa informe, bajó por todos los caminos que encontró, tuvo su epicentro en la quebrada de Yungay. Allí chocó con el camino cintura y continuó su recorrido por las quebradas San Juan de Dios y Bellavista (actual calle Ecuador) hasta aterrizar en la calle Condell y desparramarse por las calles adyacentes entre en las plazas Aníbal Pinto y Victoria. En la calle Condell, el barro, lodo y todo cuanto arrastró la avalancha a su paso se acumuló en los primeros pisos de los comercios, residencias, talleres y bodegas. El material acumulado en la calle llegó a los dos o tres metros de altura y el agua se esparció por las calles cercanas formando verdaderos ríos navegables. Así lo atestigua el registro fotográfico de la época.

¿Puede culparse a la fatalidad o a un hecho fortuito la catástrofe del 11 de agosto de 1888? Las víctimas y testigos de la época consideraban que no. Unánime fue el consenso al responsabilizar a las autoridades, la falta de fiscalización, la imprevisión y el descuido. Al menos ese era el sentir de los comerciantes afectados, quienes esperaban ser indemnizados por el Estado con la devolución de “los derechos aduaneros pagados por las mercaderías inutilizadas, a las cuales no han podido dar el giro acostumbrado en el comercio”. Esta petición fue aceptada y los comerciantes pudieron contar con ciertas exenciones de impuestos aduaneros, incluso en lo referido a futuras internaciones de mercadería. Por su parte, la población más vulnerable e indefensa contó con ayudas estatales y la caridad privada, aunque no nos consta qué tipo de ayuda recibieron y de cuánto se trataba.

Respecto del Señor Nicolás Mena, además de perder su tranque y el agua acumulada para el regadío de sus tierras y sus fábricas de hielo y cerveza, no se registraron condenas ni responsabilidades. Sin embargo, en su familia pesó el dolor y la angustia por la tragedia ocurrida y las víctimas cobradas. Al cabo de una generación su hijo y heredero decidió testar su fortuna en favor de una fundación para que se construyera un hospital para niños, que a la postre sería el conocido Consultorio Mena, existente hasta la actualidad y que presta servicios de atención de salud a un amplio sector de la población.

La tragedia del tranque Mena tuvo proporciones nunca antes vistas. Sin embargo, las causas y las consecuencias sufridas en agosto de 1888 se repiten como una constante cada invierno, aunque de menor magnitud. Muros de contención que no resisten, materiales debilitados por la humedad, quebradas convertidas en basurales, canales que no dan abasto, aguas subterráneas y ocultas que emanan a la superficie cuando ven interrumpidos sus cauces. Todas causas de un mal habitar, de la negligencia de vecinos y autoridades, de la falta de previsión. Causas que deben considerarse siempre antes de culpar a la lluvia y el mal tiempo; pues a mi modo de ver, y a la luz de los acontecimientos descritos hasta hora, los desastres naturales no existen, a menos que el ser humano los precipite.

La lira popular nos da cuenta de la misma sensación (La lira popular era una serie de impresos que circulaban en Chile a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Allí poetas populares publicaban en versos sus impresiones sobre el acontecer social). En un poema titulado Las Grandes Inundaciones de Valparaíso, el poeta Nicasio García nos cuenta de otro episodio ocurrido pocos años después de la tragedia del tranque Mena. “Año de mil ochocientos / Noventa y uno el autor / Mes de junio día trece / Fue la mayor confusión”. En esa oportunidad, dice el poeta popular, “De los cerros a torrentes/ Con la lluvia agua bajó. / Y el estero arrebató / La barandilla a los puentes. / Y en los cauces diferentes / Que según es mi opinión / Se taparon por razón…”. Cuenta en su relato el poeta que fue de noche, que hubo entre la gente una gran confusión, que casas de baja apariencia y también decentes fueron inundadas y destruidas. Y termina sus palabras casi de un modo apocalíptico: “Un temporal es tan duro / Como que anuncia una ruina, / Pues de la ira divina / Nadie diga estoy seguro”.

Para la creencia popular será la irá divina el castigo de los hombres, aunque si los causes se taparon por alguna razón, no fue Dios quien así lo quiso, ni la lluvia ni el temporal.