Crónicas de Medianoche: Pánico y locura en el Casino de Viña

Crónicas de Medianoche: Pánico y locura en el Casino de Viña

20 Agosto 2021
Alguien gritó: ¡Al Casino de Viña! Y de esa manera partimos a esa gran casa de juegos, de ilusiones, de colores. Éramos tres, pero uno desapareció en el camino en esos típicos trucos de magia de los borrachos, que sólo se solucionan con llamadas al otro día.
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Obviamente el título de esta crónica hace honor la novela del gran Hunter S. Thompson, creador de una de las formas de hacer periodismo más extremas, donde uno no sólo es el protagonista de la noticia, sino que puedes trabajar totalmente drogado y ebrio, sin que perjudique en nada el resultado final del trabajo encargado (algunas veces lo practicamos en La Estrella con mi brother fotógrafo). También hay una película basada en este libro, con el distorsionado Johnny Depp y Benicio del Toro.  

El asunto es que llegué al Moneda de Oro de Viña del Mar con un grupo de amigos. Nos almorzamos una parrillada y una chorrillana. Llovieron las botellas de vino y de remate sus buenos wiskachos. El local es excelente. Buena atención y platos contundentes. Los tragos son hasta el borde, como deben ser. Nada de esas minucias con medidas que te dejan con la terrible sed. 

El grupo se fue reduciendo hasta que quedamos los orilla de playa, los poseídos, los doblados, los cocidos, los mamados, los detonados, los pasados, los sin frenos, los efervescentes, los prendidos, los que tienen esa mirada infinita. En resumen: los curados.  

Alguien gritó: ¡Al Casino de Viña! Y de esa manera partimos a esa gran casa de juegos, de ilusiones, de colores. Éramos tres, pero uno desapareció en el camino en esos típicos trucos de magia de los borrachos, que sólo se solucionan con llamadas al otro día. 

Nunca he sido bueno para el Casino. Durante unos 15 años seguidos lo visitaba sólo cuando se hacía la Gala del Festival de Viña. Junto al reportero gráfico, y luego de mandar el material periodístico, salíamos del local de día, generalmente con los bolsillos pelados y como botón de oro. Otras veces ganamos su resto de plata. 

La entrada estaba a 3.500 pesos. Apenas pude modular la palabra quinientos, pero lo logré. Nos pidieron carnet de identidad, pase de movilidad y mi mochila fue pasada por una máquina rayos X. Después me la hicieron abrir. Adentro una botella de whisky cerrada era lo único sospechoso, pero me la dejaron pasar sin mayores problemas.  

Ir ebrio a un casino es uno de los mayores errores que se cometen en la vida, después de casarse. El exceso de alcohol en la sangre entrega valentía, arrojo, y una personalidad bordeline con la tarjeta de débito y crédito. El dinero pierde sentido y uno sólo quiere pasarla bien y recuperar lo perdido en la ruleta. 

El Casino de Viña, como todo el país, está en Fase 4. Ya no se puede beber jugando y hay que andar con la mascarilla puesta. Hay pequeños bares distribuidos a lo largo del local. Las máquinas de juego tienen un diseño futurista extremo. Te hacen sentir como si fueras parte de Blade Runner. Te sientas y las pantallas son gigantes, se llegan a curvar en la altura, generando una imagen total, llena de colores y sonidos. Son envolventes y te hacen perder el sentido del tiempo y el espacio, especialmente si uno tiene tres cervezas, dos botellas de tinto y un par de whiskys en el cerebro. 

Terminé en la ruleta digital, donde la apuesta mínima es de 200 pesos. Con 5 mil llegue a ganar 47 mil pesos. Una voz me decía: “ándate loco, abandona la pista y recupera un poco lo que ya has perdido”. Retiré el ticket y me fui a un bar. Me pedí el último trago de la noche. Mala decisión, ya que después de mandármelo al pecho, volví a la máquina y en cuestión de minutos estaba en cero. 

Salí derrotado y caminando por inercia. Eran las 11.15 y debía llegar a Valparaíso antes de las 12 de la noche. Crucé el puente Casino y la famosa manzana 666 estaba que ardía. Todos los locales repletos, todos tomando y yo arrancando como los giles para que no me pillara el toque de queda. 

Logré tomar una micro y después mis amigos taxistas de la Subida Ecuador me llevaron hacia mi hogar. Iba desplumado, con esa sensación de haberla cagado y de arrepentimiento. 

Al otro día me desperté con ese sabor metálico en la boca y me dije: ¡Cresta, hay carreras en el Hipódromo Chile! 

Ajenjo, Valparaíso, Invierno 2021