Los perros siguen hambrientos. De vez en cuando sube o baja una patrulla, anuncia entre luces su visita, acelerando y atravesando el silencio con sus gorras verdes. En esos instantes el cerro se pone peligroso y ni siquiera en casa estamos segura/os.
Por Karo Torres
Toque de queda a la vuelta de la esquina. La pantalla negra me atrapa a ratos. Escribo en Google “Coronavirus” y en cosa de segundos se despliegan cerca de 8,480,000,000 resultados. Con las imágenes es un poco distinto, pero destacan los mapas que dan cuenta de su avance y continuidad.
En YouTube puedo optar por escuchar las siete mejores canciones sobre epidemias o música esperanzadora en momentos de cuarentena. En Instagram me entero de los titulares y voy saltando imaginariamente de meme en meme como una autómata.
¿Cifras? Más de 10 millones de hashtag con el nombre de la infección. La aplicación me pregunta si necesito informarme y me direcciona a una página con recomendaciones. En la red social Tik Tok pasa lo mismo, donde muchas personas han comenzado a subir videos que llaman a no salir de casa.
¿Los cuerpos? Si no habitan la selfie, están imaginariamente amontonados al cruzar la puerta, cayendo rendidos como mentes y cuerpo enfermos. A veces me distraigo con el ruido de alguna ambulancia e imagino que por las calles cercanas alguien ha muerto ¿Les ha pasado? Por WhatsApp las cadenas alarmantes van en aumento. El capitalismo es un virus y la información una mercancía.
Debo descansar el cuello o se me quebrará por el arresto forzado. Tomo un descanso de tanto internet. Afuera la/os niña/os no juegan a la escondida ni tocan timbres ajenos ¿En qué consola de videojuegos se perdió esa vieja costumbre? Me invade la nostalgia. La ventana me muestra los cerros y recuerdo mi infancia en esta ciudad acorralada ¿Dónde están mis amigas? Esta realidad temerosa es nueva para mí y pierdo la noción del tiempo. Abro un libro de William Burroughs que dice: “Es algo paradójico que muchos virus a la larga destruyan la célula en las que están viviendo” (de inmediato asocio la frase con el actuar de #CarabinerosdeChile o pienso en el gobierno). Me pregunto cómo habrá sido antes, cuando la información tardaba días en llegar. ¿La ansiedad del siglo XXI es una pandemia?
En el silencio de la noche imagino conversaciones en voz baja, y recorro con la mirada las fachadas que observo desde calle Castillo. Desde mi ventana distingo el rayado “Organízate desde tu barrio”. Pienso en las visiones e imaginario de este puerto empobrecido. Más allá de muros y ventanas entreabiertas, se esconde lo que voy inventando entre tanto tiempo libre: Familias escondidas. Resguardándose ante los colmillos afilados de una infección. Niña/os hipnotizada/os frente a las pantallas. Alcoholismo violento y reiterado. Miedo. Claustrofobia. Comunidad. Matinales del pánico. China y sus murciélagos. Trabajo precarizado. ¿Qué voy olvidando conscientemente? ¿Dónde habita la realidad?
Durante las mañanas el viento se presenta con el calor del sol, creo estar respirando la enfermedad, una que vuela y se adhiere a los labios, manos y ropa colgada. Observo como el miedo se muerde así mismo: máscaras que bajan rápidamente a pie, llenando colectivos o llamando al Uber de turno. Mantengo algunas conversaciones virtuales, así me entero de que los moteles siguen repletos y que el gato de una amiga tiene cálculos renales.
Toque de queda en un horario inservible. Seis de la mañana. La/os prisionera/os acuden a sus trabajos, quienes los han perdido solo sienten incertidumbre ¿Cómo resistiremos? La pantalla no nos alimenta. El cuento dice que todos despertamos en octubre del año 2019 y que durante marzo la realidad colapsó, porque nunca han existido garantías para llevar una vida digna.
La calle Castillo no reduce su paso y las sombran siguen sentadas. La mujer que ayuda a señalizar el tránsito permanece estancada en un momento infectado. Los negocios abren sus puertas entre rumores y temor ¿Qué pasará con el abastecimiento? A lo lejos se sienten cumbias, pero nadie canta. La basura se acumula y se la vuelven a llevar. Los perros siguen hambrientos. De vez en cuando sube o baja una patrulla, anuncia entre luces su visita, acelerando y atravesando el silencio con sus gorras verdes. En esos instantes el cerro se pone peligroso y ni siquiera en casa estamos segura/os.
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