El diagnóstico está claro y las grandes grietas de nuestro modelo también. El paso siguiente es superar el COVID19 y sentarnos a hablar sin mascarilla.
Para nadie es un misterio: las consecuencias sociales y económicas del COVID19 han sido difíciles de cuantificar en una crisis que recién empieza a mostrar sus consecuencias. El desempleo en Chile alcanzó la cifra récord de 11,2% que es la más alta en 16 años. Respecto al PIB, los economistas proyectan una caída de un 10% en el próximo trimestre.
Cifras duras que representan el día a día de lo que significa vivir sin trabajo, con pensiones precarias, hacinamiento, educación de bajo estándar. El coronavirus no es la causa de lo anterior. Por estos meses nos enfrentamos a un síntoma más que nos hace caer en la cruda realidad y darnos cuenta que lo que hoy está en juego es el modelo de desarrollo que hemos construido.
Frente a lo anterior, la sostenibilidad surge como un concepto que alberga esperanzas y anhelos por una sociedad más integral. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lidera desde el año 2015 la agenda del desarrollo sostenible, en la que los líderes mundiales se comprometen a contribuir para cumplir con los 17 objetivos propuestos a alcanzarse en el año 2030:
Fin de la pobreza.
Hambre cero.
Salud y bienestar.
Educación de calidad.
Igualdad de género.
Agua limpia y saneamiento.
Energía asequible y no contaminante.
Trabajo decente y crecimiento económico.
Industria, innovación e infraestructura.
Reducción de las desigualdades.
Ciudades y comunidades sostenibles.
Producción y consumo responsables.
Acción por el clima.
Vida submarina.
Vida de ecosistemas terrestres.
Paz, justicia e instituciones sólidas.
Alianza para lograr objetivos.
Pero si de algo nos hemos dado cuenta con el COVID, es que una nueva manera de hacer las cosas debe primar para no seguir perpetuando un modelo de desarrollo que ha acrecentado los índices de desigualdad, sigue destruyendo los recursos naturales y no ha logrado llevarnos a dar un salto en el desarrollo.
Las emergencias nacionales debelan la importancia de la articulación entre el mundo público, privado y la sociedad civil. Pero más allá de eso, poner en el centro de las prioridades a las comunidades ha sido el gran cuello de botella. Identificar con claridad la identidad, los intereses y las problemáticas de los territorios permite establecer esa sinergia tan necesaria con las políticas públicas o con los planes de vinculación que promueven las empresas privadas.
Las falencias de un modelo de desarrollo que no dialoga y no es eficiente, se evidencia en el rol que cumple el mundo de la sociedad civil, el que muchas veces debe suplir la labor de las autoridades locales o regionales en vez de transformarse en un complemento virtuoso.
El diagnóstico está claro y las grandes grietas de nuestro modelo también. El paso siguiente es superar el COVID19 y sentarnos a hablar sin mascarilla. La relevancia de dar a conocer los intereses y expectativas de todas las organizaciones es vital. El trabajo colaborativo, que priorice el respeto al medio ambiente y promueva el crecimiento igualitario será el más gratificante de los avances. Hoy como sociedad estamos llamados a pensar en el presente, pero con una visión de futuro. El Desarrollo Sostenible ha llegado para quedarse.
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